Un fantasma con esquíes

por Florencia Yanniello

Muchos lo han visto en el Cerro Catedral, en Bariloche. Lo llaman Capa Negra. Su presencia alimenta una leyenda y coincide con una serie de catástrofes en la nieve. ¿Es un alma que no está en paz? ¿Anuncia tragedias naturales? ¿Aparece para denunciar negligencias en el centro de esquí?

Ilustración: Florencia Rubini.


Febrero 2023

La confitería de Punta Princesa está vacía. El silencio vespertino compensa el bullicio constante de todo el día: miles de esquiadorxs hacen allí su recreo para comer o tomar algo. El sereno está solo en la montaña más afamada de Argentina. Se dispone a ordenar, pero un sonido desconocido lo alerta. Se queda quieto. Percibe que algo se cae en el depósito del subsuelo. Toma una linterna y comienza a bajar por la escalera de madera, apoyando cada pie como si fuese un bailarín de ballet. Puede sentir cómo los latidos rebotan en su caja torácica cada vez con mayor frecuencia. A esa hora no tendría que haber nadie ahí, piensa. Abre con delicadeza quirúrgica la puerta vaivén. A tres metros, la figura de una persona alta, con la cara cubierta y una capa con capucha negra hasta el suelo, lo paraliza. Encandilado por dos luces rojas que irradian los ojos del espectro, se queda sin aliento y se le cae la linterna. En un solo movimiento gira sobre su eje y cierra la puerta. Corre por las escaleras en busca del handy.

-¡Alerta en Punta Princesa! ¿Me copian?, ¿me copian? -grita el protagonista de una de las escenas más perturbadoras de Esquí, película de Manque Labanca que retrata los misteriosos sucesos que ocurren en el Cerro Catedral.

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El Capa Negra es una aparición que muchas personas dicen haber visto en el centro de esquí. Lo describen como un hombre alto, con una capa similar a un piloto oscuro con capucha y un par de esquíes totalmente ennegrecidos con los que se desplaza a una velocidad imposible por las pistas de nieve. Algunxs también mencionan que desde sus ojos se proyectan dos luces color escarlata.

Las versiones sobre el origen de este espectro varían ligeramente: lo asocian al espíritu de un trabajador del cerro que murió en una avalancha en los años 2000, al fantasma de un turista que esquiando cayó en una grieta y su cuerpo nunca fue recuperado y al remanente imaginario de un joven paracaidista que falleció en el lugar en la década del ‘80.

Esta leyenda, que pasa de boca en boca entre quienes trabajan diariamente en el Catedral, sirvió de inspiración para películas y cortos: aparece en el largometraje del director Manque Labanca, estrenado en 2021 y premiado en el Festival Internacional de Cine de Berlín, el BAFICI y el Festival Audiovisual de Bariloche, y también es retratada en algunos videos de aficionadxs sobre mitos de la región.

Más allá de las divergencias sobre su procedencia y momento de aparición, existe una coincidencia en todos los relatos: su presencia está relacionada a las múltiples catástrofes que desde hace décadas acechan al centro de esquí.

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-El Capa Negra aparece de noche o a la tardecita, cuando cierran las pistas y ya no queda gente. Asusta únicamente a los trabajadores -cuenta José, empleado de Catedral Alta Patagonia S.A. (CAPSA), que se desempeñó durante varios años como parte de la patrulla de rescate, asistiendo a personas heridas o accidentadas. Actualmente, es operario en las aerosillas y gran parte de su día lo pasa a dos mil metros de altura y con temperaturas bajo cero. Es una persona de pocas palabras. Tiene la piel del rostro curtida por el abrasante sol invernal, potenciado por el reflejo de la nieve, y la mirada algo esquiva. Unos lentes espejados le cuelgan de un cordón deportivo alrededor del cuello.

-Cuando entrás a laburar al cerro, ya a los pocos días te hablan del Capa Negra. Yo escuché que apareció después de la avalancha del 2000. Ahí empezaron a pasar cosas raras -agrega.

El 1° de julio de ese año, Ariel Díaz, Rodolfo Salinas y Julio Díaz manejaban dos máquinas pisadoras de nieve en la zona de Punta Princesa y cañadón de La Hoya. Un alud en la ladera norte del cerro sepultó las pisanieves. El experimentado patrullero Mario Ruíz fue a asistirlos, pero dos de los tres operarios fallecieron. Desde entonces, varios serenos cuentan que las máquinas que quedan en Punta Princesa estacionadas a la noche se prenden solas. Repentinamente, aparecen con las luces encendidas y no hay nadie adentro.

Mario Ruíz siempre recordó ese día como uno de los más difíciles de su carrera. Lo que no se imaginaba “El Yeti”, como le decían sus amigxs, era que veinte años después, en un invierno nevador como pocos y en plena pandemia del Covid-19, sería él mismo víctima de otro alud de nieve que lo dejaría sin vida.

