Historia de un asesinato

por Santiago Rey

Amanda Alves Ferreira, mujer trans brasileña, está prófuga. Fue condenada a prisión perpetua por un homicidio cometido en Bariloche. Santiago Rey investiga la historia detrás del crimen y habla con ella desde la clandestinidad. Esta es una crónica que se escribe en vivo.

Ilustraciones: Delfina Filloy

Mayo 2025

- Brasil, ¿calentaste agua para el mate?

“Brasil”, pantalón negro, pullover de cuello alto, de lana, gris y rojo a rayas gruesas horizontales, pelo corto peinado hacia atrás, se levanta, busca agua en una bacha comunitaria, prende una hornalla y coloca encima una pava de lata pequeña, plateada y ennegrecida.

El compañero de celda vuelve a reclamar por el agua para el mate. Amanda Alves Ferreira, displicente, le da la pava ya caliente.

A pesar del tono imperativo del pedido, algo de temor respetuoso se adivina en los rostros de los otros cinco compañeros de celda. Se extendió el rumor de que la brasileña trans de 31 años que anunció su transición de género durante un juicio, es, además, espiritista, umbanda, y Amanda aprovecha el dato: habla de Oxum, de Ogun, se queja de que no la dejan entrar velas a la prisión, pero dice que para algunos rituales no es necesario.

Es 23 de noviembre de 2023 y es la primera vez que visito en la Unidad Penal 3 de Bariloche a Amanda Alves Ferreira, condenada por homicidio agravado.

- Creo en la reencarnación. Fui mujer en tres vidas anteriores-, me dice.

Los otros presos la miran con extrañeza. Tal vez porque lee, escucha música y mira series que no encajan en el estereotipo del preso en Bariloche. Se queja de la cumbia que resuena en la sala de visitas.

- Soy extranjera, espiritista, indígena, transexual.

Dice y sonríe.

- Soy una artista acá en la cárcel, soy una bruja, peligrosa, traficante, lesbiana, acá en la cárcel soy todo eso.

Dice.

Amanda dice que reinició su hormonización, que está transicionando, que está irritable, con la piel mal, que le duele, que es un sacrificio, que después de tres meses tiene que tomar bloqueadores, y que cuando esté libre o en otra vida se hará las operaciones completas, que se agregará tetas, dice, que se hará la vaginoplastía, que en la cárcel, dice, “soy extranjera, espiritista, indígena, transexual, artista, bruja, peligrosa, traficante, lesbiana”.

No dice “soy una asesina”.

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La noche del 16 de febrero de 2022, aproximadamente a las 0,50 horas, quien todavía se presentaba como Fernando Alves Ferreira condujo un Chevrolet Joy dominio AD 025 HX, color gris oscuro, desde la calle Beethoven 290 -a la altura del kilómetro 25 de la avenida Bustillo- hasta la zona de nacimiento del sendero del lago Escondido, en Circuito Chico, oeste de Bariloche. En el auto iban además Eduarda Santos de Almeida -una joven de 27 años, también brasileña- y los tres hijos que había dado a Fernando para su crianza.


En esa zona boscosa y según reconstruyó la fiscalía que entendió en el juicio, Alves Ferreira empuñó y disparó un número no determinado de veces un revólver marca Smith & Wesson modelo 686 calibre .357 magnum, número de serie AYJ 9878. En el lugar, algunas horas después, Eduarda fue encontrada muerta.

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17 de noviembre de 2023. Escribo por whatsapp:

“Hola Amanda, cómo estás. Tu número me lo pasó XXX. Quería saber si podía conversar con vos, ir a visitarte. Voy a escribir la historia de lo que pasó con ustedes y quiero conocerte y escucharte. Ojalá sea posible. Saludos”.

Desde un primer momento el caso tuvo para mí un alto interés periodístico. Víctima y victimaria conformaban un núcleo de amor y amistad y también de desconfianza, engaño, manipulación, y finalmente muerte.

- ¡Hola! Es un gusto, no hay problemas- me respondió un minuto después del primer mensaje.

El asesinato de Eduarda tenía y tiene todos los condimentos periodísticos: migrantes brasileñas en Bariloche, sustitución de vientre, un homicidio sin testigos, cambio de género, un jurado popular.

Cinco días después del intercambio de whatsapp, nos vimos por primera vez. En ese momento no sabía que a la lista de hechos que me interesaron del tema habría que agregar una fuga y un reportaje desde la clandestinidad.

