Correr descalza hacia la libertad

por Camila Vautier

S. huye de una red de trata de personas en El Bolsón. Corre descalza hasta la Comisaría en busca de ayuda. En el pueblo, el aire frío del invierno también congela preguntas. Preguntas filosas como el hielo.

Ilustración: Cele Freire

Julio 2022

Quizás fue el error de alguien que ese día no hizo lo que debía, no dio las dos vueltas de llave a la puerta. O se distrajo, y en un acto involuntario, dejó la ventana abierta. Una hendija de luz en la oscuridad que a ella le fue suficiente para dar el salto. Sus sentidos, que seguro siempre estaban alertas, entrenados por la amenaza constante de sus captores, detectaron que había llegado el momento. Y S. ni siquiera perdió tiempo en calzarse: corrió.

¿Sabía a dónde iba? ¿Lo había planeado una y mil veces?

Pienso en su huida, en esa carrera hacia la libertad. La imagino atravesando el frío de un otoño particularmente agresivo, el viento golpeando en la cara, la helada quemando los pies. En noches como esas, donde el cielo está despejado, en El Bolsón cae una helada blanca que lo congela todo. Como el miedo.

¿Qué se sentirá escapar?

Si corrió de sur a norte, tal vez venía del centro. Si llegó desde el oeste, pudo haber corrido sobre las veredas de cemento, pasado frente a la Escuela Primaria 140 a la que fui de chica y luego por el Jardín 21: las cuadras son largas.

¿Alguien la vio pasar a toda velocidad?

Habrá llegado sin aire a la Comisaría de la Familia donde le tomaron declaración. Esa esquina iluminada por una tenue luz naranja, justo antes de que se termine el asfalto y continúa una calle de tierra. Ese último punto donde hay edificaciones y después todo es terreno plano y extenso, el Aeropuerto.

La Comisaría es un lugar pequeño y las estufas calientan rápido el ambiente. El cuerpo con el calor se ablanda. La oficial Campillay, jefa de la dependencia policial, dice que llegó descalza, escapando de una red de trata de personas que la tenía cautiva desde hacía por lo menos tres años.

S. dijo que huía de una situación de violencia de género, como la que ya había relatado en otras dos oportunidades. Y contó algo más: había sido raptada de niña y pasado por otros destinos antes de llegar a El Bolsón. Estaba indocumentada y sus captores la retenían con amenazas.

El Bolsón es una localidad del sur de la provincia de Río Negro, Patagonia Argentina, a la que miles de personas visitan cada verano para recorrer sus paisajes, bosques, montañas y ríos. Algunos, tan aturdidos de las grandes ciudades, vienen buscando la paz de un pueblo chico que ya no lo es. Una postal del paraíso, una promesa de felicidad. Una oportunidad de trabajo.

¿De dónde será ella? ¿De Chaco, de Misiones?

Fernanda Calfín, delegada en Río Negro del Comité Ejecutivo de Lucha contra la Trata y Explotación de Personas, dice que tanto en El Bolsón, como en los otros pueblos que componen la Comarca Andina (El Hoyo, Lago Puelo, El Maitén, Epuyén y Cholila), la trata con fines de explotación laboral es una modalidad muy extendida. Vienen de las provincias del norte argentino a trabajar en la cosecha de lúpulo o fruta fina.

¿Cuántas personas habrán llegado con una oferta de empleo que terminó en engaño? ¿Habrá sido una de ellas?

Antes, las personas que eran captadas por redes de trata solo pasaban por Río Negro para ser explotadas en otros lugares como Santa Cruz. Pero ahora éste también se convirtió en territorio de acogida y explotación.

La noticia de su huída apareció en los medios varias semanas después. El Consejo Local de las Mujeres, que reúne a organizaciones feministas y áreas de género de diversas instituciones, repudió el tratamiento mediático del tema: no debería haberse filtrado información que pudiera ponerla en riesgo.

¿Cómo suceden estas cosas tan cerca, sin que nos demos cuenta?

Antes de que ella recuperara su identidad y se fuera de El Bolsón para comenzar una nueva vida, Campillay le dio un abrazo pensando que, por la edad, podría haber sido su hija.

S. también podría tener el mismo nombre que yo. El mismo nombre que cualquiera de mis amigas. Ella podría ser cualquiera de nosotras.

¿Nadie la vio antes de eso? ¿Me la habré cruzado alguna vez? En la Plaza, quizás. Yo con mi bebé, ella con su captor al lado, vigilándola.

Calfín se lamenta porque aunque una persona tenga su celular a mano no podría usarlo para enviar un mensaje de ayuda. Explica que las redes de trata trabajan tan finamente que no son necesarias cadenas: tienen estudiado el entorno familiar, los amigos y amigas. La amenaza es permanente.

Pienso en ella y la recuerdo a Otoño Uriarte, la joven que vivió en El Bolsón y en 2006 fue secuestrada y asesinada en Fernández Oro. Pese a las pistas que vinculan su caso con una red de trata con fines de explotación sexual, la investigación lleva más de 15 años estancada.

¿La causa de S. correrá la misma suerte?

Según datos de la Procuraduría de Trata y Explotación de Personas (PROTEX), entre 2009 y 2022, a nivel nacional solo se produjeron 488 sentencias por el delito de trata. Casi en el mismo período (2008-2022), la Línea 145 recibió 20.146 denuncias.

La chica que escapó descalza fue ingresada al Programa Nacional de Rescate y Acompañamiento a las Personas Damnificadas por el Delito de Trata, su identidad es reservada para protegerla. El secreto de sumario de la causa que tramita en el Juzgado Federal de Bariloche impide acceder a otros datos.

Fernanda Calfín explica que en todos los casos el Comité les ofrece volver a su lugar de origen, con sus seres queridos.

¿Tendrá S. un lugar al que regresar?, ¿estará ya con los suyos, cuál paisaje verá por su ventana, qué zapatillas la abrigarán ahora?