El coronel arrepentido

por Pablo Bassi

Luis Perlinger participó del golpe cívico-militar de 1966 y no salió ileso de esa experiencia. De coronel golpista a hombre de izquierda secuestrado en la Patagonia por la última dictadura, su figura se convirtió en un cóctel sui generis en la historia de las ideas políticas argentinas.

Junio 2023

Frente a cámara, sentado delante de una biblioteca, con la serenidad que otorga el pensamiento elaborado en el tiempo, un hombre se arrepiente del hecho que protagonizó 20 años antes, la madrugada del 28 de junio de 1966, cuando desalojó de Casa Rosada al presidente constitucional Arturo Illia. Este hombre, Luis Perlinger, no es el mismo. No es más coronel en actividad del Ejército argentino, sino un hombre de barba entrecana que pasó seis años preso durante la última dictadura, y está a punto de fundar un partido de izquierda.

“La gente estaba empeñada en una aventura y no estaba consciente de la barbaridad que estábamos haciendo. Me resistí en las medida de mis posibilidades al golpe, pero luego acaté la decisión de la superioridad”, dice Perlinger frente a cámara. Y como si le hablara al ex presidente, agrega:“Illia, usted me dio esa madrugada una inolvidable lección de civismo”.

A las cinco de la mañana de aquel martes del ‘66, Perlinger llegó junto al general Julio Alsogaray a la Casa de Gobierno y se dirigieron al despacho del presidente al que encontraron firmando unos papeles.

-Permiso, doctor –dijo Alsogaray.

-Estoy atendiendo asuntos de un ciudadano que es mucho más importante que usted, general -respondió Illia- ¿Por qué vienen de noche como bandidos?

-No hay nada más que hablar. Desaloje el despacho, Perlinger –ordenó Alsogaray.

-Son unos alzados -dijo calmo el presidente- Sus hijos se lo van a reprochar.

El coronel Perlinger, el mejor de su promoción y en carrera a ser el general más joven de la historia argentina en tiempos de paz, procedió al desalojo. Pero las deshonrosas palabras de Illia habitaron su conciencia hasta el día que murió, en 1994. Su paso y el de su familia por Bariloche y la Patagonia argentina se inscribió junto a la historia de las víctimas del terrorismo de Estado, un hecho casi desconocido en la ciudad.

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Perlinger nació en una familia de ascendencia alemana, pero desde joven se rebeló a hablar alemán y a aprender inglés. Su padre, el general homónimo, integró el grupo de oficiales nacionalistas que asaltó el poder en 1943 y fue ministro de Interior de los gobiernos militares de Pedro Ramírez y Edelmiro Farrell. Perlinger hijo formó parte del bando azul del ejército que facilitó la llegada de Illia al gobierno en 1963, aunque ante la convocatoria a elecciones se opuso en minoría a la proscripción del peronismo.

La historia lo puso varias veces ante encrucijadas políticas y morales. El 15 de agosto de 1972, el coronel Perlinger arribó al aeropuerto de Trelew, provincia de Chubut. Dentro estaban los 19 presos políticos de la dictadura del general Lanusse que negociaban los términos de una rendición ante las autoridades militares tras fugarse del penal de Rawson. Minutos antes habían intentado escapar en un avión rumbo a Chile, al que sí habían logrado subirse los seis máximos líderes de las organizaciones guerrilleras de Argentina. Acaso como veedor de esas negociaciones, Perlinger fue consultado por los medios de prensa que habían llegado al aeropuerto.

-Estas 19 personas son guerrilleros profesionales y han tenido un trato correcto con las autoridades y los rehenes –dijo Perlinger.

Podría haberse referido a ellos como subversivos y complacer a los mandos militares, pero no lo hizo. Desató así la furia del régimen que resolvería sancionarlo y el asedio de los servicios de inteligencia que echarían a rodar el mote de “coronel rojo”. La evolución de los hechos es conocida: los 19 guerrilleros fueron fusilados, sólo tres salvaron su vida.

