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Ancud. La ocupación que conecta con la memoria

por Julián Gesell Viveros

Un pequeño campamento bautizado “Salvador Allende”, fue obligado a cambiar su nombre. Y muchos de sus habitantes fueron detenidos, torturados, desaparecidos. Hoy recuerdan aquella historia de resistencia.

Septiembre 2023

Augusto Pinochet para en la población “Cabo Vergara” de Ancud. Los pobladores, principalmente pescadores, dueñas de casa, obreros y cesantes, se mantienen ansiosos. Es 1 de marzo de 1974. Un vecino le acerca al dictador un memorándum con problemas y peticiones. Pero hay algo más en esa acción. Luego de entregar la carta, un grupo le solicitan a viva voz la liberación de Teresa Garay, presidenta del ex campamento “Salvador Allende” y militante del Partido Comunista, detenida dos meses antes en su casa. Sus cuatro hijos de 2 a 8 años, testigos de la detención, son mostrados a Pinochet como prueba de la urgente necesidad de que regrese.

Ancud en ese momento no tiene más de 13 mil habitantes, es la capital de la provincia de Chiloé, archipiélago de la región de Los Lagos. Realizar la parada y visita en ese lugar, no fue algo hecho al azar por los militares. Aunque no estaba en el itinerario trazado y difundido por el diario La Cruz del Sur, hacerlo allí marcaba un acontecimiento simbólico para ese pequeño poblado que nació como una toma de terrenos, alejado a escasos minutos del centro de la ciudad. Meses antes, a poco de ejecutado el Golpe de Estado, carabineros citó en la Comisaría a la presidenta y al secretario de la población para cambiarle el nombre al ex campamento “Salvador Allende”, bautizado así por los vecinos.

“La traemos detenida porque hay que ponerle un nombre a la población”, recuerda Teresa que le dijeron los carabineros durante la conversación en la Primera Comisaría de Ancud. “No, si nosotros ya elegimos un nombre”, les dijo la dirigente. “No señora, ese nombre ya no corre, es un nombre político y ese Presidente le hizo mucho daño al país”, le contestaron.

No había mucho que pensar en ese momento, ya era por todos conocido las torturas y desapariciones a quienes se les vinculaba con la Unidad Popular (UP). Más allí, en esa comisaría, dónde se sabía que llevaban a detenidos políticos. “¿Y qué nombre entonces le van a poner?”, les preguntó Teresa. “Elija: comandante Araya o Cabo Vergara”. “Conocí al cabo Vergara en el barrio La Arena antes del terremoto del 60, y era un hombre bueno, un hombre sencillo, así que Cabo Vergara”, respondió.

El cabo Jorge Vergara Díaz se había transformado en un ícono en la ciudad de Ancud luego de su intervención para salvar a personas en el terremoto y posterior tsunami de 1960. Con la lancha de carabineros llamada “Gloria”, logró poner a bordo a vecinos tras el primer gran oleaje generado por el tsunami, para dejarlos en resguardo en una isla cercana. Perdió la vida en un segundo intento, cuando fue impactado por una nueva ola que destruyó la embarcación. Su cuerpo fue hallado más tarde en una playa contigua.

Teresa concedió que la población pase a llamarse “Cabo Vergara”. Pero sigue detenida cuando Pinochet, en su último día de visita por Ancud, y luego de una serie de actividades que incluye reuniones con sus ministros y autoridades regionales, es nombrado “Ciudadano Ilustre". El alcalde de la época, Mariano Andrade, le entrega las llaves de la ciudad, mientras el público aplaude de pie, y el dictador habla de la necesidad de “colaboración y sacrificio para impulsar el bienestar de Chile”.

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La toma de terrenos se inició la madrugada del 9 de enero de 1971, en pleno gobierno de la UP. Una turbulenta época de cambios profundos propiciados por el gobierno encabezado por el médico Salvador Allende Gossens, quien antes de asumir la presidencia se mantenía como senador reelecto por la zona de Chiloé, Aysén y Magallanes.

