Vivir incómoda en el paraíso
por Natalí Ormazábal
El Chaltén es un pueblo joven de montaña. Deslumbra. Enamora. El turismo crece año tras año, rompe récords a nivel nacional. Mientras tanto, a los habitantes permanentes les es imposible acceder a la vivienda propia y esa situación no hace más que expulsarlos de la postal soñada.
Fotos: Natalí Ormazábal
Estoy en El Chaltén, Capital Nacional del Trekking, dentro del Parque Nacional Los Glaciares, provincia de Santa Cruz, Patagonia Austral. Camino por la montaña, metida en los colores. Subo y sigo subiendo. Miro al frente, veo una roca gigante y vertical de granito macizo puro que parece un ser sagrado, muchos vienen a verla, de todo el mundo, incluso algunos se animan a treparla, algunos lo logran y otros dejan su vida en ese intento. Hay quienes la sobrevuelan en avión o parapente. El viento, siempre oeste y presente. Planea un cóndor. Inhalo. Contemplo. Me invade la inmensidad. Picos de hielo, enormes y amontonados, cuelgan en altos glaciares de todos los blancos y los celestes posibles. Rocas intensas, minerales, aire puro. Exhalo. Emprendo la bajada. En el piso hay una diversidad de flores, atravieso un bosque que me susurra, los animales escondidos me ven pasar.
Cae el sol. Fin de la senda. Llegué a este pueblo hace siete años. En la avenida principal veo a la gente ir y venir. Reconozco a mis vecinos, a los de siempre, y a alguno que llegó hace poco; están los que vinieron en los ‘90 a escalar y los que vinieron buscándose a sí mismos, los de la provincia, los ’parquistas’ y los que venimos más del norte (otro norte), y también hay algún bisnieto de algún explorador o pescador europeo del 1800, de esos que salían al mundo por esa época; y también los de la zona: los nacidos en el límite, entre Argentina y Chile. Miro más allá y también están los trabajadores de la temporada, los que la están flasheando y los que la están padeciendo, viviendo en una habitación compartida con cinco personas o en un altillo y haciendo jornadas de trabajo de diez horas o más. Todos ellos, vecinos y trabajadores, se mezclan entre los turistas, gringos en su mayoría, algunos brasileros, y de los que vienen en manada: los israelitas y los argentos. Después están los viajeros que no son ´turis´, los que se las arreglan, los copados, y que se movilizan en cualquier tipo de cosa, con o sin motor. Por último, los que mejor la suelen pasar, los ´climbers´ (escaladores de roca) de aquí y de todas partes. En el fondo de esta escena, como en muchas de las escenas de Chaltén, están les niñes jugando, son un montón, siempre. Cada tanto pasa algo, como una pandemia o una revelación, y algunas personas que estaban en estado de tránsito, deciden quedarse en el paraíso. De ese matiz de gente, básicamente, está conformada mi comunidad.
Cada tanto también pasa algo y se van. Ese algo suele ser la vida misma, pero también y principalmente, la falta de vivienda.
Laguna de los Tres, a 12 km del pueblo por la senda principal del Parque Nacional Los Glaciares. Enero 2022.
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Ricardo llegó hace 31 años al pueblo. Fundó y transitó distintas instituciones de la localidad. Nos encontramos una mañana en una panadería, era octubre del 2020 y en ese entonces se desempeñaba como Concejal por un partido vecinal. Tomamos un café y hablamos de cómo nació El Chaltén, de cómo se fue formando la comunidad, y también de algo que en esos días era una novedad: el dominio y el manejo de las tierras fiscales dentro del pueblo habían sido finalmente transferidas desde el Consejo Agrario Provincial (CAP) al Municipio, cuatro años y tres intendentes después del tiempo debido. En ese momento era una noticia importante, se pensaba que se podía descomprimir un poco la situación habitacional de algunas familias, pero lejos estaría de solucionar la emergencia habitacional ya agravada en ese entonces. Ese día que nos encontramos, Ricardo se preguntaba qué era lo que había que solucionar de manera más urgente y dentro de las posibilidades que teníamos como pueblo, o sea, dentro del ejido urbano, por fuera de ese dominio dependíamos de la provincia.
