Agua, trabajo y sotana

por Oscar Ceballos Achiras

Un viejo cassette. Una entrevista olvidada. 29 años atrás, Monseñor De Nevares conversó con un cronista acerca de su participación en el Choconazo. La charla propone un regreso a las huelgas que marcaron la Patagonia en 1969 y 1970.

Imagen:  mural de Chelo Candia.

*Esta nota se trabajó en el taller Crónica para principiantes, que ofrece YERTA, el espacio de capacitación permanente de la FPP.


Agosto 2023

Es una tarde de mayo de 1994. El Obispo De Nevares ya no vive en la catedral de Neuquén, reside en la casa parroquial de la capilla del Barrio Parque Industrial. En la calle truenan las motitos de baja cilindrada, sus pilotos demuestran destrezas en una rueda, sin atraer la atención de los habitantes de la cuadra. El pavimento está levantado al punto de parecerse a un lomo de burro no previsto. Veo una hilera de autos estacionados con prolijidad y otros en estado de abandono, sin ruedas y colocados sobre unos tacos. En ese sector las casas son bajas, unas pocas se destacan por haber sido pintadas por sus propietarios, la mayoría mantienen una pintura descolorida que data de cuando se entregó el barrio, hace 30 años. Más adelante están los edificios: marrón grisáceo, en los balcones flamean prendas coloridas, abrochadas a un cordel o colgadas de las rejas.

La vecina que está en la parada de colectivo es una arquitecta del aire, da las indicaciones con ademanes, es precisa con los datos: llego a la casa parroquial donde Jaime De Nevares se prepara para dar misa.

Las puertas de la capilla están abiertas de par en par, en el baldío ladero unos niños corretean una pelota en una improvisada canchita cuyos arcos son un pullover bordó y una campera verde. Adentro la iluminación es tenue, mortecina. Los pocos asistentes se ubicaron en la primera fila. Al finalizar la misa, me acerco a Don Jaime. Estoy ahí porque quiero que me cuente sobre el Choconazo, las huelgas de 1969 y 1970 que involucraron a más de 1500 trabajadores, y en las que él fue una figura destacada. Sin preámbulos, me dice:

-Mañana a las diez y media. Te espero.

***

Casi 30 años después encuentro un viejo cassette entre mis cosas. Al reproducirlo retrocedo en el tiempo, me reencuentro con la voz del obispo. De Nevares murió un año después de aquella charla. Pero ahora, mientras lo escucho, escribo detenido en el clima de aquel encuentro.

***

Antes de ir a verlo, al día siguiente, releo las anotaciones de mi libretita con hojas cuadriculadas, que se parece a las que se usaban cuando los almaceneros daban fiado. En la primera hoja y con letra verde tengo apuntes que hablan de la represa. “El Chocón Cerros Colorados: se realizará sobre el Limay, a 80 kilómetros de Neuquén. La construcción de la obra estará a cargo de la empresa nacional Hidronor S.A (Hidroeléctrica Norpatagónica, Sociedad Anónima), con apoyatura técnica las empresas Mac Gliegan (Escocia) y Sir Alexander Guil (Inglaterra)”. En la hoja siguiente y con letra negra sobre un fondo celeste: “El 9 de enero de 1968 se puso la piedra fundamental de ‘La obra del siglo’ como la llamaba el onganiato y dio origen al lago artificial Exequiel Ramos Mexía de más de 800 km cuadrados, 60 km de extensión, por 21 km de ancho máximo, con una profundidad promedio de 25 metros, aunque en su parte más honda puede alcanzar los 60 metros”. También había escrito que con la construcción del Chocón se trataba de dar solución a los problemas de las crecidas de los afluentes Limay y Neuquén, en poblaciones y zonas productivas del Alto Valle, Valle Medio. Por otra parte, el complejo hidroeléctrico tenía la responsabilidad de producir energía para Neuquén, Río Negro, La Pampa, Buenos Aires y estaba en el sistema interconectado que es un gran anillo de líneas de extra alta tensión, diseminada en todas las regiones del país. La central aportaría energía al sistema y se consumiría donde se la necesitara.


Llego puntual a la cita. La puerta de la casa parroquial no tiene timbre. Tac tac tac, retumban mis nudillos en la placa de madera.

-Don Jaimeee

-Buenos días, pasá, pasá -me responde.