La toma marcó un hito que resonó en todo Chiloé. Fue una de las primeras experiencias en esa provincia, y de las pocas de la región luego de la fatídica ocupación de terrenos el año 1969 en el sector de Pampa Irigoin, en Puerto Montt. Aquella toma terminó tras un violento desalojo de carabineros que dejó once pobladores muertos, entre ellos un lactante de 3 meses, y más de 50 heridos civiles. La tragedia impactó a todo el país y años después, a pocos meses de iniciada la ocupación en Ancud, el grupo Vanguardia Organizada del Pueblo (VOP) decidió tomar la justicia por su cuenta: asesinó en Santiago de Chile al que fuera el ministro del Interior del presidente Frei Montalva, Edmundo Pérez Zujovic, a quien se le consideraba como el principal responsable de la masacre.

Según lo planificado por los hombres y mujeres sin casa en la Plaza de Armas de Ancud, esa madrugada del 9 de enero, un camión comenzó a recorrer sectores populares y playas de la comuna recogiendo a personas para participar de la toma. “Vivíamos en Pudeto con mi madre y mis hermanos, en la población Cruz Roja, población que hicieron por el Sismo”, recuerda ahora Georgina, quien participó de la ocupación. “Me fueron a buscar a las once de la noche, y les dije a dos personas más que se vinieran. Fue Osvaldo Sandoval quien nos trasladó en su camión, trajo hartas familias, fue a buscar en Fátima, allá arriba en Caracoles, y mucha gente que vivía en Caicumeo, en los barracones que hicieron en el tiempo del terremoto”, detalla.

Foto del campamento. Diario La Cruz del Sur

“Mi marido me dijo vamos no más, a las 11 de la noche nos vinimos en camión, todos con sus chicos, con palos y hachas llegamos”, agrega Ana, también pobladora de la “Salvador Allende”. Más de 60 familias irrumpieron en la llamada Quinta Saavedra, donde las extensas plantaciones de manzanos y algunos pinos que superaban los 30 metros de altura, poco a poco se fueron llenando de improvisadas carpas que permanecieron allí por casi un año, mientras el Estado comenzó a construir soluciones habitacionales en el mismo lugar de la ocupación.

Durante esos casi nueve meses que duró el campamento, la organización no tardó en gestarse. Una de las primeras acciones era resguardar la toma. Principalmente hombres, con afiladas lanzas de maderas que pintaron de color rojo en las puntas, custodiaban las entradas. Fueron bautizados “tupamaros”, como los Tupamaros de Uruguay, movimiento de izquierda que por esa época resonaba por sus acciones armadas.

“Se formó una directiva en la toma para ir a hablar a la radio, y empezó el copucheo en la mañana, y al otro día de la toma, la calle estaba llena de gente”, dice Héctor. “Al principio éramos como diez a veinte familias, después al otro día ya estaba lleno. Toda la gente se mantuvo hasta al final”, recuerda Rosa.

Comenzaron las ollas comunes, y no tardó en manifestarse la solidaridad de los vecinos y también pequeños negocios, o el sindicato de la lechera del pueblo que les aportaba leche, quesos, mantequillas entre otras provisiones. “Todos con carpas, y todos éramos amigos. Lo lindo de ese tiempo, que fue maravillosa la convivencia, era que, si alguien tenía un kilo de azúcar, lo repartía, le convidaba al vecino, o si tenía arroz, fideos, todo era en común, se hacía una olla común por lo demás para toda la gente que tenía que comer, y otros que comían en su trabajo y venían a alojarse en la noche”, dice Juan Esteban. “Hacíamos ollas comunes, después las carnicerías nos llevaban huesitos para que hagamos sopas, cazuelas, algunas nos daban con carne, otras con huesos pelados y así lo juntábamos todo y hacíamos una perola grande para que coman todos, porque había gente que no tenía cómo hacer comida. Había niños, muchos niños”, rememora Héctor.

