Un buscador de gigantes

por Pablo Montanaro

Jorge Orlando Calvo, el destacado paleontólogo que durante cuarenta años llevó adelante numerosos hallazgos de fósiles de los dinosaurios más importantes del mundo en las provincias de Neuquén y Río Negro, falleció el 10 de enero pasado dejando numerosos descubrimientos de gran relevancia a nivel nacional e internacional.


Enero 2023

Cuando en los años ’80 los dinosaurios no eran populares y no tenían marketing, un estudiante de Geología de la Universidad Nacional de Córdoba se entusiasmó con esos gigantes que estuvieron en la Tierra unos millones de años antes que nosotros. Era Jorge Calvo. Cursaba tercer año, las clases de Paleontología que dictaba la profesora Graciela Villanueva en la Universidad Nacional de Córdoba le abrieron un mundo nuevo, fascinante, quiso saber más sobre ese universo hasta entonces desconocido. Y se dedicó casi 40 años de su vida a investigar sobre ellos, protagonizando los más importantes descubrimientos de restos fósiles en la Patagonia que tuvieron gran repercusión en el mundo científico.

Calvo quería ser ingeniero civil, hizo un curso de estructuras antisísmicas, pero se dio cuenta de que con los números no se iba a llevar del todo bien. Quiso conocer las carreras naturalistas, ya que los paisajes y la roca le llamaron siempre la atención, entonces se inclinó por la geología, después se cruzó con la paleontología y supo que ese era su destino.

Nació en Córdoba el 27 de abril de 1961, se recibió de geólogo en la universidad de esa provincia en 1986 y al año siguiente se instaló en Neuquén impulsado por la pasión por estudiar a los dinosaurios. A partir de su llegada y de los numerosos hallazgos que en poco tiempo comenzó a concretar, otros jóvenes paleontólogos decidieron continuar sus pasos.

En el primer año de su llegada, Calvo ya había realizado diversos descubrimientos de huellas de dinosaurios. Una de ellas en la Isla Cerrito del Bote, en cercanías de Picún Leufú, y excavaciones en Villa El Chocón en las que encontró el ejemplar más completo de Sudamérica de un dinosaurio saurópodo, herbívoro, que pesaba alrededor de 10 mil kilos y medía 17 metros de largo, denominado Rebbachisaurus Tessonei, que era uno de los manjares con que se deleitaba el mayor carnívoro de todos los tiempos, el Gigantosaurus carolinii, descubierto unos años después, en julio de 1993, en una antigua laguna ubicada a 18 kilómetros al sur de la mencionada localidad.

“Jorge Calvo tuvo el mérito de haber iniciado una etapa muy importante de investigaciones en la zona. Por eso, sostengo que abrió el camino de la paleontología en la zona y el interés de otros paleontólogos para trabajar acá”, explicó Leonardo Salgado, paleontólogo y doctor en Ciencias Naturales proveniente de la Provincia de Buenos Aires que se instaló en el Valle de Río Negro.


Se convirtió en el primer paleontólogo radicado en la Patagonia en estudiar dinosaurios. Para Fernando Novas, paleontólogo y doctor en Ciencias Naturales por la Universidad de La Plata, Calvo fue un científico explorador, “uno de los que aman el campo y conocen la soledad de la Patagonia, ahí radica su felicidad y realización personal”.

En medio de ese espíritu aventurero, desplegándose en zonas desérticas e inexploradas para rescatar piezas de fósiles, en condiciones extremas y austeras, enfrentando el viento, la tierra, las bajas y altas temperaturas, Calvo obtuvo en 1991 la prestigiosa beca Fullbright con el objetivo de realizar un Máster en Ciencia de la Paleontología en la Universidad de Illinois, Chicago. En 2006 defendió su tesis en la Universidad Federal de Río de Janeiro.

Quizás aquel 13 de febrero del año 2000, el grupo de paleontólogos y estudiantes que realizaban una exploración en la costa norte del Lago Barreales, en proximidades de la toma de agua de la comunidad mapuche Paynemil, nunca se hubiera imaginado que el hallazgo de un par de vértebras iba a dar origen al descubrimiento más importante que llevó adelante Calvo.