El Chaltén es un pueblo joven de montaña, creado en el año 1985 por la Ley Provincial N° 1771/85, a raíz de un conflicto geopolítico con Chile por un tema de definición de límites sobre la reserva de agua dulce del Lago del Desierto.
Por la Ley N° 23.766, en su artículo primero, se desafectaron y transfirieron a título gratuito a la provincia de Santa Cruz, tierras pertenecientes a la Administración de Parques Nacionales, unas 135 hectáreas, de las cuales 87 hoy están ocupadas por el pueblo y el resto son reserva urbana. En el mismo texto, en su segundo artículo, se ordenó otra desafectación y transferencia al mismo destinatario en la costa del Lago Viedma: unas 30 hectáreas, a unos 16 km del pueblo, “dentro de la cual se emplazarán las instalaciones del embarcadero de la futura Villa Bahía Túnel y su correspondiente infraestructura”.
Foto aérea del pueblo El Chaltén desde la cumbre del cerro Pirámide. Enero 2021.
El Estado Nacional cedió tierras fiscales al CAP para que las administrase, con el fin de fundar la localidad, pero esa tarea, como toda repartición de tierras, no se realizó de manera responsable. Y hoy, muchas de esas tierras pertenecen a personas que no son de Chaltén, ni viven ni vivieron en el pueblo y las 30 hectáreas del segundo artículo de la Ley se las llevó el viento.
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Marce vive en el Chaltén hace diecisiete años. Llegó al pueblo, como llegaron muchos, a laburar la temporada y a ver qué onda, tuvo varios trabajos, de los más diversos, viajó bastante también y comprendió que aquí estaba su lugar. Ella pertenece a la agrupación Vecinxs Unidxs. Nos encontramos en mi casa una tarde, hace dos años, y me dio una pista, un buen punto de partida para pensar la problemática habitacional en El Chaltén: el cierre del campamento Madsen en el año 2008, que estaba situado al pie de la cabecera de la senda principal del Parque. Para el verano 2007-2008, según un relevamiento llevado a cabo por la misma institución, había alrededor de 400 personas viviendo en carpas en el camping, en su mayoría empleados de los prestadores de servicios de turismo de la localidad. También había grupos de personas residiendo con más antigüedad y con una cierta estabilidad, eran “los del fondo”, instalados en carpas de todos los tamaños. Para aquel entonces las personas no se preocupaban por los alquileres, nadie hablaba de tierras. Al cerrarse el camping devino un “boom” de las viviendas en casillas rodantes, trailer o containers. En 2010 un primer grupo se organizó y nació la agrupación de Vecinos sin Tierra, quienes solicitaron acceder a lotes y tras reclamos organizados ante el CAP, lograron las adjudicaciones en el año 2012.
Vecinxs Unidxs en asamblea frente a la Municipalidad de El Chaltén durante la última pandemia. Junio 2020.
Desde esa última entrega, la misma organización empezó a solicitar la ampliación del ejido urbano.
En 2018, la agrupación Vecinxs Unidxs comenzó a reclamar la solicitud de la tierra como un derecho que estaba siendo negado por el Estado para quienes estaban constituyéndose como comunidad en la localidad.
Para Marce, “hay que pensar y actuar en el tema tierras desde donde estamos parados”.
El pueblo ya no puede crecer más, sin embargo lo hace y lo seguirá haciendo. A su alrededor, de un lado, al oeste está el Parque Nacional; del otro lado, hacia el este, la estepa patagónica más desolada que llega hasta al mar y el CAP, que no responde, niega y evade.