Fueron meses de frío y lluvia. Precarias instalaciones con lonas plásticas fueron dando cobijo a las más de 300 personas que llegaron al lugar. Tomar un terreno surgía como una alternativa válida para los sin casa, personas que vivían en lanchas en las orillas de playas. Eran familias ancuditanas que ya acarreaban las secuelas del terremoto y posterior tsunami de 1960, el más grande registrado incluso hasta nuestros días, con 9,5 grados en la escala de Richter, que dejó un saldo de 5 mil víctimas y cerca de 2 millones de damnificados en gran parte de la zona sur del país. Fue una catástrofe natural que aumentó las necesidades en un territorio aislado geográficamente y en notable decadencia por la falta de actividad productiva, con mucha desocupación y migración a otras partes del país, buscando nuevas oportunidades.

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El pequeño poblado fue visitado por Salvador Allende un año antes que Pinochet, un 25 de febrero de 1973. Hizo así honor al nombre con el que habían bautizado el campamento y posterior población. Allende paseó por las mismas calles, conversó con los pobladores, e inauguró obras de infraestructura importantes como Correos de Chile y el Gimnasio Fiscal de esa comuna.

“Nosotros nos encargamos de la seguridad del presidente”, comenta 50 años después un ex mirista (Movimiento de Izquierda Revolucionario) sobre una de las últimas giras realizadas por Allende al sur de Chile. “Teníamos la misión de estar en las calles custodiando, y avisar de alguna situación que le pueda afectar, por ejemplo algún atentado o algo, pero nada pasó”.

“Él nos dijo que no nos moviéramos, porque nos querían sacar los momios”, recuerda por su parte Juan Esteban del encuentro que tuvo con Allende en el ex campamento. “Me dio la mano, y me dijo, ‘no se muevan’”.


Ese esfuerzo de los pobladores por lograr su casa propia, entusiasmó a muchos jóvenes de la comuna. Algunos de ellos, posteriormente al Golpe Militar, fueron perseguidos, detenidos, torturados y desaparecidos. “Esos chicos nos cuidaban, mi hermano traía médicos de Osorno, traían para controlar a los niños. Ahí trabajaba Pancho Avendaño, González, Sofanor Saldivia, Ignacio Barrientos, todos esos cabros, terminando el liceo, otros estudiando en la Normal, ayudaron mucho”, recuerda Georgina.

Rosa se emociona al repasar aquellos días: “Cada uno tenía que traer sus cosas. Por ejemplo, si usted quería quedarse aquí, tenía que hacer tipo una cabaña, como podía lo hacía, con chales, con frazadas, cosa que había que dormirse aquí, no podía irse. Y nos cuidaban los mismos jóvenes del Gobierno, socialistas, comunistas, los chicos nos cuidaban mucho, ellos me cuidaron cualquier cantidad, gracias a ellos, tenemos lo que tenemos”.

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En Ancud se recuerda a cuatro jóvenes miristas locales que fallecieron en distintas circunstancias después del Golpe. Ninguno alcanzaba los 30 años cuando se les perdió la huella: Mario Cárcamo Garay de 26 años y Francisco Avendaño Bórquez de 20 años, ambos fusilados en octubre de 1973; Sofanor Saldivia Saldivia de 23 años detenido desaparecido también desde octubre de 1973; y Carlos Mascareña Díaz de 22 años, muerto por tortura en mayo 1974.

A ellos se suman otras personas que participaron de la toma, pero de los que se desconoce hasta el día de hoy su destino. “Gustavo Catricura, ese cabro murió, lo mandaron relegado al puerto Porvenir, él trabajaba en la salud, y allá se murió. Nunca supieron por qué. Unos dicen que ahogado, otros que lo mataron carabineros. Nunca se esclareció eso”, dice Georgina. “Recuerdo el finado Ojeda, lo llevaron tapado entero para que nadie lo reconozca. Lo llevaban a esas partes y después no apareció más…”, recuerda María.