Unos años después confesaría que el hallazgo del Futalognkosaurus (en lengua mapuche “el gran jefe o cacique de los dinosaurios”), un dinosaurio saurópodo que habitó esas tierras hace 90 millones de años fue para el especialista uno de los hechos más importantes en sus años de trabajo de numerosas excavaciones.

La tarea para rescatar al dinosaurio de las entrañas de la roca fue faraónica y demandó dos años. “Teníamos como objetivo rescatar al saurópodo gigante más completo del mundo en cuatro meses. Sin embargo y para sorpresa de todos, el dinosaurio no estaba solo ya que todo su ecosistema de 90 millones de años de antigüedad estaba enterrado junto a él”, explicó.

El animal fue rescatado prácticamente en su totalidad, en un 80 por ciento; la cadera medía 2,55 metros de ancho, la más grande del mundo preservada, y el fémur casi 2 metros de largo.

Fue en ese momento que a pesar de los problemas logísticos y económicos que llevaría excavar y rescatar al gigante, Calvo decidió instalarse en Lago Barreales, un embalse artificial formado junto al lago Mari Menuco con la construcción del complejo hidroeléctrico Cerro Colorado, ubicado a 80 kilómetros de Neuquén capital. En las tareas de excavación participaron especialistas argentinos y brasileños dirigidos por él. “La cadera en su bloque con la roca que se sacó pesaba 8 toneladas y la columna que es la parte central del cuerpo pesaba 16. Fue un trabajo faraónico en tiempos donde no teníamos la tecnología adecuada”, recordó. El Ejército facilitó la maquinaria necesaria para poder transportar los grandes bloques de piezas al laboratorio donde hoy se encuentra el Museo de Geología y Paleontología de la Universidad Nacional del Comahue.

“El Futalognkosaurus no quería ser solo un dinosaurio gigante rescatado en la tierra de los dinosaurios y el vino, quería que conozcamos cómo era el paisaje completo del Cretácico donde vivió”, explicó con claridad.

El proyecto para realizar la excavación iba a demandar mucho tiempo y, sobre todo, una importante inversión. Un año después llegaron los fondos provenientes de la Agencia Nacional de Ciencia y Tecnología. Se extrajeron cinco vértebras del cuello, una vértebra dorsal, y se dejó preparada parcialmente una cadera completa. “Las dimensiones del material hicieron que los trabajos fueran lentos en su extracción y muy costosos. Por ejemplo, las cinco vértebras del cuello necesitaron mil kilos de yeso”, dijo.

También la empresa Duke Energy de Estados Unidos, en marzo de 2001, decidió encarar el financiamiento para la construcción de un parque geopaleontológico dedicado a la investigación científica con divulgaciones de las ciencias geológicas y paleontológicas, que se convirtió en el primer sitio donde los visitantes pueden ver el trabajo paleontológico en excavaciones de dinosaurios. De esta manera, los más de 60 mil dólares invertidos por la empresa permitieron continuar con la exploración y la creación del parque que llevó el nombre de Proyecto Dino.

Calvo dirigió Proyecto Dino hasta el final de su vida. Siempre consideró que el hallazgo de este gigantesco dinosaurio fue como “una varita mágica”, algo que estaba previsto para que en este lugar se pudiera hacer el complejo educativo, turístico, científico y cultural que fue y es. El Futalognkosaurus es una de las insignias de la paleontología de Neuquén y permitió la creación de ese parque que se convirtió en un hito en el turismo paleontológico de la región. “En él se difunden las actividades que se llevan a cabo para el estudio científico de los restos fósiles, en el mismo lugar donde son encontrados, rescatados, preparados y estudiados”, describió el geólogo y paleontólogo.

Desde su lugar en el mundo, Calvo explicaba que los estudios demostraron que “nunca vamos a terminar de sacar dinosaurios de las entrañas de las rocas que se encuentran en la costa norte del Lago Barreales”. “Están enterrados muy cerca de la superficie con toda una fauna y flora que vivió junto a ellos. Los paleontólogos allí viven sobre ese cementerio fósil con la idea de rescatar todo lo que se encuentre y luego tener una idea más acabada de cómo era esa región hace 90 millones de años”, sostenía.