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La crisis que enfrenta una comunidad sin acceso a su tierra, no deriva únicamente en una problemática habitacional, sino más bien en una emergencia social que nos estanca como comunidad, ya que no tener acceso a la tierra implica falta de espacio para el puesto sanitario y el derecho al acceso a la salud pública; los establecimientos educativos quedan chicos y los nuevos edificios ya se están rompiendo; no tenemos banco; espacios para nuestros adolescentes y espacios para nuestras infancias; para las organizaciones sociales; un lugar para que las persona nacidas en Chaltén también puedan tener su casa en el lugar en donde nacieron. Todavía no contamos con alumbrado público en todas sus calles, ni veredas, ni asfaltos, la energía es generada a gas oil, las cloacas se rebalsan y se van al río, colapsan los sistemas. Mientras tanto, sufrimos el fenómeno de “turistificación”: son las consecuencias que experimentamos como población al recibir una afluencia masiva de turistas, en detrimento de quienes intentamos vivir aquí todo el año.
Corte pacífico del puente de ingreso al pueblo, Octubre 2021.
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Lucas vino en el año 2003, vivió seis temporadas en el campamento Madsen. Me cuenta que conoció el Chaltén por una película de escaladores. Hoy es vecino y ocupa con su casa móvil un terreno que no es propio, donde vive con su familia. Me habla sobre su incomodidad diaria para proyectarse porque sabe que no está en su derecho y siente las miradas acusadoras en su nuca, estén realmente o no. No quiere conflictos, pero sabe que está marcado. Me cuenta que vivió el problema de tierras desde siempre, desde que llegó, y que ha insistido en reclamar su derecho al acceso a la tierra yendo a Río Gallegos y enviando la documentación correspondiente pero siempre rebotó.
Cuando hablamos, durante la pandemia, estaba en la formación de un proyecto cooperativo para trabajar la tierra, a unos 40 kilómetros de aquí, junto a sus compañeros, un trabajo en equipo bastante avanzado, avalado por la Provincia y apoyado por Nación.
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Miro el horizonte a través de la ventana; se está derritiendo el invierno, lo que es blanco tomará su color muy pronto. Hace unos días confirmé que debo dejar la casa a la que vine a vivir este invierno, es algo que ya sabía. Mi esperanza: alquilar lo que salga, una casa en obra, una habitación, con que tenga una ventana, cocina, baño y agua caliente, me alcanza. Pero eso es mucho esperar. Mi opción real es volver a achicar mi vida para caber en una casilla rodante, o irme. Los días pasan, y así los años, una se acomoda, se adapta, sigue, se rompe, se arma de nuevo, mientras las camas para el turismo aumentan en número y en lujo.
Esta burbuja de inestabilidad constante, nos arrastra a una forma de vida que no es digna y a su vez nos pone en una categoría de “ciudadanos de segunda”, en tránsito constante, que está en stand by sin poder proyectarnos, encontrándonos así limitados en el ejercicio de nuestros derechos sin poder terminar de “pertenecer” a la comunidad de la que somos parte.
Vuelvo a mirar las montañas por mi ventana, llamo a mi intuición y le pregunto: ¿Qué quiero? Me respondo: quiero ésto, mirar por la ventana y ver lo que veo. Entonces, de momento, me quedo tranquila, al menos hay claridad.
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Pasaron dos años de haber charlado con Ricardo, Marce y Lucas; Ricardo sigue trabajando pero está cansado. Lucas y su grupo lograron conseguir el permiso de la tierra para trabajar, pero no para vivir en ella; y Marce -quien ahora se llama Anku-, el 23 de abril de este año, llevó adelante una ocupación pacífica de tierras junto a diez familias. Inspiradas en experiencias similares en otros lugares del país, se instalaron con sus casillas y con lo que pudieron levantar en la cancha de fútbol de un club. Después de eso, el Honorable Consejo Deliberante de El Chaltén declaró la crisis habitacional.
Asentamiento 23 de Abril. Otoño 2022.
Pasaron también dos años del traspaso de tierras fiscales al Municipio, y lo que realmente se traspasó fue el problema.
En octubre del 2020 el Intendente prometió que quien no tuviera su tierra, en el plazo de un año la tendría.
En octubre de 2021 no se habían entregado tierras, varios vecinos hicimos un corte pacífico del puente para visibilizar nuestra realidad.