Semanas después de aquel episodio, otro hecho marcó su carrera. Perlinger recibió en su casa un llamado telefónico. Los testigos presentes recuerdan que el coronel colgó el tubo y tras contar detalles de la conversación afirmó: “Voy a defenderlo como a un hijo”. Hernán Invernizzi era un combatiente del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) que en septiembre de 1972 se encontraba cumpliendo el servicio militar obligatorio en la guardia del Comando de Sanidad en Buenos Aires, cuando un operativo de su organización asaltó el establecimiento y dio muerte a un coronel. Acusado de traición a la patria, Invernizzi iba a enfrentar a un tribunal bajo el código de justicia castrense, y podía ser condenado a muerte. Su defensa debía ser asumida por un militar de carrera. Perlinger aceptó esa responsabilidad.

Alrededor del Instituto Penal de las Fuerzas Armadas en Magdalena, provincia de Buenos Aires, las paredes de las calles aparecieron pintadas con el pedido de libertad a Invernizzi. El establecimiento era enorme y de pasillos largos y gélidos. Un guardia cárcel esposó al prisionero en el calabozo y lo llevó a un salón vacío donde tomó asiento por unos minutos. Invernizzi vio venir a un hombre de estatura baja y paso altivo, fibroso y vestido de civil.

-Invernizzi, soy el coronel Perlinger.

-Un gusto, coronel. Gracias por venir.

-Lo que usted hizo fue muy valiente, ¿sabe? Y yo respeto a los valientes. Mire que hay que tener pelotas para hacer lo que usted hizo. Así que vengo a defenderlo a usted, no a su organización, que le quede claro.

-Está claro, además no sabría decirle si mi organización aceptaría la defensa de un militar.

-Exacto. Porque su organización es mi enemiga, quiere destruir a mi ejército.

Invernizzi y Perlinger trabajaron en la defensa y se entregaron a extensas charlas durante varios encuentros a los que el coronel llevó libros de geopolítica, economía, diplomacia y diarios del día para intercambiar lecturas.

-¿Le gusta el caviar? –le preguntó Perlinger la vez que ingresó a escondidas de los carceleros un frasco y una botella de champán.

El juicio a Invernizzi se realizó en la sala de cine de la cárcel. Sobre la tarima, estaba sentado el tribunal compuesto de tres hombres de cada una de las tres fuerzas armadas. Tras desvincularlo de la muerte en el Comando de Sanidad, Perlinger desplegó un defensa política basada en que: el caso era parte de la historia argentina atravesada por la violencia; los militares debían celebrar que los jóvenes pelearan por ideales; era lógico que Invernizzi fuese más leal a una fuerza irregular que a un ejército abucheado en Plaza de Mayo; resultaba perturbador que el prisionero fuera juzgado por oficiales que preferían el olor a perfume francés antes que a pólvora; el comandante en jefe del Ejército, el presidente Juan Perón, era un general elegido por el voto popular que había alentado la violencia revolucionaria y por tanto un tribunal inferior carecía de legitimidad para juzgarlo.

Invernizzi fue sentenciado a reclusión por tiempo indeterminado, condena que perecería recién con la democracia, en 1986.

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Dedicado a la actividad privada, Perlinger se trasladó en 1974 junto a su esposa e hijos a San Martín de los Andes, provincia de Neuquén, para coordinar los vuelos turísticos de la empresa Austral. Después se mudó a Bariloche, provincia de Rio Negro, donde trabajó para el Hotel Sol y el mítico Llao Llao.