“Cuando fue el Golpe, todos esperábamos solamente morir”, dice Teresa. “Yo de mi ventana veía cómo pasaban compañeros del comité central de Castro. Todos venían, así como la leña que se estiba en los camiones del ejército. Imagínese cómo lloraríamos, la gente venía esposada de los pies a las manos. Qué más podíamos esperar, sentíamos un vehículo de pronto en la noche y decíamos, hasta aquí llegué”.

Los detenidos eran llevados a los calabozos de la Primera Comisaría de Ancud, donde sufrían intensos interrogatorios y torturas, para luego ser trasladados a otros recintos del país. Por décadas, lo que se hacía en ese lugar fue para muchos una incógnita; otros, simplemente hacían la vista gorda. Y para los familiares y amigos de detenidos, era un triste destino que se mantuvo por todo el periodo negro de la dictadura en Chile.

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Teresa, mientras estuvo cautiva, pudo hacerse de una máquina de coser, y arreglaba los uniformes de los gendarmes. “En el calabozo número 5, vi un poema escrito en la muralla, que decía así, ‘Somos dos compañeros del MIR, que mañana al amanecer echaremos humito, nuestros cuerpos serán enterrados en un pantano, ay de ese pantano, crecerán flores, ay de esas flores…’”. Teresa piensa que ese testimonio en la muralla fue escrito por Avendaño y Cárcamo, jóvenes que ayudaron en la toma, y que posteriormente fueron fusilados en las instalaciones de la Fuerza Aérea de Chile (FACH) en el sector de Chamiza de Puerto Montt.

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Finalmente, la solicitud de los vecinos de principios de febrero del ‘74 tuvo repercusión. Tras pasar por el Cuartel de Investigaciones, y luego la Cárcel de Chinchin en Puerto Montt, Teresa fue liberada. Al regresar, después de poco más de dos meses cautiva, fue recibida por sus vecinos y vecinas, y su madre quien cuidó de sus cuatro hijos. Todo un acontecimiento a las afueras de su casa, la misma que consiguió tras la toma de terrenos. “Hicimos tres días de fiesta con toque de queda. Ningún carabinero nos interrumpió, y nos comimos toda la comida que la gente donó para mis niños mientras yo no estaba”, recuerda ahora Teresa.

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“Lo bonito de todo el proceso de la toma, es que aquellas familias que no tenían casa tuvieron al fin la suya”, destaca Georgina, hermana de Mario Cárcamo, joven técnico Agrícola, ejecutado junto a Francisco, los mismos que Teresa creyó leer en la muralla de la prisión. Georgina por décadas ha participado de actividades conmemorativas del 11 de septiembre, siempre con la esperanza que algún día se logre sentencia a los culpables que asesinaron a su familiar. “Ellos, como tantos otros, se la jugaron en tiempos difíciles, para que este sector se transformara en una población para personas que no tenían los recursos para construir sus propias casas. La toma sirvió para que toda esta gente tuviera una vivienda digna. Algunos todavía viven aquí”, dice Oreste Mora, también exprisionero político y primo de Francisco Avendaño.

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“Yo no pude mirar la cara de la madre de chofa (como le decían a Sofanor Saldivia). Se me venía inmediatamente las lágrimas porque, qué le podía decir a una madre de un joven que aún no aparece”, dice por estos días Julio Mayorga, presidente en Ancud del Programa de Reparación y Atención en Salud (PRAIS) para personas afectadas por la represión política ejercida por el Estado, en el período de 1973-1990 y sus familiares.

Julio también estuvo detenido en la comisaría ancuditana, y recuerda a muchos que cayeron o que fueron torturados. La agrupación presentó, junto a la Delegación Zonal de Chiloé del Colegio de Arquitectos de Chile, un proyecto para ampliar a Sitio de Memoria la categoría de Monumento Histórico que tenía el recinto por estar ubicado en el lugar fundacional de Ancud.