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¿Qué se le dice a una asesina?, ¿cómo se saluda a una asesina?, ¿la mano, un beso?, ¿se dice lo siento, cómo estás?, ¿cómo puede estar una mujer trans condenada a prisión perpetua, encerrada en una celda con cinco hombres, en una ciudad ajena, con un idioma ajeno?, ¿se pregunta por qué lo hiciste?, ¿se pregunta: lo hiciste?.

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El vínculo entre Alves Ferreira y Eduarda Santos de Almeida era fluctuante. Se conocieron de adolescentes a principios de la segunda década de este siglo en las playas y fiestas de Angra Dos Reis, donde ambos vivían.

Alves Ferreira decidió en 2018 migrar a Bariloche. Una relación distante con su familia -religiosa y conservadora- que no terminaba de asimilar su elección sexual y algunos problemas derivados de su trabajo social en las favelas, lo llevaron a instalarse en la ciudad patagónica. Desde allí retomó contacto virtual y telefónico con Eduarda, y la invitó a viajar.


Desde el arribo de Eduarda a Bariloche, mantuvieron un vínculo amoroso y odiante, de cariño y dependencia, de atenciones y celos, que, a pesar de sus complejidades, permitió que la joven confiara a su amigo la crianza de tres de sus siete hijos. Los primeros dos -mellizos que al momento de la muerte de Eduarda tenían dos años-, nacieron en 2019 producto de un procedimiento de fertilización in vitro realizada con semen de Alves Ferreira y quien era su marido, Marcelo Ramírez, fallecido durante la pandemia.

Después de los mellizos y una breve estadía de Eduarda en Brasil, la joven regresó embarazada a Bariloche y en diciembre de 2021 parió una bebé, su última hija. También se la entregó a Alves Ferreira.

Para el Fiscal Jefe Martín Lozada, quien intervino en el proceso judicial, desde un inicio la relación estuvo signada por la dominación y el ejercicio de poder de Alves Ferreira sobre Eduarda. Durante la formulación de cargos, el fiscal dijo que “Alves Ferreira se aprovechó de la diferencia que había entre sus posibilidades y las de Eduarda. Posibilidades económicas, respecto de una mujer joven, extranjera, sin papá, sin mamá, sin hermanos ni amigos en la Argentina, a la que había contratado para que le sirva y le dé lo que justamente por su condición de varón él no puede tener: hijos”.

El complejo vínculo incluyó peleas, gritos, afecto, ausencias, manipulación. Hasta que una noche de febrero de 2022 todo terminó con una serie de disparos.

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Si el momento hubiera estado acompañado de una música incidental, si la cámara hubiese ido del rostro de Alves Ferreira al de su abogado en una toma secuencia íntima y a la vez confesional, si los actores elegidos hubieran sido sutiles, mínimos en sus gestos, la escena merecería un premio. Fue así:

El 18 de febrero de 2022, dos días después del asesinato de Eduarda, a las 9,40 horas, la sala de debates del edificio del Poder Judicial de Bariloche recibe por primera vez al principal sospechoso en audiencia de formulación de cargos. Están allí sus abogados en una primera instancia, Pablo Calello y Mauro Lezcano, y los fiscales Gerardo Miranda y Martín Lozada.

El juez Sergio Pichetto consulta a Alves por su número de documento y dirección. Un minuto después el Fiscal Miranda comienza con su acusación, Alves se saca el barbijo negro con el que se presentó, se alisa el pelo hacia atrás.

Miranda pide cuatro meses para investigar, y la prisión preventiva del acusado. Detalla el hecho, las pistas, el hallazgo del arma, el faltante de municiones, el lugar donde Eduarda fue llevada y asesinada. Alves lo mira fijo, imperturbable.

Miranda concluye a las 10,12 horas. Un minuto después, el abogado Calello informa que Alves no va a declarar, haciendo uso de su derecho constitucional. Sin embargo, el imputado acerca el micrófono a su boca y pide hablar. “No puedo más”, dice. Su abogado pide permiso para acercarse, le habla al oído, le dice que no tiene que decir nada, pero Alves insiste, dice que el horario que menciona el fiscal no se corresponde con el de la ocurrencia de los hechos, dice que no escondió el arma porque no tiene nada que ocultar, y sobre todo pide que se periten todos los teléfonos para desestimar que existiese una relación de poder y dominio sobre Eduarda Santos de Almeida.