Durante las primeras horas de la mañana del lunes 27 de julio de 2020, Mario desarrollaba tareas de prevención de avalanchas para preparar las pistas. Era una temporada atípica, aún estaba vigente el Distanciamiento Social Preventivo Obligatorio y había muy pocxs esquiadorxs. El fin de semana había nevado copiosamente y tenían que preparar la apertura para el público.

Fue un ataque silencioso. Lo sorprendió un desprendimiento de nieve que se desplazaba a una velocidad y potencia descomunal ladera abajo, como una cascada caudalosa que arrasa todo a su paso. La avalancha tuvo lugar cerca de las 8.30 y “El Yeti” quedó sepultado bajo la nieve: sufrió un paro cardiorrespiratorio, una fractura de cráneo, pérdida de masa encefálica y neumotórax.

En ese entonces, José era parte de la patrulla de primeros auxilios. Tuvo que asistir a Mario y a Oscar “Cacho” Arrellano, otro rescatista que ese día estaba cumpliendo años y quedó con la mitad de su cuerpo tapado, pero lo pudieron salvar. Mario falleció, a pesar de los intentos de reanimación y de su traslado al sanatorio San Carlos. Tenía 50 años, de los cuales 30 los pasó en la nieve.

En todos los artículos periodísticos publicados en los días posteriores a la tragedia, sus compañerxs lo recordaron como una persona con un sentido del humor inclaudicable y como un esquiador y rescatista ejemplar.

-Mario estuvo de sereno allá arriba y me hablaba siempre del Capa Negra -José hace una pausa, un silencio ceremonial que precede al recuerdo de su amigo.

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A finales de julio de 2022, a José le tocó asistir a otro compañero: Germán Cofián, operario de los medios de elevación Cóndor III.

Era la mañana del último sábado de julio, en una temporada excelente. Ya sin medidas restrictivas por la pandemia, el cerro estaba a tope de turismo nacional e internacional. Germán estaba sentado en una polea de unos tres metros de diámetro por donde pasa el cable de las sillas. Había dado previo aviso a un compañero para que nadie ponga en marcha la máquina porque iba a cambiar una pieza. Según el portal InfoGremiales, mientras Cofián todavía estaba haciendo la reparación, su compañero fue al baño y llegó otro trabajador que apretó el botón de encendido. Fue entonces cuando un cable de acero de una polea de retorno del medio de elevación, lo atrapó y le cortó su pierna izquierda a la altura de la tibia y el peroné, causando una hemorragia grave. Murió desangrado a unos cuatro metros de altura, sobre la plataforma. Tenía 46 años y trabajaba en el cerro desde los 28.

El día del accidente, el secretario general de la Asociación de Empleados de Comercio de Bariloche, de la que depende la mayoría de los trabajadores de CAPSA, Wálter Cortés, declaró en la agencia Télam que “venía advirtiendo hace mucho tiempo sobre las condiciones de trabajo”. El referente sindical exigió “más seguridad” y dijo que “en el cerro funciona todo así, faltan medidas de seguridad y no hay protocolos”.

José cuenta que al mediodía ya querían abrir al público: era un día espectacular, justo después de una tormenta, había “nieve polvo” y sol.

-Si no nos plantábamos los trabajadores, abrían. No íbamos a seguir, lo vimos colgado de la silla, tuvimos que atenderlo y se murió. Fue muy impactante. No podía seguir el día así, como si nada hubiese pasado.

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Ahora, más de doscientas personas con camperas flúo, cascos y antiparras se amontonan torpemente sobre esquíes y tablas de snowboard para subir a la aerosilla Princesa III.

-Vamos, adelante, falta uno más para completar -grita un sillero.

La multitud zigzagueante desciende por la pista con una sincronía que parece ensayada. Ese Disney blanco y brillante, inaccesible para las mayorías, funciona durante los meses invernales como una mini ciudad. Desde el año 2011 y hasta 2056 el Grupo Vía Bariloche tiene la concesión del cerro. Trabajan allí más de 400 personas y recibe un promedio de 15 mil esquiadorxs diarios en temporada alta.

Catedral es el nombre con el que los Jesuitas bautizaron a la montaña por su parecido con una iglesia gótica. El nombre original, en mapuzungun -la lengua mapuche-, es Küla Lamgen, cuya traducción es “tres hermanas”, en referencia al tridente de picos más sobresalientes. Este cerro, en el que desfilan famosxs todas las temporadas, alberga un sinfín de historias.

-Es muy loco lo que ha pasado con los dueños también -José usa un tono reflexivo-, Lamota falleció después de haber firmado la concesión. Esto fue antes de que muriera Trappa.

Alberto Lamota fue presidente de CAPSA. En 2005 sufrió un accidente mientras esquiaba en la zona de La Hoya y murió a los siete meses, luego de un coma profundo e irreversible. Seis años después, el 20 de diciembre de 2011, a días de que la familia Trappa, accediera a la mayoría accionaria de CAPSA, Roberto Trappa, perdió la vida en un choque contra un vehículo de su propia empresa: Vía Bariloche.