A 50 años del golpe de Estado, finalmente el 17 de mayo del 2023 lograron que el Consejo de Monumentos Nacionales (CMN) reconozca como Estado que ese lugar “fue centro de detención y prisión de paso para cientos de personas, sufriendo tratos degradantes, aplicación de tortura física y psicológica”. Fue una aprobación unánime en sesión extraordinaria en el Palacio de la Moneda, que sumó a Ancud a las ya 74 Unidades de Carabineros usadas como centros de detención política y tortura, que integran los más de 1168 centro de detención de prisioneros políticos que existieron en dictadura en el país.

Julio. desde Santiago después de la sesión del CMN. dice: “Somos merecidamente un sitio de memoria, con orgullo, con emoción, por los que pasaron allí, por los que sufrieron en esa Comisaría, por la represión sistemática de ese aparato del Estado en contra de tanto chileno, ancuditano, chilote y gente de Palen”.

La reivindicación de la memoria histórica en Ancud se consolidó este año, cuando se dejó sin efecto “cualquier tipo de reconocimiento o nombramiento que se haya entregado al ex general Augusto Pinochet Ugarte”, negando de esta forma, el título honorífico otorgado al dictador.

El logro fue gracias a la acción de la Mesa Comunal de Ancud por la conmemoración de los 50 años del Golpe Civil-Militar, que, al no existir un documento municipal oficial que certifique la declaración de “Ciudadano Ilustre” a Pinochet debido a un incendio que afectó al edificio consistorial de Ancud el año 1985, se respaldó de una nota de prensa de La Cruz del Sur e inició una campaña que incluyó recolección de firmas ciudadanas. Finalmente, tras una exposición ante el Concejo Municipal el pasado 7 de agosto, logró que se votara el pronunciamiento que dejó sin honores al dictador.

“Un gesto necesario de justicia y reparación hacia las víctimas sobrevivientes de la dictadura, que se condice, por ejemplo, con la declaratoria como Sitio de Memoria de la Primera Comisaría de Ancud, lugar que funcionó como centro de detención y tortura, lo que aporta al reconocimiento de las sistemáticas violaciones a los D.D.H.H. que se cometieron a lo largo y ancho de nuestro país y particularmente en nuestra comuna”, acuñó en su declaración pública dicho colectivo tras la votación del concejo municipal.

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Luego de la toma y creación del campamento, los “tupamaros ancuditanos” ya no querían soportar otro invierno en carpas. Así es que decidieron a finales del ‘71 hacer ocupación de las viviendas en construcción emplazadas a metros del campamento, acción que llamaron la “retoma”, y que significó finalmente su triunfo.

Actualmente la población “Cabo Vergara”, el ex campamento y población “Salvador Allende”, sigue creciendo. Nueva infraestructura y accesos consolidan el barrio y con ello, poco a poco, sepulta la historia de los abuelos, la historia de sus inicios y su identidad.

“El nombre que tenía nuestra población era Salvador Allende, así le pusimos los pobladores, hasta que vino el Golpe de Estado, y nos quitaron ese nombre”, reitera Teresa. “Gracias a Salvador Allende es que estamos acá”, resalta por su parte Rosa, que se suma al descontento por la suplantación. “Yo creo que todas las personas pensamos lo mismo, ese nombre lo habíamos definido nosotros como pobladores, pero la gente tuvo miedo, éramos rechazados, por eso lo cambiaron”.

María Barrientos, de pie, mientras uno de sus hijos que llegó con ella de bebé la escucha atento en un sillón, recuerda con orgullo el día de la retoma como uno de los acontecimientos más importantes para su vida familiar. “Yo me vine a la buena de Dios. Con mis chicos acampando y soportando. Pasamos harto frío y harta hambre… pero luego llegó el momento de la retoma. Así que un día decidimos todos juntos correr por nuestras casas. Yo era joven, y corrí lo más fuerte posible, y me tomé está. Y aquí me quedé, y nadie nos sacó”.