Camboya

por Pamela Damia

En abril de 1975 una de las guerrillas de los Jemeres Rojos tomó Phnon Penh, la capital de Camboya. En tres días, la ciudad quedó vacía y parte de la población fue llevada a campos de exterminio. Choueng Ek fue uno de ellos, por allí pasaron veinte mil víctimas. Hoy es un museo de 17 pisos repletos de huesos y cráneos. Recorrer sus pasillos dispara preguntas sobre la memoria y la impunidad, allá y aquí.

Abril 2022

Las fotos en blanco y negro de la sala museo muestran montañas de cráneos y huesos al lado de las fosas. Hacia el final de 1980 fueron encontradas ochenta y seis de las ciento treinta fosas comunes. La más grande contenía cuatrocientos cincuenta cuerpos; en una había ciento sesenta sin cabeza; en otra, cien mujeres desnudas con los cráneos de sus bebés al costado.

Choueng Ek está a quince kilómetros de la capital de Camboya, Phnon Penh, en una barriada popular con calles de tierra y pocos árboles. Fue uno de los tantos campos de exterminio que hubo en Camboya entre 1975 y 1979 durante el dominio de los Jemeres Rojos, donde se calcula que pasaron veinte mil víctimas.

Apenas entrar al recinto a cielo abierto -que antes del genocidio había sido un cementerio chino- uno de los primeros carteles anuncia que para matar usaban herramientas de campo porque las balas eran caras: bastones, grilletes, hachas, azadas, ejes de automóvil. Alrededor de las fosas, hoy con césped, hay palmeras de azúcar y otros árboles. Las hojas de la palma son muy fuertes y gruesas, las enrollaban y con eso cortaban gargantas y cuellos. Incluso hay un árbol donde estrellaban niños hasta causarles la muerte. La audioguía reproduce testimonios de los verdugos, sus voces traducidas van colmando los sentidos; pero mi cabeza ya tenía suficiente con imaginar lo narrado.

Soy nacida y criada en Bariloche, universitaria de La Plata y una trotamundos cualquiera; y no porque me haya instalado quién sabe hasta cuándo en Barcelona, dejaré de considerarme nómade incurable. Los primeros viajes de los que tengo recuerdos fueron en el auto familiar sin aire acondicionado y tirándonos agua con mis dos hermanas en el asiento de atrás en plenas vísperas navideñas. Viajábamos cada año a la capital bonaerense a pasar las fiestas con la familia paterna. Yo siempre fui de marearme, iba en el medio para mirar hacia adelante y evitar el vómito. El lugar que cuento hoy, lleno de muerte, me provoca otra vez náuseas.

Desde inicios de la década venían tomando ciudades, pero el 17 de abril de 1975 una de las guerrillas de los Jemeres Rojos tomó la capital del país y con ello el control del territorio nacional. Phnon Penh quedó vacía en tres días, la población fue llevada a campos de trabajo o de exterminio. A partir de ese momento Camboya sería gobernada por Pol Pot, cuyo rostro no se conocería por mucho tiempo.

Separaron a las familias y muchos murieron en la evacuación de la ciudad. Para el nuevo régimen todos eran posibles enemigos, la mayoría no había hecho nada más que ser ciudadanos, gente urbana, y para los jemeres equivalía a ser un parásito y pertenecer a un mundo en decadencia. Se los hacía firmar declaraciones diciendo que eran espías de la CIA o la KGB para justificar las detenciones; eran profesores, médicos, estudiantes. La voz que me acompaña en el recorrido me cuenta en castellano neutro que una de sus proclamas era “mejor matar a un inocente por error que dejar con vida a un enemigo por error”.

Los Jemeres Rojos eran parte del Partido Comunista de Kampuchea y al tomar el poder bautizaron al país Kampuchea Democrática (KD). Decían que sus principios se basaban en la soberanía y la independencia, la dictadura del proletariado y los valores de la etnia jemer (o Kehmer, principal etnia de Camboya). Impulsaron una economía agraria basada en la producción masiva de arroz. El señor de la audioguía explicita que querían triplicar esta producción que vendían principalmente a China, aunque los prisioneros murieran de hambre o cansancio -la gente de la ciudad no sabía nada de agricultura y no soportó el ritmo esclavo- con esas potentes ventas entonces sí podían conseguir armamento.