Alves, a las 10,33, dice que no quiere defensa, que pretende “declarar solo”, el juez le aclara que eso no es posible, el abogado pide acercarse a su defendido, “yo no quiero”, dice Alves, el abogado se para, vuelve a caminar los tres pasos que lo separan de su defendido, le habla al oído durante 45 segundos, le dice que no es el momento de hablar, que no lo podrá defender en esas condiciones, que la carga para demostrar su supuesta culpabilidad recae en los fiscales, que no los ayude, el abogado vuelve a su silla, son las 10,34, Alves dice “yo quiero declarar”. Ya sentado, su abogado abre los brazos, “no lo puedo creer”, parece que dice, no mira a su defendido; Alves anticipa que va a declarar todo y pregunta cuánto tiempo tiene, “el que usted necesite” le responde el juez, el abogado se toma la cara, pasa la palma de la mano por la frente. Finalmente, a las 10,36 del 18 de febrero de 2022, Alves dice:

- Yo me declaro culpable por la muerte de Eduarda Santos de Almeida.

Fundido a negro.

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La confesión del crimen protagonizada en los Tribunales por Alves Ferreira no fue la única escena que pide a gritos un documental:

El 14 de abril de 2023, a las 8,38 horas, en el edificio de Tribunales de Bariloche, el juez Juan Martín Arroyo da inicio a la audiencia de control de acusación, una instancia previa al juicio por jurado popular, y tras saludar a los presentes dice al acusado: “Está presente Fernando Alves Ferreira”, y le pregunta: “¿Ese es su nombre completo?”.

Alves, vestido de negro, acusado de homicidio agravado y femicidio, la campera puesta, pelo corto y negro peinado hacia atrás con gomina, orejas breves, anteojos con patillas negras, frente amplia, nariz fina, labios marcados, se acerca al micrófono y le explica al Juez: “Me autopercibo una mujer trans”. Y pide ser llamada Amanda. Los presentes en la sala no alcanzan a reaccionar. Alves agrega: “Estoy con el proceso de cambio de nombre y género. Me gustaría que fuera reconocida, de última, como Alves, pero no como Fernando”.

El juez insiste: “Para su identificación a los fines de una audiencia, en su documento figura Fernando Alves Ferreira”.

- Sí señor.

- Y usted manifiesta que no desea ser llamado Fernando.

- No. De última que se refieran a mí como Alves.

Fernando ya no existe. Amanda irá presa.

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En la sala de visitas de la cárcel, Amanda ceba mate con la solidez y experiencia de un argentino: temperatura y frecuencia justa, no deja que se enfríe, cambia la yerba para sostener el sabor. Ese ritual no la distrae de su objetivo del encuentro: transmitir su relato de los hechos, establecer dudas sobre lo sucedido, mostrar a Eduarda ya no como una víctima sino como partícipe de un vínculo tóxico con igual responsabilidad y culpa. “Ella no era una víctima. Yo tampoco lo era”, me dice.


Algunos mensajes telefónicos previos al crimen, dieron a la fiscalía la dimensión de un hecho planificado, organizado al detalle. Sin embargo, Amanda asegura no ser una estratega. Estrategista, dice en portuñol: “No planifiqué nada”.

Frente a un mate de plástico que ceba con exactitud, dice que no es planificadora ni calculadora. “Soy taurina, quiero estabilidad y equilibrio”, sonríe, “hijos, una familia”. Y me muestra un tatuaje en su brazo: “Nunca fue suerte, siempre fue Dios”.

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Durante los alegatos de apertura de la instancia oral y pública del juicio, el Fiscal Lozada planteó que el cambio de identidad era una estrategia de Alves para evitar una condena bajo la figura de “femicidio”. Y se refirió a él siempre en masculino.

El Fiscal Jefe que tuvo a su cargo el caso, aseguró a este cronista que “hizo lo que tenía que hacer”, es decir, acusar a Alves por “femicidio”.

En su despacho del segundo piso del Ministerio Público Fiscal, con vista al lago Nahuel Huapi, Lozada dijo que cuando apretó el gatillo, en febrero de 2022, Alves era un varón. “Al momento del femicidio no hay ningún elemento objetivo que nos permita situarnos frente a un varón que deseaba ser mujer”, dice. Y agregó: “Hasta ese momento, nunca a nadie le dijo ‘soy Amanda’”.

Pero para Luciana Sánchez, abogada lesbiana -según pidió ser presentada para esta crónica-, el debate sobre la fecha de declaración de la autopercepción no es trascendente. “La identidad no tiene que ver con un momento”, explicó, “las personas no tienen una sola dimensión de la identidad. Sobre todo en un contexto de histórica violencia institucional y social contra la comunidad LGBTIQ+, no se puede expresar la identidad de la misma manera”.

Planteó que en “una dimensión de la identidad criminalizada, estigmatizada, (a estas personas) no se les puede exigir lo contrario, es decir que tengan que demostrar una identidad, porque pueden verse expuestas a riesgo”.

