Las cartas del jinete de Paso Aguerre

por Pablo Montanaro

Este texto forma parte del libro “Malvinas. Historias para no olvidar” de Pablo Montanaro que en abril publicará Ediciones Con DobleZeta en su colección “Barcos en el desierto”


Abril 2022

Todos los hombres son culpables ante una madre que ha perdido a un hijo en la guerra; y a lo largo de la historia de la humanidad todos los esfuerzos que han hecho los hombres por justificarlo han sido en vano”.   

 Vasili Grossman (de Vida y destino)

“Uno no pensaba que le iba a pasar esto. Fue un gran vacío, duele mucho”, dice emocionado Lucrecio Águila, el tío de Jorge Néstor Águila, quien falleció el 3 de abril de 1982 en Grytviken, Georgias del Sur, cuando el helicóptero “Puma” que lo transportaba fue blanco de los disparos ingleses, convirtiéndose en el primer neuquino caído en el conflicto del Atlántico Sur. La tristeza embargó a los habitantes de Paso Aguerre, un pueblo ubicado en la margen izquierda del arroyo Picún Leufú, y muy especialmente a quienes conocieron al “Moncho”, como lo bautizaron de pequeño en su familia.

En su humilde vivienda del otro lado del arroyo, Lucrecio y su mujer, Margarita, afirman con orgullo que criaron al Moncho –como así también a su hermana Teresa- ya que al cumplir un año y medio (había nacido el 6 de marzo de 1962) su madre los dejó al resguardo de ellos y de su abuelo, Segundo Carlos Águila.

“Su mamá, Ana Águila, se fue a trabajar a Cutral Co y decidió dejarlo con nosotros. El padre los había abandonado antes de que naciera. Era muy compañero, se la pasaba todo el día junto a mí y al abuelo, a quien le decía ‘Papi’, trabajando en la chacra y cuidando los animales. Era muy humilde, sencillo, un chico buenísimo, siempre dispuesto a hacer un favor”, cuenta Lucrecio.

Pero lo que más le gustaba a “Moncho” era cabalgar y ya adolescente le había agarrado el gusto a correr carreras, ganando muchas de ellas. También disfrutaba mucho andar con “Poncho Negro”, el caballo que su tío le regaló al cumplir sus 14 años.

Con sus primos Juan Carlos y Vilma -hijos de Lucrecio-, y su hermana Teresa recorrían a caballo o a pie los ocho kilómetros desde su casa hasta la Escuela 64, donde hicieron la primaria. Luego concurrió a la Escuela 228. “Era un poco vago para la escuela, no le gustaba, prefería estar en el campo, trabajar con el abuelo y el tío, y andar a caballo”, acota Juan Carlos mientras observa una foto en la que están junto al maestro Marcos Sarmiento, en un viaje que hicieron a Córdoba en 1975.

Sus maestros lo recuerdan como un niño callado, que tenía muchas inasistencias a clase porque vivía al otro lado del río y cuando crecía o por el hielo que se acumulaba en el invierno no podía cruzar. Además en los meses de septiembre y octubre debía ayudar en las tareas de parición de los animales. Todas estas situaciones le impidieron finalizar sus estudios primarios.

En octubre de 1981 se incorporó como conscripto de la Infantería de Marina en Punta Alta, provincia de Buenos Aires. Su prima, Gladys Rioseco, señala que “una vez pasó por Cutral Co donde yo vivía y me dijo que no quería saber nada con estar alejado de su familia, especialmente decía que no quería dejarlo solo al abuelo”. A pesar de ello, Gladys indicó que en alguna oportunidad su primo le contó que quería seguir la carrera militar.

En febrero de 1982, Águila volvió por unos días a Paso Aguerre. En esa oportunidad, sus familiares notaron que su accionar era lo más parecido a una despedida. “Como si tuviera un presentimiento, se despidió de su caballo, caminaba por la chacra, nos decía que no iba a volver. No sabemos si sabía en ese momento de la guerra, y si lo sabía lo ocultó para que no nos preocupáramos”, dice Gladys.

Su prima Edith Díaz contó que en esos días en el paraje junto a sus familiares “ensilló su caballo Poncho Negro, un regalo de su tío Lucas, recorrió este suelo que tanto quería por última vez. Campo que fue testigo fiel y silencioso de su nacimiento y sus vivencias”.

“Presiento que no volveré”, les dijo el Moncho a sus familiares más cercanos. “Una premonición recorrió su ser”, resalta su prima.

Tras el desembarco en las islas Malvinas el 2 de abril, al día siguiente se decidió recuperar la isla Grytviken (isla San Pedro) a través de dos helicópteros. Las dos naves salieron de la Bahía Stromness y se aproximaron a la Bahía Cumberland, lugar donde se encuentra la isla Grytviken. El primero desembarcó exitosamente; el segundo, donde iba Águila, fue atacado por los marines ingleses produciendo la muerte del Moncho.

