“Alaridos a lo indio” y banderas rojas en la Patagonia Rebelde

por Adrián Moyano

En vísperas del centenario de las huelgas y la represión que estremecieron la Patagonia, un hilo ancestral, de lucha, solidario y humanista une la isla de Chiloé y Santa Cruz.

Septiembre 2021

Todavía no finalizaba octubre de 1921, cuando la Policía del Territorio Nacional de Santa Cruz efectuó una meticulosa redada en las principales localidades. En Río Gallegos, allanó y clausuró la sede de la Federación Obrera, de conducción anarquista. Entre los detenidos, estaba Antonio Paris, un trabajador gastronómico que el 9 de julio anterior, se había negado obstinadamente a servir a los comensales de la cena oficial, porque entre ellos estaba un patrón que, por entonces, era objeto de boicot. Lejos de contentarse con las torturas, la fuerza de seguridad dispuso su deportación hacia Buenos Aires. Fueron varios los trabajadores embarcados por la fuerza, sin procedimiento judicial alguno. Transcurría el primer gobierno de Hipólito Yrigoyen (UCR). Desde las filas obreras se respondió con la herramienta que mejor conocían. “Compañeros: no debéis trabajar hasta que los deportados vuelvan a nuestro seno, y sean puestos en libertad los que están en la cárcel”, afirmaba un volante de la Comisión de Huelga.

Roberto Triviño Cárcamo. El primer fusilado.


Columnas de peones recorrieron las estancias para celebrar asambleas y requisar armas. Hasta el diario de la Sociedad Rural tuvo que reconocer el carácter pacífico de la movilización. Pero los propietarios de la estancia Bremen – El Cifre esperaron a los huelguistas con fusiles Mauser. De origen alemán, uno de los hijos de la pareja venía de servir en el ejército de su país en la Primera Guerra Mundial y era un eximio tirador. En la mañana del 5 de noviembre, se aproximó al casco “una partida de diez hombres con la clásica bandera roja al frente”, según la reconstrucción de Osvaldo Bayer. Eran un español, un argentino y “ocho chilotes”, es decir, oriundos del archipiélago de Chiloé. “Los huelguistas vienen gritando ¡viva la huelga! y los chilotes pegan alaridos a lo indio tal vez para darse coraje”, describió el entrañable investigador. La primera descarga terminó con la vida de Benito Martínez García y de José Caranta. Los Schroeder habían tirado a la cabeza, es decir, a matar.

Al trascender la noticia, una partida de 10 trabajadores se dirigió a la estancia para tomarla, pero habían llegado refuerzos policiales. Durante el intento, cayó prisionero Roberto Triviño Cárcamo, quien había cargado en forma temeraria con su caballo. El 9 de noviembre desembarcaron en Santa Cruz tropas del Regimiento 10 de Caballería, al mando del coronel Varela. Ante los informes mendaces del gobernador, el jefe se dirigió con 12 de sus hombres a Bremen – El Cifre, donde constató que la situación estaba bajo control. Cuando le contaron que, durante las noches de su cautiverio, Triviño Cárcamo se reía de la Policía y daba vivas a la huelga, ordenó su fusilamiento. Fue el primer asesinato estatal de la Patagonia Trágica. El peón perdió la vida lejos de su Ancud natal.

Peones apresados por el 10 de Caballería


Gente del sur

En lengua mapuche, williche, significa “gente del sur”, denominación que incluye al archipiélago, terruño de centenares de los huelguistas de 1920 - 1921. La invasión española hizo pie en las islas en 1567. Al igual que en el resto del territorio mapuche, no existía en Chiloé “una estructura social centralizada”, según constató el historiador Renato Cárdenas. Si bien los williche tampoco evidenciaban una tradición militar que permitiera una oposición guerrera sostenida, como víctimas de la encomienda siempre estuvieron “avizorando oportunidades para caer sobre el conquistador”.

La opresión siempre genera resistencia y el pueblo williche no fue la excepción: en 1712 se produjo un alzamiento que fue aplastado salvajemente por los soldados imperiales, con cerca de 800 muertos entre los insurrectos. Las bajas españolas se redujeron a 30. Antes, los williche habían aprovechado la presencia de corsarios enemigos de España para cobrarse revancha, aunque fueran transitorias. Inclusive, los ibéricos fueron desalojados de Castro en una de esas incursiones. Pero como cada rebelión finalizaba con una represión desproporcionada, fue necesario adoptar otras formas de lucha. El longko de cada comunidad continuó como intermediario entre el encomendero y su gente, pero además, se convirtió en denunciante de abusos. También alentó diversas experiencias de resistencia: pagar tarde el tributo o disminuir su volumen, abandonar obras en plena ejecución y trabajar a un ritmo menor al que requerían los españoles. Son poderosamente llamativas ciertas coincidencias con los métodos que mucho más tarde haría suyos la clase obrera. “Sabotaje, huelga y presión, serán factores determinantes para que comiencen a aplicarse ciertas medidas proteccionistas, legisladas con posterioridad al levantamiento de 1712, pero no aplicadas en el archipiélago. Todas estas acciones contra el sistema determinaron el fin de la encomienda en marzo de 1782”, historió Cárdenas.