Convertir a Camboya en un completo mundo rural, en sociedad sin clases, sin pobres ni ricos y sin explotación eran las enunciadas ideas principales. Pero cuando la explotación viene de quien prometió erradicarla, en mi imaginario aparece el “Reino del Revés” la canción que compuso la cantautora argentina Maria Elena Walsh. Entonces, “vamos a ver cómo es el Reino del Revés”:

Pol Pot construyó un ejército con campesinos jóvenes, pobres y no instruidos. Formaban parte de él tropas de niños soldados, tal como cuenta la película “Se lo llevaron: recuerdos de una niña de Camboya”, dirigida por Angelina Jolie. Allí se narra la violencia con la cual hicieron a todos desposeer sus bienes materiales, la uniformización de la sociedad obligada a trabajar en el campo y cómo enseñaban a los niños a minar las fronteras o territorios estratégicos, explosivos que aún hoy siguen enterrados.

Para lograrlo abolieron el sistema monetario y la propiedad privada; eliminaron el mercado y la cultura nacional, destrozaron hospitales, pagodas, iglesias, escuelas, universidades, monumentos de patrimonio histórico y edificios públicos, aunque algunos los convirtieron en graneros o prisiones. No había transporte público ni privado.

En Choueng Ek se hace un recorrido circular donde en el centro están las fosas sobre las cuales hoy hay manchones de césped amarillento, un estanque al que llaman lago, restos de construcciones y algunos arbustos. En el sendero, el sol parte la tierra pero algunos árboles dan el respiro que le falta a la alocución del relato en mis oídos.

Durante el recorrido encuentro casas de espíritus y pequeños santuarios dedicados a las almas de los antepasados. Un cartel explica que es el lugar de los que partieron y la morada de los espíritus que aún no encuentran reposo. Hay bancos para que el visitante descanse. Desde las copas de los árboles las chicharras orquestean con su unísono y perseverante cantar.

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Los genocidas de la cúpula de la KD eran de familias acomodadas y la mayoría había estudiado en Francia en los años cincuenta. Al volver a Camboya se fueron afiliando al Partido Comunista de Kampuchea y pronto ocuparon puestos de poder. Después de la masacre, cuando los vietnamitas y los desertores de KD terminaron con el régimen, estuvieron veinte años escondidos y activos en la selva, sin nadie que impartiera justicia. Según la versión oficial, Camboya se acercó a las Naciones Unidas recién en 1997, y en 1999 se creó un tribunal para juzgar a los responsables de aquel genocidio. Pol Pot murió bajo arresto, esperando ser juzgado por delitos de lesa humanidad.

También en mi ciudad, Bariloche vivían a sus anchas algunos nazis saboreando una sostenida impunidad. El más emblemático fue Erich Priebke, ex oficial de la Gestapo, y uno de los responsables de la Masacre de las Fosas Ardeatinas en Roma un 24 de marzo del ‘44, que tenía una fiambrería a la que mi mamá iba a comprar cuando era chica.

Recuerdo que de niña la única referencia a la presencia de nazis en mi ciudad fue un pequeño cartel con la foto de un señor pescando con mosca que decían “nazi escondido en la Patagonia”. Y yo apenas sabía que era un nazi. Era uno que oficiaba de guía de pesca, no me acuerdo el nombre, porque total, quién iría a buscarlo a un río color esmeralda donde se llega solamente en cuatro por cuatro o quizás solo a pie.

En la sala museo del Choueng Ek hay fotos en blanco y negro y gráficos de la cúpula Jemer, casi todos nacidos entre los años treinta y cuarenta del siglo pasado; la mayoría fallecidos de viejos:

Pol Pot fue el Primer Ministro de KD. De padre terrateniente, fue profesor de historia en Camboya, estudió en París sin recibirse, pero se inició allí en el activismo del Partido Comunista. Cuando el régimen cayó, se exilió en Tailandia y siguió siendo el líder de los Jemeres Rojos. El quince de abril de 1998 su cuerpo fue cremado, dos días antes del aniversario número veintidós de la caída de Phom Penh.

Khieu Samphan, doctorado en ciencias económicas en París, fue secretario de Estado para el Comercio en los primeros años de los sesenta cuando el príncipe Norodom Sihanouk gobernaba el país. Se exilió dos veces en la selva: una en 1967 acusado de comunista y la otra en 1979 por lo que había hecho en nombre de esa ideología.

Ieng Thirith, Ministra de Acción Social y la primera camboyana en obtener una licenciatura en literatura inglesa. Fue absuelta en 2011 por padecer Alzheimer. Fue esposa de Ieng Sary.