“Escuchamos por la radio que habían caído dos soldados pero no dijeron los nombres. Mi hija que tenía 7 años dijo: ‘¡¿papá, no será el Monchito?!’ Yo la reté, le dije que no dijera esas cosas”, cuenta Lucrecio. Y como si reviviera la escena, describe que al otro día observó que una camioneta a toda velocidad se aproximaba a la casa. “Era mi cuñado. Ni bien bajó de la camioneta, le dije: ‘Dígame la verdad, ¿Monchito murió?’. Me dijo que sí. A partir de eso todos quedamos mal, quedamos solos, con un vacío acá”, revive el momento y se toca el corazón.

“A mí me dijo que se iba, que lo mandaban lejos, al sur, que las cosas estaban muy mal, pero nunca me imaginé que el Moncho iba a ir a una guerra”, recuerda su primo Juan Carlos Águila, mientras vuelve a observar la fotografía de aquel grupo de chicos de la Escuela 64 que viajó a Córdoba con el maestro Sarmiento. Agrega que cuando su primo le confió que su destino iba a ser “lejos”, le pidió que no le dijera nada al abuelo Segundo Carlos y a los tíos Lucrecio y Margarita. “Nos críamos juntos en la misma casa, prácticamente en la chacra donde pasábamos todo el tiempo; mis padres fueron como sus padres, además del abuelo”, describe. “El dolor por su muerte no se va nunca, es un duelo permanente”, asegura.

Los restos del Moncho fueron trasladados desde Puerto Deseado en un vuelo de TAN (Transportes Aéreos Neuquén) conducido por Aldo Mastice -quien además de piloto fue el creador del escudo y la bandera de la provincia de Neuquén- hasta el aeropuerto de Cutral Co, donde esperaba el gobernador Domingo Trimarco y el intendente de la ciudad, Ricardo Corradi.

Después de recibir los honores sus restos fueron trasladados por tierra hasta Paso Aguerre. La inhumación de sus restos se realizó en el paraje. Su abuelo recibió una bandera argentina y la gorra del uniforme de infante de marina, con que cubrieron su féretro. “Una multitud estimada en más de 5 mil personas se congregó frente al municipio de Cutral Co para dar el último adiós a los restos del conscripto muerto en el operativo de recuperación de las Islas Malvinas por parte de las fuerzas armadas”, escribió al inicio de su crónica el periodista del diario Río Negro cuando el féretro con los restos de Aguila llegó a las 14:40 al aeropuerto de Cutral Co.

Su abuelo no soportó el dolor por la muerte del Moncho y falleció en 1984.

“Estuvo entre los primeros/ junto a Almonacid y Guanca,/ poniendo el pie en las islas/ robadas por los piratas;/ desafiando con su pecho/ al invasor y a las balas:/ ciego de amor y coraje/ como un guerrero de Esparta/ como símbolo de un pueblo/ que sueña cuando trabaja/ y muere con alegría/ cuando defiende su causa…”, escribió el poeta neuquino Milton Aguilar en un poema en memoria del Moncho.

“No se agan problema pormi porque yo estoy vien bueno gladys mandarle a desir al papá que yo estoy vien”, se puede leer en una de las cartas que le envió el Moncho a su prima, Gladys Rioseco, el 30 de enero de 1982, desde la Base Naval de Infantería de Marina en Punta Alta, donde llegó en octubre de 1981 para cumplir con el servicio militar obligatorio.

Gladys tuvo el privilegio de ser la única integrante de la familia en recibir cartas de su primo mientras éste cumplía la conscripción. “Me escribió cinco cartas. Teníamos la misma edad y quizás por ello había como una conexión especial entre nosotros. Yo vivía en Cutral Co y pasaba las vacaciones en su casa en Paso Aguerre. Éramos como hermanos”, explica.

Además de pedirle perdón por la mala letra y las faltas de ortografía, Águila se lamentaba por no poder salir de licencia. “Era muy bueno pero costaba que hablara de sus cosas. La última vez que vino a Cutral Co fue en febrero de 1982 y pudimos sacarle una foto con el uniforme blanco.

En una de las cartas, fechada el 9 de noviembre de 1981, Moncho confiesa sus sentimientos de estar lejos de su tierra y de sus familiares. “Bueno Gladis, te voy a contar que es triste estar lejos de la casa, se extraña mucho los familiares. Bueno, espero que me escribas, cuando me vaya de licencia te voy a contar como se pasa la vida de marina”.

Las cartas escritas de su puño y letra cierran con un “Chao” como despedida seguida de su apellido y nombre escrito bien grande, y las disculpas por la mala letra.