Mujeres en las islas

por Alicia Lazzaroni

María Sáez llegó a las Islas Malvinas en 1828. La inglesa Eleanor Britten desembarcó en the Falkland Islands en 1869. Una era católica, la otra protestante. María dejó un diario personal. Sobre Eleanor se escribe un libro. Sin conocerse compartieron las islas, ajenas a las disputas por la nacionalidad del territorio.

Ilustración: óleo de Luisa Vernet de Puerto Soledad o Puerto Luis en 1829.

Abril 2023

"La verdadera distancia que nos separa a los argentinos de Malvinas no está hecha de agua, ni de trabas diplomáticas, sino de las historias que nos hemos contado todos estos años"

Ernesto Picco, "Soñar con las islas".


María vivió en las Islas Malvinas y Eleanor en the Falkland Islands. Esas que están a 600 kilómetros del territorio continental argentino, bien al sur. Las remotas, las sin árboles, las ventosas, las poco habitadas, las asoladas durante centurias por cazadores de lobos marinos, las olvidadas, las ambicionadas, las peleadas.

María era católica, Eleanor protestante. María dejó un diario personal escrito en las islas. Sobre Eleanor hoy se escribe un libro. María era una mujer de clase acomodada que viajó con los muebles de su casa, "vajilla de la barata y de la fina", un piano, lámparas, vacas lecheras y cuatro esclavas negras que oficiaban de criadas. Eleanor no llevaba nada más que su fe para difundir el culto que practicaba y a su primer hijo, de unos pocos meses.

María Sáez fue la esposa de Luis Vernet, Comandante Político y Militar de las Islas Malvinas y adyacencias del cabo de Hornos, la primera autoridad argentina, nombrada en 1828. Ella había nacido en Montevideo y él en Hamburgo. Vernet tenía una concesión en la isla Soledad para cazar ganado cimarrón y venderlo junto con el producto de la pesca. María, que entonces tenía 29 años, lo acompañó junto a los tres pequeños hijos del matrimonio. A Matilde, nacida en la desolación de las islas, la llamarían familiarmente Malvinas.

Eleanor Britten era de Bristol, Inglaterra. En 1869, cuando tenía 24 años, viajó a Keppel, nuestra isla Vigía, un pequeño promontorio de veinte kilómetros por veinte al noroeste de la Gran Malvina. También siguió a su esposo, el carpintero James Lewis, empleado de la South American Missionary Society, integrada por ingleses anglicanos y metodistas. Estuvo allí un año y medio, en 1871 se trasladó a la misión de Ooshoovia, hoy Ushuaia, para volver en 1874 a las Malvinas, donde residió por más de 30 años.

Las entradas diarias del texto de María Sáez, que ilustran seis meses de la vida cotidiana malvinense, siempre comenzaban con alusiones al clima. "Día nublado", "Día nublado con viento fuerte", "Sigue el mal tiempo", "Nublado y garúa continuada", "Nublado con intervalos de sol", "Buen tiempo", "Nublado pero seco". Al principio, las condiciones climáticas le hacían ver el lugar más triste de lo que era. Cuando desembarcó en su nuevo hogar, la bajaron en “una silla de brazos” porque los vaivenes de altamar la descompensaron. Le alcanzaron un puñado de nieve y le pareció hermoso, pero no pudo sostenerlo entre sus manos, de tan frío que lo sintió. Con el tiempo disfrutó de dar paseos a solas o con el resto de la familia, solía llevar un vaso para probar el agua de todos los manantiales que encontraba a su paso, porque era la más rica que había probado. Los lobos de un pelo le parecían horribles y muy gordos, pero se deleitaba con los conejos y los "pájaros niños". En los diarios mencionó también los cercos de costillas de ballena que, a falta de madera, levantaban los gauchos que llevó Vernet, y no se olvida de los huevos de avutarda que, según apreció, tenían la yema roja y fuerte olor a pescado.

Imagen tomada de la revista de la South American Missionary Society.

De la analogía entre estas dos mujeres que vivieron bajo los plomizos cielos isleños, con cuarenta años de diferencia y sin poder saber nada una de la otra, habla Cynthia Cordi en su nuevo libro "La pequeña historia de Eleanor", todavía en imprenta. Aunque el tema es la vida de esta inglesa y misionera, la relaciona en su texto con María.