Los conquistadores encontraron en las islas las mismas dificultades que en el resto del territorio mapuche: los williche no vivían en caseríos, dispersión que dificultaba su control. Los intentos por concentrarlos chocaron “con la resistencia del indígena a hacer abandono de las tierras de sus ancestros”. La agricultura funcionaba a través de un “sistema comunal” que todavía se practica y se denomina minga: es “la unión de un grupo de vecinos especialmente para sus labores de siembra y cosecha, actividad que es retribuida al final de cada faena, con abundante comida y mucho licor”. Quiere decir que antes de la llegada de la cultura que se creía superior, el trabajo tenía entre los williche un carácter colectivo y festivo que ni siquiera hoy puede encontrarse en Occidente. La misma metodología se ponía en práctica para la construcción de las rucas o viviendas. “El pueblo mapuche-huilliche no tuvo autoridad centralizada o hegemónica, a excepción de las coordinaciones militares que se ejercieron, especialmente durante la guerra con los españoles”, estableció el historiador. Sobre el espacio donde se desarrollaban las tareas agrícolas existía cierta relación de propiedad, pero coexistían con amplias zonas sin dueño alguno, donde se cazaba y se recolectaba. El mar y las playas estaban incluidas entre las últimas, pero sobre unas y otras áreas, se desarrollaban trabajos con “espíritu de ayuda mutua y usufructo colectivo”.

Autogestión y acción directa

El anarquismo “se revela a través de un cuerpo de ideas-matriz entre las cuales a buen seguro se cuentan las que reivindican la autogestión, la democracia y la acción directas, el federalismo y el apoyo mutuo”, define el escritor y docente universitario Carlos Taibo. Como ideología y práctica, surgió a mediados del siglo XIX en el occidente de Europa y en su canon de pensadores, se acostumbra a ubicar a Mijaíl Bakunin, Piotr Kropotkin y Errico Malatesta, entre otros. Sin embargo, en los últimos 60 años y a partir del trabajo de unos pocos antropólogos, se acrecentó una certeza: “son muy numerosas las comunidades humanas que, desde tiempo inmemorial y en los cinco continentes […], han desplegado prácticas que a menudo recuerdan a esas ideas-matriz recién mencionadas”. Para el español, llamarlas anarquistas sería erróneo porque el gesto participaría del afán occidental de clasificar toda realidad según su propio prisma, aunque en parte claudica, al afirmar que “esas gentes no tenían necesidad alguna de saber que eran eso: anarquistas”.

Un peón español y otro chilote, en 1921.


En efecto, hubo comunidades humanas que se caracterizaron por desplegar prácticas libertarias (en el sentido histórico del término, nada que ver con el extremismo neoliberal) mucho antes de las formulaciones anarquistas, entre ellas, algunas de las primeras naciones del continente. El mapuche es un claro ejemplo de organización política, económica y social de carácter libertario. El historiador chileno José Bengoa describió que en su interior “se estructuró una sociedad de personas libres y amantes de su libertad; una sociedad que no requirió de la formación de un Estado omnipresente y esclavizador, una sociedad que, si bien por su número y densidad podría haberse transformado en un sistema jerarquizado, lo rechazó e hizo de la independencia de sus linajes familiares una cultura”.

Cárdenas y sus colegas observaron a fines del siglo XX que los williche de Chiloé no sólo se las arreglaron para continuar con el desarrollo de sus tradiciones ancestrales, además influyeron con ellas sobre la sociedad hispano-mestiza, inclusive hasta la actualidad.

Bayer reprodujo el testimonio de un compañero de Triviño Cárcamo, quien muchos años después describió al primer fusilado: “Era un muchacho entusiasta, cuando fueron a levantar la estancia, él se ofreció enseguida, solo por entusiasmo porque los trabajadores chilotes en aquel tiempo no sabían lo más mínimo de sindicalismo. Se adhirió porque todos nos adherimos”. Sin embargo, la misma fuente añadió que el chilote era un gran agitador, ya que, al arribar a las estancias, en los comedores de los peones o en los galpones de esquila, gritaba: “Es la huelga compañeros, no más hambre, ni sueldos miserables. ¡Viva la huelga, compañeros!”.

Williche hacia 1859


Quizá la gran mayoría de los peones de origen williche y sus compañeros champurria (mestizos) no supieran de estatutos, de burocracias y de planteos teóricos, pero entendían bastante de ayuda mutua, de igualdad, de resistencia a la autoridad e inclusive, de huelgas, tanto o más que sus pares españoles, rusos y alemanes. Adhirieron “todos” a la rebeldía obrera, porque para 1920 llevaban más de tres siglos de resistencias. Las columnas que galoparon por la estepa santacruceña portaban banderas rojas y daban vivas a la huelga. Pero también, “alaridos a lo indio”. Todavía pueden escucharse, si aguzamos el oído.

Bibliografía

Bayer, Osvaldo (1974): “Los vengadores de la Patagonia trágica”. Tres tomos. Editorial Galerna. Buenos Aires.

Cárdenas A., Renato; Montiel Vera, Dante y Hall, Catherine Grace (1991): “Los chono y los veliche de Chiloé”. Ediciones Olimpho. Santiago.

Mancilla Pérez, Luis (2019): “Los chilotes de la Patagonia Rebelde. La historia de los emigrantes chilotes fusilados en las estancias de Santa Cruz, Argentina, durante la represión de la huelga del año 1921”. Edición del autor. Chiloé.