El cura que no bendecía Bancos

por Ángeles Alemandi

#MemoriaVerdadJusticia. A 46 años del golpe.

Valentín Bosch atendió las capillas católicas del sur de La Pampa entre 1967 y 1976. Su tarea pastoral fue revolucionaria, desconcertante para pueblitos y parajes que miraban desde lejos lo que pasaba. Redactó, ilustró y distribuyó cada domingo después de misa el boletín Encuentro, que casi le costó la vida. Fueron 330 números que luego del golpe de Estado le prohibieron publicar.

Marzo 2022

Es como un cofre. No por el color: marrón oscuro. No por el aroma de objeto bien guardado. No por la delicada forma en que Luis lo tiene entre sus brazos, no por esa preocupación que se le nota en la mirada respecto a quién lo custodiará cuando él falte. Es como un cofre porque contiene un tesoro: las casi 330 hojas Encuentro que el Padre Valentín Bosch repartió entre los fieles al final de cada misa de los domingos entre 1969 y 1976, mientras vivió en General San Martín, La Pampa.

Hojas sí, hojas oficio. Las escribía a máquina y después las duplicaba con un mimeógrafo. Lejísimos están de ser un pilón de avisos parroquiales: son brazos de un río de tintas agitadas. Luis Berardo, escribano, católico, amigo del sacerdote, siempre lo supo.

Valentín llegó a este pueblo en el 67, era un sacerdote catalán de ojos azules, ni alto ni bajo, que siempre andaba de pantalón y camisas, jamás de sotana, y que -me dijo la vecina Irma Harguindeguy- si lo veías caminando por la calle nada te decía que era tan especial.


No sólo atendía la casa pastoral de General San Martín, también la de las localidades vecinas como Jacinto Arauz, Bernasconi, Hucal, La Colorada Chica, Abramo y Villa Iris. Y su tarea, en cada lugar, fue mucho más allá de las actividades convencionales de un sacerdote. Creó el grupo de las manzaneras: mujeres católicas que debían visitar a sus vecinos para conocer sus necesidades, sus problemas, los dolores que los aquejaban; se preocupó por la distancia que se imponían entre sí las diferentes religiones que convivían en el pueblo (judíos, luteranos, protestantes, evangélicos, católicos) y en nombre del ecumenismo un día se le ocurrió hacer un asado para juntar a todos; organizó eventos culturales adelantados para la época pensando en la juventud, en el lugar de la mujer, en la sexualidad e invitaba a profesionales o profesores universitarios a dar charlas; y en las fotos, también se lo ve muy contento, subido a un andamio, ayudando a levantar el nuevo templo. Lo que no se ve en ninguna imagen de las pocas que se conservan de aquel tiempo, es lo que nadie que estuvo en alguna de sus misas, olvida.

Sobre el lado izquierdo del templo tenía un pizarrón cubierto con enormes hojas blancas. Daba el sermón, basándose en las palabras del Evangelio, pero sin perder de vista las problemáticas sociales. Para que todos lo siguieran, tomaba el marcador y escribía, hacía gráficos, encerraba con círculos palabras claves, trataba de ser práctico, didáctico. Y así daba cátedra sobre la mala distribución de la riqueza, mostraba cómo eran explotados los obreros, insistía en que un buen cristiano debía tener conocimientos sobre la sociedad y el mundo y sólo así podría comprometerse con la realidad. Todo esto lo cuenta Luis Berardo en el libro que acaba de publicar en forma autogestionada: Padre Valentín Bosch.

-Era como un maestro- dice otra vecina, Delia Gaviot.

Pero el recuerdo no termina ahí: cuando la hora de la misa se cumplía y todos se persignaban y se retiraban de la Iglesia, en el atrio, un colaborador del Padre entregaba el boletín Encuentro. Una hoja delgada, que ahora parece demasiado frágil, que tiene un encabezado que al principio era de tinta negra y luego fue azul o verde o roja, que estaba siempre fechada y numerada. En ese cuaderno-cofre, donde se conservan la mayoría de las hojas, las palabras y las ilustraciones de Valentín siguen vivas, actuales, punzantes.


Por momentos tiene el tono de un diario de pueblo que cuenta sucesos locales: desde quien ganó la maratón de los empleados del ferrocarril a qué está pasando con la huelga salinera; hay secciones de crónicas donde relata la Fiesta de la Emita o el último campamento; sin olvidarse de recordar que comienzan las clases de catecismo, que Cáritas sigue recolectando ropa, que un matrimonio de viejitos necesita ayuda o que una mujer viuda no tiene dónde vivir y quizá alguien conoce un lugar… También tiene boca para llamar la atención de las señoras que contratan muchachas para las tareas domésticas y les pagan sueldos indignos, les dice: “¿Es que usted saldría de su hogar para ganar lo que ellas ganan?”. A veces aparecen recuadros con información internacional: “Se agudiza la lucha en Irlanda del Norte” y el Padre parece un corresponsal de guerra. Aún no llegaba a su ejemplar 100 y Valentín, bajo el título Sacerdotes y Política, explicaba quiénes eran y en qué creían los curas tercermundistas. En 1972 ya hay Encuentros que hablan de la mujer, Valentín pide “que deje de ser manipulada y utilizada para el servicio del hombre. No debe ser ella esclava en el hogar, ni del marido, ni de los hijos, ni de la sociedad”. El boletín N° 294 es una rareza: tiene dos hojas, la segunda se titula: “¿Por qué el Padre Valentín no bendice Bancos?” y relata con desparpajo e ironía cómo tras varias inauguraciones de Bancos en los pueblos de la zona recibió un llamado del Obispo para que le explicara porqué se negaba a dar las bendiciones, y responde dando una clase acerca de la historia del dinero, de cómo nos “esclavizó” y de que la llegada de los Bancos dentro del sistema capitalista solo vino a favorecer al que más tiene. Otro domingo publica el balance con las entradas y las salidas de dinero. Más adelante, hacia 1975, sus hojas también se convierten en diccionarios que definen palabras como: Extremista, Violencia, Subersivo, Delincuente, Guerrillero, Represión, Terrorismo, Estado de Sitio. También hace una entrada para Fachio, dice: “lo afirman los izquierdistas de sus compañeros de clase media que tienen preferencias por la Derecha, para ofenderlos y descalificarlos por la sinrazón, el fracaso y los atropellos que a los fachistas les achaca la historia”; Zurdo: “lo aplican los de derecha a sus compañeros de clase media que se inclinan por la izquierda para denigrarlos y descalificarlos porque para muchos zurdo y comunista es lo mismo (como si el ser comunista fuera el peor mal que le puede ocurrir a un individuo y la mayor amenaza que pueda pesar sobre un país)”.