Sánchez señaló que, tal como establece la Ley, “con la autopercepción alcanza” y que “ella (por Amanda) no tenía dudas sobre su identidad”.

Cuestionó, en ese sentido, que el caso haya llegado a la instancia de resolución bajo la figura de femicidio: “Creo incorrecto someter ese tema al jurado, es ilegal, patologizante, estigmatizante. A ninguna otra persona se le pone en cuestión dimensiones de su identidad de género cuando es expuesto a la justicia penal”, dijo.

“La ley es clara, el tipo penal tiene que ser interpretado a la luz de la identidad de género, no puede un jurado hacerlo”, concluyó.


Un año y cuatro meses después de la muerte de Eduarda Santos de Almeida, el 30 de junio de 2023, un jurado popular de Bariloche compuesto por doce personas condenó a Alves por los delitos de “homicidio agravado por haber sido cometido mediante arma de fuego y alevosía y por la portación ilegal de arma de guerra de uso civil”.

No incluyó la figura de femicidio. Le fue impuesta una pena de prisión perpetua.

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Durante mi segunda visita en la Unidad Penal, el 7 de diciembre de 2023, Amanda dice muchas cosas. En la celda de tres por dos metros, seis camas de hormigón pegadas a la pared, un brasero eléctrico en el piso, Amanda habla durante las seis horas que dura el encuentro. Dice que la noche del homicidio disparó solo una vez, que no la mató, que sueña mucho con Eduarda, que la ve en la playa, que le dice “loca, te moriste”, que ella le pregunta por los niños, que la fiscalía construyó una historia sin pruebas, que no hubo violencia de género. Me dice que la próxima vez lleve facturas sin relleno para que las deje pasar la guardia, que es vegetariana hace 22 años, que es traductora de lenguaje de señas, que vivió en África, que amaba a su abuela, que su mamá es una indígena kariri de la zona del Amazonas, y que un día, “un día me voy a escapar”.

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Ese día fue el 6 de agosto de 2024. Aproximadamente a las 21,30 horas, vestida con ropa negra, una gorra y zapatillas blancas, saltó el cerco perimetral de la penitenciaría, abordó un auto que la estaba esperando y logró fugarse. Los uniformados detectaron su ausencia al día siguiente. A esa hora, Amanda Alves Ferreira ya estaba en camino a otro país.

Desde entonces ni la Justicia, ni los servicios de inteligencia, ni el Gobierno pudieron encontrarla.

El 16 de noviembre de 2024, la ministra de Seguridad de la Nación, Patricia Bullrich, posteó en su cuenta de X que “Segunda es la vencida (SIC): no esperamos la tercera” para referirse a la decisión de ofrecer una recompensa de 5 millones de pesos por la captura de “Fernando Alves Ferreira”. Agregó que “para reducir su condena, intentó engañar a la Justicia con un relato woke de género diciendo que se autopercibía mujer. La Justicia de Río Negro no cayó en la trampa y le dictó prisión perpetua”; y que “ofrecemos una recompensa de 5.000.000 de pesos por su captura y lo buscamos, vestido de hombre o mujer, porque conocemos su engaño”.

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Fuentes policiales y judiciales aseguran que el cerco sobre Amanda se fue cerrando en las últimas semanas, que la Interpol ya sabe dónde vive, dónde trabaja, que la detención es inminente.

Cuando después de la fuga nos contactamos telefónicamente le pedí, desde un primer momento, que no me dijera dónde estaba, que evitara toda referencia geográfica. No quería ser cómplice de un delito, y al mismo tiempo, pretendía asegurar el resguardo de la fuente, premisa periodística. Amanda cumplió, aunque con poco de indagar, al igual que Interpol, creo saber dónde se oculta. Su propio histrionismo la lleva, consciente o inconscientemente, a exponerse. Su detención dependerá de decisiones judiciales y políticas, y también de la diplomacia internacional.

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El pasado 6 de marzo, siete meses después de la fuga, la entrevisté para el diario brasilero Folha de Sao Paulo. Dijo que a Eduarda la mató una organización criminal dedicada al tráfico de personas. Dijo que ella estaba reconstruyendo su vida en “algún lugar de Latinoamérica” y que presentaría un pedido a la cancillería de su país para ser nuevamente juzgada ya que, aseguró, la justicia argentina es corrupta y durante el proceso se produjeron innumerables fallas: “El juicio fue manipulado”.

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El avatar de su whatsapp muestra una silueta en gris y blanco. Desde hace más de diez días no le llegan los mensajes. Enojada, muerta, secuestrada, presa, pienso. Es una historia que se escribe en vivo. “Estrategista” o en manos de Dios. Una crónica con final abierto.