¿Qué es lo importante?

por Camila Vautier

El domingo 15 de enero, un incendio forestal en El Hoyo, Chubut, empezó a devorarse cientos de hectáreas de bosque, hasta alcanzar las 230. Las llamas lograron ser contenidas el martes, pero en esos momentos, ¿qué se siente? ¿qué piensa alguien que ve venir la lengua del fuego a su encuentro?

Enero 2023

El pueblo se llena de humo. El cielo se vuelve gris y un manto naranja como un atardecer adelantado lo cubre todo. Se escucha el zumbido de los aviones hidrantes pasar por encima de mi cabeza.

Durante la siesta de este domingo, un incendio en el Currumahuida subió rápidamente por las laderas del cerro amenazando a mi pueblo, El Hoyo, provincia de Chubut. En cuestión de horas se declaró la emergencia ígnea y la alerta naranja para las zonas más afectadas.

Ahora son las cinco de la tarde, con las cenizas y el naranja cubriendo el cielo, las llamas parecen fuera de control. Ya hay cientos de brigadistas trabajando, varias dotaciones de bomberos y mañana llegará el helicóptero Chinook de la Brigada Nacional para descargar desde el aire los 50 mil litros de agua que, dicen, enfriará la tierra y aplacará el fuego.

Estoy sola parada en el patio mirando cómo crece la columna de humo, muerta de miedo y de nervios al ver que se acerca. Mi compañero llevó a Ciro, nuestro bebé, a la casa de la abuela. Nos preparamos para lo peor.

¿Tengo que huir? ¿Qué agarro, qué es lo importante? ¿La bicicleta? ¿Mis libros?

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Hay una imagen que se repite en mis sueños una y otra vez: la casa en llamas. El fuego subiendo por las escaleras como lo está haciendo en este momento en la ladera del cerro. Tiñendo de negro lo que encuentra a su paso, al igual que a la cientas de hectáreas de bosque que se están quemando.

Hace casi un año perdí mi casa en un incendio, con mis gatos, mis fotos de la infancia, la heladera que me compré con mi primer sueldo. Todo lo que había dentro quedó reducido a un montón de brasas.

Desde que se iniciaron las lenguas de fuego en el Currumahuida, desde que llegaron a poco más de 200 metros de donde vivo, sigo minuto a minuto lo que está pasando: trabajo en el área de prensa de la Municipalidad. El fuego me persigue y yo lo persigo a él.

Aunque los incendios forestales son frecuentes en la Comarca Andina, como lo recuerdan siempre que pueden los vecinos más memoriosos, en los últimos años parecen haber aumentado. Es la primera vez que siento, desde que soy niña y vivo en El Bolsón, el temor latente a que todo arda cada mes de enero.

Cada día de calor sofocante, cada minuto de sol secando la vegetación, cada ráfaga repentina de viento puede ser el instante de pausa antes de una catástrofe.

Eso sentí a finales del verano de 2021, el 9 de marzo, cuando los incendios en Las Golondrinas y El Hoyo arrasaron con más de 300 viviendas.

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Los instructivos de Defensa Civil que tantas veces leí por cuestiones laborales, desaparecen de mi cabeza. El humo crece y mi cuerpo no responde. Está inmovil.

¿Qué me llevo? ¿Los documentos? ¿La computadora? ¿El cargador?

Las cosas ya no valen nada, me digo. Estoy enojada con el fuego que arrasa. Que torna oscuro como la noche lo que era verde, hace llover ceniza y reduce a polvo hasta el objeto más preciado. El fuego tiene algo de despiadado y a veces, trae a la muerte con él. Ya puede quemarse todo, si a él no le importa a mí tampoco.

Miento.

Corro dentro de la casa y busco al conejo Pepito que le tejí a Ciro cuando estaba en la panza. Solo eso. El resto ya se verá.