Al obispo De Nevares en Neuquén, le dicen Monseñor, Monse o Don Jaime, es de baja estatura, de indisimulable sencillez, usa anteojos de marco grueso como sus cejas, habla pausado, es un gran conocedor del habla popular y del Martín Fierro, cita con frecuencia y de manera preferencial, los versos de “… el fuego pa’ calentar, siempre debe venir de abajo…”.

La sala es pequeña, tiene un perchero de pie, tres sillones, unas sillas encimadas, una biblioteca de madera oscura, un escritorio de igual color, en el que se destacan unos caminos de tejido mapuche.

-¿Mate cocido o café? -dice el Monse.

-Mate cocido. Don Jaime ¿cómo se enteró de lo que sucedía en El Chocón?

De Nevares escucha con atención. La luz del grabadorcito titila.

-Fue un oficial de policía quien llamó al obispado y me dijo: “Monseñor, estalló el conflicto en El Chocón, puede haber heridos”. No dudé ni un instante. Salimos en la camioneta con el Padre Juan San Sebastián, reconozco que estaba preocupado, tenso, para colmo cuando íbamos en viaje, a lo lejos se veían columnas de humo a la derecha y a la izquierda. Pensaba para mí: estalló la violencia, porque la humareda era en dirección al Chocón. Cuando estuvimos más cerca notamos que eran chimeneas petroleras que quemaban gas.

-Y al llegar ¿con qué se encontraron?

-Los obreros nos esperaban, ellos por su parte habían querido localizarme, pero a mí la noticia me llegó por otro lado. Así me encontré de golpe montado en un potro, como en las películas, que un vaquero salta desde el techo de la casa de madera y cae sobre el lomo del animal, y desaparece. Yo me podría haber bajado de ese potro, pero no, porque voluntariamente estaba comprometido. En la obra del siglo los obreros vivían mal, en galpones de chapas, soportando el frío o en piezas de material, pero amontonados.

Mientras Monse cuenta, recuerdo que Hugo Mansilla, ex electricista en las obras de El Chocón, decía que las primeras protestas fueron por el costo de la comida. El historiador Juan Quintar, autor del libro El Choconazo, puntualizó y amplió la mención de Mansilla: “el primer conflicto gremial fue en marzo de 1969, y concluyó con la expulsión del trabajador Alfredo Rafanelli quien intentó organizar a sus compañeros para reclamar por mejores condiciones en los pabellones de solteros”.


La seccional de la UOCRA no defendía a los trabajadores. Por su parte los obreros se reunían en la pieza 3 del pabellón 14 y ahí en una asamblea eligieron sus propios delegados, que reclamaban 40% de aumento salarial y medidas de seguridad, liquidaciones de sueldos quincenales con recibos legibles; adicionales por los trabajos con más riesgos para la vida; autorización para hacer asambleas de trabajadores, reconocimiento del sábado inglés. La UOCRA no los legitimó y la empresa Impregilo Sollazzo S.A. no los reconoció, los despidió y entregó a la Policía Federal.

Los obreros impidieron la detención de Antonio Alac, Armando Olivares y Adán Torres, se inició la huelga, armaron piquetes, hicieron movilizaciones, hubo detenidos, más de 1500 trabajadores paralizaron la obra entre el 13 y el 19 de diciembre de 1969, tuvieron que bajar dirigentes de Buenos Aires y fue activa la participación del obispo De Nevares para destrabar el conflicto.

Suena el teléfono, el Monse se disculpa para atender. Frente de mí está el primer obispo de la provincia de Neuquén, quien además es abogado y fue ordenado Obispo por el Papa Juan XXIII. Don Jaime fundó colegios, cooperativas, fue el impulsor de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos en tiempos de la dictadura que finalizó en 1983, y ya en democracia integró la Comisión Nacional de Personas Desaparecidas (Conadep).

Lanzado al terreno político Jaime De Nevares logró ser convencional constituyente por el Frente Grande, en 1994, , para reformar la constitución nacional, pero renunció por no poder discutir el contenido del Pacto de Olivos. En su argumentación el obispo expresó “no quiero asistir a los funerales de la República”.

Don Jaime regresa. De no ser por verlo venir, su llegada es casi imperceptible. Otra vez se disculpa:

-Si me podés esperar unos minutos, continuamos, de lo contrario tendrá que ser otro día.

Espero.