Después del Golpe del ‘76, se cree que el Obispo Diocesano Monseñor Arana, le pidió moderación a Valentín. Luis Berardo, que era miembro de la Comisión que trabajaba por el Templo nuevo de General San Martín, supo que algunos “fieles de la zona”, horrorizados del sacerdote que predicaba contra los militares, agotados de las ideas que exponía en Encuentro y señalando que sus sermones estaban poblados de ideas de izquierda, viajaron a Santa Rosa para denunciarlo ante el Obispo. Por atrás fueron Berardo y otros vecinos a dar su versión: “le manifestamos que era profundamente humano, con sentimientos sociales y religiosos dirigidos a trabajar para evitar la explotación laboral y las injusticias sociales”, cuenta en el libro.

No sirvió de nada. El 24 de junio de 1976, el sacerdote recibió una carta firmada por Arana donde se le prohibía “terminantemente” la publicación de Encuentro. Esa nota se lee en el último boletín, que no está fechado ni numerado, es un “RIP. Fuera de serie. Únicamente para coleccionistas”, donde Valentín decide acatar al superior, al menos “hasta que el tiempo aclare”.

Pero todos lo sabían: la oscuridad era cada vez más profunda. El 14 de julio de 1976, un grupo de tareas de la Subzona 14 integrado por militares y policías, ingresó al Colegio José Ingenieros de Jacinto Arauz y secuestró a un grupo de profesores. Cuando el Padre Valentín Bosch dio la misa el domingo siguiente se salteó todas las canciones: fue su modo de dejar en claro que nadie podía estar contento teniendo a vecinos de la comunidad detenidos. Posiblemente después de esos acontecimientos, Valentín tomó este cofre, esta recopilación encuadernada de Encuentro y se lo llevó a Luis Berardo para que lo cuidase, como un tesoro. Tenía miedo de una requisa que al final se concretó. Un comando militar llegó una noche en la que el sacerdote no estaba en General San Martín, revisó la casa parroquial, no encontró nada. Se cree que la misma madrugada la brigada fue a la capilla de Jacinto Arauz donde Valentín tenía la máquina de escribir y el mimeógrafo. Los dos objetos nunca más se recuperaron.


A finales de ese mes, el Padre recibió una carta común, sin membrete, y escrita a máquina, con letras mayúsculas, donde, según cuenta Berardo en su libro, le daban quince días para que abandonara la provincia o procederían a su ejecución: “Los cerdos marxistas y tercermundistas serán exterminados hasta que no quede uno sólo en pie”.

El nuevo Templo ya tenía todas las aberturas colocadas, incluyendo la puerta de entrada, y estaba techado, pero aún faltaba para terminar la obra, había escombros por todos lados, no tenía bancos. El Padre Valentín había trabajado tanto con la comunidad para hacerlo realidad, que cuando llegó el día de la partida, los fieles armaron un altar provisorio y dio allí su última misa.

Volvió a España, su tierra, luego partió en misión sacerdotal a Venezuela. Se siguió escribiendo con Berardo, Luis lo visitó algunas veces. En 2002 regresó a General San Martín, quería ver con sus ojos el Templo, volver a esta tierra seca y desolada que él amó, abrazarse con aquellos vecinos que se volvieron amigos. Hay una foto en la que está junto a Luis y toda su familia. Valentín viste pantalones, camisa y tiradores, una campera tejida liviana. Sonríe. En la foto en blanco y negro su cabello canoso resplandece. Mira a la cámara a través de unos anteojos oscuros de molduras anchas. Atrás de él, colgado en la pared, se lee el recorte de un cartel que jura que la verdad nos hará libres. Murió en Barcelona, en octubre de 2011.


En aquella Encuentro fuera de serie, que pronosticaba muy mal tiempo, Valentín tomó las palabras de Monseñor Benavent, obispo de Granada, para explicar qué intentó ser el boletín durante esos ocho años, esos 330 números, citó estas líneas: “A mí no me interesan las etiquetas que cubren los pucheros donde se cuece el cocido. A mí me da igual que pongan encima de la tapadera del puchero una etiqueta u otra. Lo que procuro es levantar la tapadera para VER qué es LO QUE SE CUECE dentro”.