Cynthia tiene 53 años, nació en General Roca, vivió muchos años en Bariloche y en 1993, junto a su esposo fueguino, se radicó en Ushuaia. Estudió Ciencias Políticas, se especializó en Educación Universitaria, dirige un colegio que cofundó, una institución innovadora que no por azar se llama Julio Verne, y es escritora. Apasionada por la historia regional, investiga sobre mujeres vinculadas a la Patagonia. A Eleanor, la primera mujer blanca que se radicó por un tiempo en Ushuaia, la encontró en un momento en que indagaba sobre los inicios de esta ciudad. Mientras Cynthia escribía el libro, se publicó el diario de María, y al leerlo sintió que las dos mujeres tenían mucho en común.

“Me llamó la atención la condición humana universal que atraviesa el tiempo, las clases sociales, la cultura, la religión y los idiomas, ya que ambas mujeres compartieron experiencias, el paisaje, el clima, la lejanía de la familia, la seguridad urbana a la que estaban acostumbradas. Las dos terminaron en el extremo sur prácticamente deshabitado”, dice Cynthia.

Si bien Eleanor no escribió impresiones de Malvinas, Cynthia pudo reconstruir su vida a través de las cartas de su marido James y de los diarios de otros misioneros, quienes estaban obligados a escribirlos para una publicación resumida en la revista de la sociedad, puesto que se refieren a sucesos y acontecimientos vividos por todo el grupo. Eleanor era "de baja estatura, delgada pero fuerte, de piel blanca, cabello muy rubio y ojos azules". De las décadas que la inglesa pasó en Malvinas se sabe que con su esposo trabajaron en Keppel y en Puerto Stanley y tuvieron dos hijos más.

Cynthia dice: “Todavía no viajé a Malvinas. Es algo pendiente en mi vida, algún día voy a ir, pero no en avión, sino en un velero como María y Eleanor, quiero soportar el paso por el temido estrecho de Le Maire y vivir la aventura como la vivieron ellas”.

María regresó con su familia a Buenos Aires desde Puerto Luis o Soledad el 19 de noviembre de 1832, ya que Vernet iba a responder por haber incautado en su concesión a tres embarcaciones norteamericanas que atrapaban lobos, y en una de las cuales hicieron el viaje. Allí, aparte de escuchar que a su esposo lo tildaban de pirata, la sorprendieron las noticias de que el 31 de diciembre la fragata estadounidense Lexington había atacado y destruido su pequeño pueblo y su casa y que unos días más tarde, el 2 de enero de 1933, navegantes británicos a bordo de la corbeta Clío se habían apoderado de las islas nuevamente. Nunca más pudo regresar al hogar lejano, pero desde ese momento en su familia se inició la tradición de que una niña de cada generación se llamase Malvinas. María no llegó a la vejez, Vernet sí, y lo hizo cansado de reclamar por su fortuna invertida y todo lo que había perdido en las islas.

Cuando Eleanor dejó Malvinas para siempre, a los 63 años, no tenía nada, solo una vida dura de trabajo. Con su marido se mudaron cerca de la ciudad de Puerto Santa Cruz, situada en la provincia del mismo nombre, en los campos patagónicos donde ya estaban instalados sus hijos. En esa localidad están sus tumbas.

Cynthia Cordi destaca el parangón entre las dos mujeres en el contexto actual de la situación de las islas, porque ninguna de ellas estaba pensando en la nacionalidad del territorio como hecho central. Escribe en su libro: "(Eleanor) no sospechaba que otra mujer joven, con hijos pequeños, embarazada, lejos de su familia y su pueblo, escribía cartas y se sentaba junto al fuego en los días que el viento con lluvia y granizo no la dejaban salir. Otra mujer que, igual que ella, había esperado ansiosa la llegada de los barcos con novedades, cartas o provisiones, y organizado la comida para el capitán. Que también juntaba flores silvestres pequeñas y efímeras, a veces tocaba el piano y cantaba, o leía frente a la ventana, o se pasaba el día ocupada en quehaceres domésticos. Una joven que bebía el agua pura de los manantiales y arroyos, pisaba el pasto tupido y firme como una alfombra cuando paseaba con sus hijos y su marido. Otra mujer que dependía de la turba o de la madera de islas no tan lejanas para mantener el fuego en la estufa y la cocina, que estaba pendiente del clima siempre inestable y acechante y soportaba los días interminables de viento. Eleanor tampoco llegaría a saber que esa colonia de gauchos, esclavos negros, alemanes estancieros, criollos y hamburgueses fue saqueada y destruida por un buque estadounidense en 1832, para que finalmente las islas fueran ocupadas por el Imperio británico…”.

Las mismas islas, las remotas, las sin árboles.