Ieng Sary, profesor de historia en una escuela de élite de Phnon Penh. Mientras participaba de acciones comunistas clandestinas, fundó los Jemeres Rojos y se convirtió en jefe de política exterior en la KD. Fue indultado en 1996 por el príncipe camboyano.

Nuon Chea, ideólogo del movimiento -número dos de la KD. Fue condenado a cadena perpetua junto a Khieu Samphan por crímenes contra la humanidad, exterminio, persecución política y otros actos inhumanos en 2018 y murió un año después.

Duch, sub campeón nacional de matemáticas. Se desvinculó de los Jemeres Rojos en 1980 y se volvió cristiano. Recién fue arrestado en 1999 y condenado a cadena perpetua. Falleció en 2020 en plena pandemia global del coronavirus.

Son Sen, Primer Ministro y Ministro de Defensa de KD, responsable directo de la prisión secreta de máxima seguridad de los Jemeres. Su relación con dicha prisión, principal centro de torturas y ejecuciones del régimen, consistió en el monitoreo de sus actividades y en el diseño de los programas y procedimientos de tortura. Además, fue comandante de las milicias contra Vietnam del norte y asesinado en 1997 por Pol Pot junto a trece miembros de su familia por una purga interna al mejor estilo Stalin.

Falta la foto de Ta Mok, el carnicero, el número tres según el organigrama del partido de fondo marrón, letras claras y fotos en sepia descolorido expuesto en la sala museo. Por algunos años, hasta su detención en 1999, fue Supremo Comandante Militar y mientras que a otros perseguidos concedían la amnistía por entregarse, intentó huir por la selva de Tailandia, pero lo encontraron y estuvo en prisión hasta que murió en 2006. Aún anciano, pretendía jugar a la guerrilla.

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Al final del recorrido se puede entrar a la estupa conmemorativa de diecisiete pisos. La cantidad es por el día de abril, el día de la caída de Phnon Penh. Pero, es cada 20 de mayo que se celebra el día Nacional de la Memoria dedicado a las víctimas de este otro holocausto. La audioguía cuenta que antes era llamado el “Día de la Ira” mientras que ahora prevalece la idea del recuerdo. O de la memoria como la entendemos nosotros.

Diecisiete pisos de estantes con huesos y cráneos se quedan cortos, y si hubieran sido veinte, también. Las paredes de la estupa son de vidrio transparente, los cráneos están apilados en tres filas; los huesos y huesitos alargados, tibias, peronés, húmeros y costillas están amontonados en una misma dirección sobre los anaqueles oscuros que contrastan con el sepia claro de la osamenta. Dice el folleto informativo del campo que no están todos porque no caben.

Más allá de la existencia de algunos grupos de intelectuales que en concordancia con organizaciones internacionales de derechos humanos abogaron por enjuiciar a los responsables cuando ya estaban viejos, se produjo una tácita reconciliación en la sociedad camboyana, que hizo que los crímenes de lesa humanidad un tema adormecido en las últimas cuatro décadas. No sé si es la personalidad, el temperamento, el budismo o qué, pero aquí no parece haber una movilización contra las injusticias o conciencia crítica colectiva traducida en movimientos políticos y sociales de relevancia. Puede ser también que desde Argentina tengamos la vara alta en este sentido.

La memoria, su recuperación y puesta en valor, es tan importante que más vale tarde que nunca. En Bariloche desde hace unos 20 años familiares y amigos de desaparecidos o asesinados por la dictadura pintan pañuelos blancos en el Centro Cívico y cada 2 de abril se realiza una vigilia por Malvinas -en el mismo lugar- para recordar a los excombatientes.

Amigos extranjeros en Camboya, me cuentan que el pueblo asume que la masacre pasó y ya, aunque todos hayan perdido a alguien en el genocidio. Pero no se ve una sociedad fracturada. Hun Sen, el Primer Ministro en el poder desde hace cuarenta y dos años, y quien fuera un Jemer Rojo y luego se fue a combatirlos desde Vietnam y volvió al país con la liberación del territorio), dijo en la década del ochenta: “Hay que hacer un hoyo y enterrar el pasado". Dicho y hecho.

Vengo de una tierra donde la memoria es activa política de Estado. Ahora vivo en una -España- en la que no, que esconde los horrores de su historia reciente en fosas comunes (aún no exploradas) al lado de las rutas. Si no fuera por el turismo, tal vez Camboya tampoco tendría una excursión donde te despiden ese montón de huesos de cuerpos incompletos.