El golpe de Estado anunciado a las tres de la madrugada de 1976 lo encontró de vacaciones con su esposa, Martha Conde Cordero, en un plácido hotel de las relajantes aguas termales de Copahue, provincia de Neuquén. Al amanecer Perlinger puso fin a la estadía y emprendió el regreso, pero en la rotonda de acceso a la ciudad de Zapala, un grupo parapolicial los desvió hacia una guarnición militar donde quedó detenido. Su esposa continuó manejando el vehículo por una ruta de montaña hasta Bariloche. Nada se supo del coronel en los primeros ocho días. Después sí: fue enviado a un cuartel en la ciudad de Neuquén y luego a la cárcel militar de Magdalena donde permaneció hasta fines de 1982. Allí la familia pudo visitarlo una hora los fines de semana. Allí se reencontraría con Invernizzi.

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La casa de Bariloche alquilada por los Perlinger sigue intacta, en el kilómetro 11 de Avenida Bustillo, sobre la ruta, justo frente a un hotel. A pocas cuadras vive Martha, hija de Luis Perlinger, que me recibe esta tarde de otoño.

La madrugada del 24 de marzo de 1976, Martha dormía en la casa familiar junto a sus hermanos mayores Gustavo y Alejandro. Minutos después de anunciado el derrocamiento de Isabel Perón, Alejandro se levantó a abrir la puerta que estaba a punto de ser derribada de tantos golpes.

-¡¿Quién golpea?!

-¡Somos el ejército! -respondieron-. Buscamos al coronel Perlinger por orden del gobierno central.

Del otro lado de la puerta estaba el Subteniente Primero Francisco Maqueda, Pancho Maqueda, un amigo de los Perlinger, al frente de un grupo de oficiales que irrumpió sin orden de detención dentro de la casa. Secuestraron todas las armas que había, y se fueron. A los cuatro días volvió a repetirse la escena como un mal sueño recurrente. Ahora con la presencia de la madre de los hijos de Perlinger y dos amigos, Emilio Ramírez y Osvaldo Colombo. Esa vez el comando se llevó joyas y dinero, mientras los cuatro hombres eran maniatados y encapuchados y subidos, luego, a un camión con destino desconocido. Al frente del operativo estaba el Subteniente Ricardo Beltrán Balestrino que, al igual que Maqueda, también era allegado a los Perlinger. A la mañana, horas después del secuestro, Martha y su madre fueron hasta la Escuela de Instrucción Andina (hoy Escuela Militar de Montaña), la única referencia castrense de la ciudad. En la guardia preguntaron por los cuatro muchachos, pero nada sabían sobre ellos, hasta que de repente apareció Balestrino.

-Lo miré a los ojos y le pregunté dónde estaban mis hermanos y sus amigos. Me dijo que no sabía nada. Ni siquiera si estaban vivos –dice Martha Perlinger.

-¿No lo confrontó?

-No pude, tenía conciencia del riesgo que eso implicaba.

Por aquellos años Bariloche era una ciudad de poco más de 27.000 vecinos. Balestrino, a cargo del secuestro, era esposo de la jefa laboral de Martha Perlinger. Maqueda, a cargo del primer allanamiento, por entonces tenía 25 años, y era un amigo familiar al que frecuentaba en boliches.

-No siento odio –me dice Martha Perlinger-. Hasta hemos compartido algún almuerzo juntos años después. Si hoy me reencontrara con Maqueda, lo abrazaría.

Maqueda nunca reconoció su responsabilidad en el allanamiento ilegal, a pesar del legajo que verifica su presencia en la unidad militar la noche anterior y del inventario con su firma de armas secuestradas en la casa.

La Escuela Militar de Montaña fue señalizada en 2017 como Centro Clandestino de Detención. Por allí pasaron varios detenidos, alojados en la cancha de pelota paleta cuyos rincones fueron habitados por Alejandro y Gustavo Perlinger, Ramírez y Colombo. A los cuatro días del secuestro, los subieron de noche a un Ford Falcon y los bajaron vendados en la zona del cementerio. Les dijeron que anduvieran con cuidado. Que no hicieran la denuncia.