-Uno no sabe qué pensar. Vienen pasando tantas cosas. Mis compañeros dicen: “boludo, este cerro de mierda, algo pasa acá, está maldito”-José tiene la mirada fija en un punto lejano, como si buscara una protección para volverse invulnerable a las desgracias que lo rodean.

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En el refugio de Punta Princesa el baño del personal se encuentra en el subsuelo y siempre está bajo llave. La única copia la tiene el sereno. Son las 20 horas de un típico día invernal. Tomás Soto baja las escaleras con la llave en mano dispuesto a bañarse y deja la puerta de la habitación abierta. Luego de una reparadora ducha, se seca y busca el manojo de llaves para regresar a la pieza a cambiarse. No la encuentra. La busca, nervioso, por todos los recovecos, pero sigue sin aparecer. Sube rápidamente a la habitación y se sorprende al ver la puerta cerrada. Mira por el pestillo de la ranura donde va la llave y la ve metida desde el interior de la habitación. No puede ser, piensa, la puerta está cerrada con llave desde adentro. Se le ponen los pelos de punta. La empuja con potencia, forzándola y logra entrar. Registra la habitación y no nota nada extraño. No hay rastros de presencia humana en ese cuarto. Perturbado, se acuesta a dormir, intentando no relacionar ese episodio con todas las historias que le contaron sobre el Capa Negra.

-Yo trabajé ocho años de sereno en Punta Princesa y me han pasado muchas cosas raras allá arriba -relata Soto a mitad de camino entre ironía y miedo-. En las noches oscuras, cuando no hay luna, se escuchan gritos, se abren solas las canillas y se prenden las radios.

Soto cuenta que José Díaz, un maquinista que trabaja preparando las pistas, lo vio. Una noche estaba bajando por la pista 2000, pasando la máquina pisanieves, cuando notó por el espejo retrovisor a alguien atrás vestido de negro esquiando por la huella que él iba a dejando. Era imposible encontrar esquiadores a esa hora. Paró la máquina, se bajó y no vió vestigios de nadie, ni siquiera huellas de los esquíes en la nieve.

Del Capa Negra hablan todxs: desde las personas que venden los pases, hasta lxs vendedorxs ambulantes.

-Los pibes del alquiler de equipos, que hace mil años que laburan en el Cerro, lo nombran cada vez que hay ruidos en el depósito. Siempre es medio en joda, medio en serio… -cuenta Mariano Iglesias, fotógrafo freelance que trabaja en las temporadas ofreciendo instantáneas a los turistas.

Mane Medina, que trabajó muchos años en CAPSA haciendo mantenimiento de la infraestructura del shopping que se encuentra en la base del cerro, fue quien narró por primera vez los mitos sobre este espectro a Manque Labanca, director de cine, que años después decidió llevar esa historia a la pantalla grande.

-Me pareció interesante su conexión con todas las muertes que suceden en el cerro -cuenta Labanca.

Como todo fantasma, el Capa Negra no está en paz.

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José sale todos los días a las seis de la mañana de su casa y regresa a las siete de la tarde. Comparte tres o cuatro horas con sus hijos, a quienes tiene en su foto de perfil de Whatsapp, y se acuesta a dormir. A veces, cuando está solo “allá arriba”, a dos mil metros de altura, piensa que tiene un buen trabajo. Le gustan los silencios antes de que llegue la muchedumbre y estrenar las pistas: ver la blancura impoluta y el filo de los esquíes contra la nieve impalpable, liviana, esponjosa.

-La primera bajada la tenés que hacer disfrutando, para seguir el día bien, porque sabés que después vas a tener bastante laburo.

Siente que tiene un trabajo de riesgo y que en los últimos años la tragedia lo persigue. A pesar de eso, en algún punto se siente privilegiado. Antes trabajaba en la construcción. Y ahora, dice que en vez de estar encerrado en un supermercado o en una oficina, está afuera: mira la cordillera, el paisaje…

-Pero hay que tener respeto arriba en la montaña. Cuidarse uno. La empresa es una empresa -sentencia.

A la belleza de esa imponente montaña y la exclusividad de transitarla en soledad, se contraponen los riesgos y la oscuridad al acecho. El mito sobre esta aparición de ojos radiactivos se transmite oralmente desde hace décadas. Pareciera que anticipa y enlaza las tragedias que avizoran al centro de esquí. ¿Es un fenómeno paranormal? ¿Está relacionado con la amenaza de los eventos naturales? ¿Aparece para denunciar negligencia por parte de la empresa?

Nadie encuentra una explicación concluyente sobre el cometido del Capa Negra y, aunque atormenta a lxs serenxs, se resignaron a convivir con su posible presencia. Después de todo, en las catedrales siempre habitan santos, espíritus y almas errantes.