Ahora, la propuesta de la Provincia, y por ende del gobierno Municipal, es la construcción de 86 viviendas en una zona inundable dentro de una reserva natural urbana al lado de un humedal. Con ello, y la eterna promesa de negociación por lo que aún no entrega, se intenta dar respuesta a mediano y largo plazo a más de 400 familias.
En el marco del asentamiento y sus repercusiones en los medios de comunicación, el periodista Wojciech Ganczarek dijo algo muy certero: “Los que tienen tierra en la Patagonia no viven en la Patagonia, y los que viven en la Patagonia no tienen tierra”.
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Mientras se esperan los datos oficiales del último censo, se estima que 2000 personas viven en El Chaltén y que ese número asciende a 3000 en verano. Las camas habilitadas para turistas superan a la población: son 3800, aunque en temporada alta llegan a diario 5000 personas a visitar el pueblo.
Nuestro “progreso” va muy lento por la “falta de espacios”. Sin embargo, no sucede lo mismo con la disponibilidad de tierras para los grandes emprendimientos turísticos.
Actualmente el metro cuadrado de tierra dentro del pueblo tiene un valor de entre 200 y 800 dólares. Y hoy existe solo una casa publicada a la venta, a un valor de 450 dólares el metro cuadrado.
Sin embargo, fuera del pueblo, hacia el noroeste, por la Ruta Provincial N° 41 que va desde hacia el Lago del Desierto, (Lago por cuyas aguas en conflicto con Chile, se funda El Chaltén), y que recorre unos 37 kilómetros de ripio, entre un bosque más alto, los glaciares más cerca , bordeando el río de las vueltas; se están desarrollando cosas.
En plena Pandemia, en el invierno del 2020, a pocos kilómetros de uno de los pasos más importante a la masa continental de hielo, se construyó un Hotel de lujo, con capital binacional con el país vecino Chile.
En otro sector con algo de pendiente y bastante sombrío se están loteando terrenos de 7 a 14 hectáreas aproximadamente, con valores desde u$s 15000 a u$S 25000 la hectárea. También se encuentra a la venta una hectárea a u$s 120.000 dentro de la “Reserva Los Huemules”; y dentro de la misma reserva, se ofrecen dos casas grandes en terrenos de una superficie total de 9800 m2, a un valor de u$s 600.000.
¿Quiénes son los que pueden acceder a la tierra en la zona de Chaltén y para que se dispone esa tierra?
Mientras tanto, la Secretaría de Estado de Ambiente de la Provincia, licitó la pavimentación de la ruta N° 41, para lograr una futura conexión de carretera con Chile, argumentado que es favor de “nuestro progreso”, por encima de la disconformidad de gran parte de la población, ya que destinan para eso los recursos de la obra pública en vez de contribuir a lo mucho que queda por hacerse para mejorar la calidad de vida de los chaltenenses: trasladar servicios fuera del ejido urbano, construir un hospital, ampliar y mantener los edificios escolares, mejorar las rutas sin terminar que nos conectan con el lejano resto del país.
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Cordón de montañas con el Cerro Chaltén y la aguja Poincenot vista desde el pueblo.
Un atardecer extenso se abre sobre mí, culmina el día y todo se pone rosa, el cielo, el aire y el suelo. Las nubes se pintan de colores, la hora mágica de El Chaltén. En el patio de alguna casa se prende un fueguito, la gente va cayendo, comienza la reunión, hay risas, hay vino, una carne se cocina a las brasas, o quizá un disco; se enciende un ´churro´ y comienza su ronda. Una escena ancestral frente a mí: el fuego, que por su naturaleza llamea hacia arriba, hacia el cielo y alrededor las personas. Pienso en la idea de comunidad.
Pero es octubre de 2022 y está comenzando la temporada alta. Y con ella, colapsa el suministro de electricidad que aún es a combustible. El pueblo, ubicado al lado de una de las reservas de agua dulce más importantes del planeta, se queda sin agua. Vemos más turistas que nunca, pero la entrega de las tierras fiscales para la ampliación del ejido urbano y la inversión en infraestructura, aún no llega.