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Una mañana de abril de 1976, Invernizzi escuchó desde el calabozo en Magdalena el motor de hélices de un helicóptero. Trepado a un ventanuco con reja de hierro, observó en puntas de pie bajar detenido a Perlinger, con su uniforme. Sobre la explanada, se le acercó el director de la cárcel, a quien Perlinger quedó mirando imperturbable hasta que el director clavó los tacos de sus botas e hizo la venia. Perlinger había ganado ese respeto valiéndose como el oficial de mayor rango dentro del establecimiento. Llegó hasta allí acusado de delito contra el honor militar. Tres años después fue absuelto, pero continuó detenido tres años más. La dictadura se encargó de mantenerlo separado de Invernizzi, pero sus encuentros furtivos resultaron ineludibles. En el primero se estrecharon en un abrazo frente a la mirada atónita de los carceleros. Forjaron una amistad, aunque Perlinger nunca le contó a Invernizzi sobre el secuestro de sus hijos.

Perlinger salió de la cárcel en el ‘82 con convicciones democráticas, nacionalistas y progresistas, dice ahora Invernizzi por teléfono. Un cóctel sui generis en la historia de las ideas políticas argentinas, al menos entre militares, para quienes la democracia no había sido nunca un valor encumbrado.

Dejó el presidio siendo también un hombre sin partido político, y su tránsito ideológico de derecha a izquierda resultó muy curioso. Tras obtener la libertad, creó en 1984 junto a otros once militares el CEMIDA (Centro de Militares por la Democracia). Se propusieron profundizar la liberación nacional, declararon en el juicio contra la junta militar y asesoraron al presidente Raúl Alfonsín durante el levantamiento carapintada. El mismo año en que se arrepintió del golpe a Illia frente a las cámaras, fundó el IDEPO, la Izquierda Democrática Popular, un partido que en 1987 selló un frente electoral con el Partido Comunista, el nacionalismo revolucionario y el trotskismo.

De cara a las elecciones de 1989, el líder del IDEPO, Néstor Vicente, se debatía entre ganar un mandato como concejal comunal o disputar la presidencia de la república. La antesala de esa decisión fue risueña. Alrededor de una mesa del living de un departamento, sentado en un sillón con una taza de café denso en la mano, Perlinger dijo:

-Vocación de cóndor o vocación de paloma, Néstor.

Vicente lo escuchó muy atento y se inclinó a competir por la presidencia. Respetaba el peso de su historia, la gravitación de sus intervenciones, la voluntad dispuesta del coronel a difundir propaganda en una esquina cualquiera de Buenos Aires.

En sus últimas noches de vida Perlinger había dejado ya de multiplicar por cinco cifras y leer diccionarios para aprender nuevas palabras. Víctima de una hemorragia cerebral y una hemiplejia, falleció el 7 de octubre de 1994.

En 2012 la familia Perlinger denunció a Maqueda y a Balestrino, los dos militares que allanaron su casa de Bariloche, y asignaron a Pablo Llonto como abogado. Llonto solicitó al juez Daniel Rafecas la elevación a juicio oral de los imputados que fueron procesados en 2019 sin prisión preventiva. Maqueda como autor del allanamiento ilegal y Balestrino de privación ilegal de la libertad. Maqueda vive aún en Bariloche, como Martha y su hermano Carlos Perlinger, y Balestrino en Tigre, provincia de Buenos Aires. Pablo Llonto asegura que en el segundo semestre de este año se fijará fecha para el juicio oral.

Gustavo Perlinger murió hace cinco años, y no llegó a declarar en la causa, al igual que Ramírez, amigo de Gustavo, que falleció ocho años atrás. Luego del secuestro de su marido, Martha Conde Cordero volvió a Buenos Aires donde vivió hasta su último día, el 24 de marzo de 2022, en el departamento del barrio de Belgrano donde Perlinger había atesorado en un placard la bayoneta calada del fusil de Ana María Villarreal, esposa de Mario Santucho, líder del PRT-ERP, fusilada en Trelew.