Fue autor y coautor de muchos descubrimientos por su cuenta acerca de nuevos taxones en dinosaurios, aves, cocodrilos, ranas, tortugas, huevos y huellas de dinosaurios. Ayudó a desarrollar no sólo la ciencia paleontológica en Norpatagonia sino también el turismo paleontológico. Como investigador de la Universidad Nacional del Comahue fue el director de más de quince proyectos de investigación nacionales e internacionales dirigidos a instituciones como el Conicet, la Agencia Nacional de Ciencia y Tecnología, y la Universidad Nacional del Comahue, la Fundación Duke de Estados Unidos, Dinosaur Society of America, National Geographic Society, entre otros.

Publicó más de 80 artículos científicos y más de 60 en revistas no especializadas. También presentó más de 130 ponencias y dictó conferencias en congresos de la especialidad en Argentina, Brasil, Chile, Italia, Finlandia, Rumania y Serbia, entre otros países.

El martes 10 de enero de este año, cuando se conoció la noticia de su repentina e injusta muerte como consecuencia de un cáncer de páncreas, muchos de sus colegas coincidieron en que tuvieron la fortuna de conocerlo cuando iniciaban su formación profesional en ese universo de la paleontología y se preguntaban: ¿existe un legado más importante que ayudar a formar jóvenes estudiantes e investigadores? Sus colegas aseguran que Calvo tuvo la generosidad de formar jóvenes investigadores. Precisamente Bernardo González Riga, investigador del Conicet, describió a Calvo como un ser de una voluntad incansable y gran generosidad para todos aquellos que querían empezar en la ciencia. “Vivió su vocación como pasión”, sostuvo.

En su extenso currículum aparece su apellido en el nombre de un dinosaurio cuyos restos fósiles fueron desenterrados de las bardas de la ciudad de Neuquén, cerca del barrio Rincón de Emilio. El dinosaurio fue bautizado con el nombre Alvarezsaurus calvoi, en homenaje a Gregorio Álvarez, médico e historiador de Neuquén, y en reconocimiento a él.

La última expedición de Calvo fue a mediados de diciembre del año pasado. Nada lo detenía en su búsqueda de tesoros ocultos, ni siquiera los dolores en su cuerpo por la enfermedad Se lo veía entusiasmado aquella mañana de 13 de diciembre de 2022, cuando llegó junto a Juan Mansilla, técnico de Proyecto Dino, y un grupo de estudiantes de Geología de la Universidad Nacional del Comahue al barrio Melipal con el objetivo de recolectar fragmentos de huevos de dinosaurios saurópodos en el Parque Natural de los Dinosaurios en plena barda neuquina. Las muestras de esos fragmentos, explicó Calvo mientras trepaba la barda junto a los estudiantes, iban a ser remitidos a investigadores extranjeros de la Universidad de York en Reino Unido y de la Universidad de Chicago, Estados Unidos, para el análisis de aminoácidos y posterior clasificación y resguardo en un museo. Los primeros restos de fragmentos de huevos fueron hallados a mediados de los años ’90 y Calvo estuvo al frente de ese trabajo y estudio. “En ese entonces, los restos se encontraron en tres niveles continuos de nidificación. Estos huevos pertenecen a dinosaurios del grupo de los saurópodos, de la familia Titanosaurio, una especie de cuello largo y gran tamaño, del período Cretrácico Superior que habitaron la zona hace 85 millones de años”, describió Calvo. El hallazgo constituyó el primer registro de huevos de dinosaurios en una ciudad capital en el mundo.

Con su partida, Calvo deja grandes huellas en la enseñanza y en la divulgación. Las mismas huellas que persiguió desde 1987, cuando se instaló en la provincia de Neuquén, para desarrollar y lograr importantes descubrimientos. Su presencia marcó un antes y un después para la paleontología en la región. Sus pasos reavivaron la llama por ese interés por la paleontología. Su gran proyecto fue la creación del Parque Geopaleontológico Proyecto Dino en Lago Barreales. Ese lugar que hace viajar en el tiempo para conocer un pasado del que todos formamos parte.