De Nevares vuelve, retoma la charla, ahora está frente a la ventana. El sol le da en sus piernas, viste un pantalón negro, un saco y pullover gris oscuro, a su cuello lo envuelve una bufanda marroncita, parece una estola, me arriesgo a pensar que es de alpaca. Se frota las manos y comenta.

-En El Chocón se trataba pues de asfixiar al enfermo que se quejaba. la gente de la empresa y de la función pública decía entonces: “el problema está superado”. Yo me preguntaba: ¿qué problema? ¿se referían a la huelga? Es lo mismo que si después de dos semanas de tratamientos, los médicos dijeran: “el problema está superado… murió el enfermo”. El problema, entonces ¿no era la enfermedad?

La UOCRA expulsó por inconducta gremial a tres trabajadores del Chocón por viajar a Córdoba y participar de un encuentro clasista el 31 de enero de 1970. Ese fue el detonante de la segunda huelga que duró desde el 23 de febrero al 14 de marzo, tiempo en el que se repitieron los piquetes y la red solidaria para con los trabajadores, lo mismo que el accionar represivo de la fuerza de seguridad.

-Entonces, el presidente de la nación, el general Juan Carlos Onganía, descansaba en Villa La Angostura, en el Messidor. Decidí ir a verlo, me acompañó el padre Juan, fuimos en la estanciera. A la altura de la Pampa de Alicurá, me dormí y me salí de la huella, me desperté a los saltos. Bueno, tata Dios nos salvó. Onganía me recibió a las 10 de la mañana, fue una entrevista interesante. Le contamos cómo le macaneaban. Le pedí que fuera a la obra a resolver el problema, que me diera un par de horas, que iba a ser bien recibido. Él me dijo: “¡Monseñor! ¿cómo quiere que vaya?”. Respondí: “Su presencia va ser la solución”. No pudo ser.

Sin la asistencia de su archivo y a más de 20 años de las huelgas, el Monse necesita contar el encuentro con el presidente de Hidronor, al mes de finalizada la segunda manifestación obrera.

-Un día vino a verme al obispado el Ingeniero Raúl Ondars (presidente de Hidronor), con otro director de relleno. De entrada, me dijo: “Vengo a decirle que la obra no soporta otra huelga”. Mi reacción fue contestarle: “Ingeniero, yo a usted lo tendría que poner en la puerta. Me hace adjudicaciones como si yo tuviera algo que ver”. Entonces se rompió el dique y salió todo lo que tenía por decirle. “La culpa la tiene Hidronor y dentro de Hidronor, usted”, le dije. Yo enumeraba cosas, lo tenía contra las cuerdas porque estaba indignado.

-¿Y él qué le respondió?

-Me dijo que tenía que tomar el avión para Buenos Aires. Entonces le contesté: “Ingeniero: me queda el rabo por desollar”. Después lo acompañé hasta la puertita del obispado, por la vereda de la avenida fue hasta su coche. Yo hablé a Aerolíneas para avisar que el ingeniero Ondars se había demorado y que iba camino al aeropuerto. Del otro lado del teléfono, un muchacho me respondió: “No se haga problemas Don Jaime que faltan tres horas para que salga el vuelo”.


Monseñor De Nevares hace un leve movimiento con su mano para echar sobre su hombro la bufanda.

-Yo no estuve en la reunión final, donde se decide levantar la huelga. Se había llegado a un punto en que la no aceptación era ya el despido.

-¿Cuál era la situación en la obra al finalizar la segunda huelga? ¿Usted continuó con sus visitas?

-A la noche cuando volvía, a veces traía familias, algunos obreros decidían irse. Era conmovedora la despedida. Yo los llevaba hasta Cipolletti, para tomar el tren, porque le tenían miedo a la policía de Neuquén. Los veía llorar cuando desde la estanciera veían las luces de abajo, claro, era su obra, la sentían mucho más que algunos funcionarios, ahí ellos habían metido su sudor, su sangre, sentían que trabajaban por el país.

***

Las movilizaciones y huelgas del Choconazo de fines de 1969 y comienzo de los 70, marcaron la lucha obrera en la Patagonia y se dieron en un contexto de revueltas en el país como el Cordobazo, el Rosariazo y el Mendozazo.

A Jaime de Nevares, por su dedicación como obispo, tan comprometido con los derechos humanos, lo condecoraron con el título honoris causa de la Universidad Nacional del Comahue y le entregaron la medalla de Bernardo O’ Higgins del gobierno de Chile. Un año después de esta charla, el 19 de mayo de 1995, murió en Neuquén.