Volvió a navegar el wampo, tiembla el olvido

por Adrián Moyano

Más de cien años después del último registro sobre una travesía de este tipo, una embarcación mapuche surcó el lago Correntoso y unió dos comunidades que resisten el avasallamiento estatal y la desmemoria.

Abril 2022

Si la cultura mapuche fuera individualista, los nombres de Lucas Quintupuray, Gustavo Cayun Pichunlef y Martín Flores ya estarían impresos en placas de bronce o al pie de algún trofeo. Si pensara solamente en términos deportivos, no se hubiera embarcado también a la pequeña Guadalupe, hija de Martín y Roxana Quintupuray. Así se conformó la tripulación del wampo que el último domingo unió la playa del sector Los Radales del lof Kintupuray con la que controla la comunidad Paichil Antreao, ambas sobre el lago Correntoso (Neuquén). La travesía demandó algo más de cinco horas a puro remo, pero la hazaña superó ese marco temporal: el último registro sobre la existencia de un wampo data de 1920 y se tomó en el lago Lácar. Quiere decir que como mínimo, las antiguas canoas mapuches se habían ausentado de las aguas hace más de un siglo. Desde entonces, su lugar fue el silencio lóbrego de los museos. Ahora, volvió el wampo.

Fue la comunidad Kintupuray en pleno la protagonista del rescate. Desde fines del siglo XIX, cuando se asentaron en el noroeste del Correntoso Juan Antonio Quintupuray y Margarita Treuque, sus orillas boscosas supieron de hijos e hijas, de faenas agrícolas y forestales, de intercambios con otros vecinos, pero también de dolores, como el incendio de la vivienda. El intenso vínculo de los Quintupuray con el mapu sufrió un cimbronazo de importancia cuando cuatro décadas después, se instaló sobre su territorio Parques Nacionales. Desde 1934, la nueva repartición se arrogó el derecho de decidir cómo debían las familias vivir su vida y como consecuencia de las restricciones, muchas abandonaron sus lugares para pelear la supervivencia económica en Villa La Angostura o Bariloche. Los retornos comenzaron tres décadas atrás y no están extensos de sinsabores, tensiones, nuevos conflictos y viejas estigmatizaciones.

Toques de cultrún y cantos para el wampo


Por eso el llanto del joven longko cuando el wampo descansó sobre la arena después de la travesía. Por eso la expectativa de cientos de personas, no sólo mapuche, que recibieron a la legendaria embarcación sobre la playa, también en disputa con la Municipalidad de Villa La Angostura. Por eso el repiqueteo de cultrunes, el bramido de las trutruka y los silbidos de las pfilka que aguardaron la llegada de la canoa durante una larga espera. Por eso el canto de decenas de mujeres para el coihue del que nació la embarcación y para el lago que le brindó cobijo. Por eso el viaje lacustre condujo a un acto de afirmación política que reunió a las cuatro comunidades de la Zonal Lafkenche: Kintupuray, Paichil Antreao, Kintrikeo y la recientemente reconstituida, Melo.

Navegantes, siempre

La condición de navegantes de los antiguos puelches (gente del este en idioma mapuche), permaneció velada durante mucho tiempo, a pesar de las menciones que existen en las antiguas crónicas jesuitas y de ciertas conclusiones más bien obvias. Si la primera expedición española que llegó al Nahuel Huapi (1620) encontró puelches en sus islas, es de sentido común suponer que aquellos moradores del lago se valían de embarcaciones para sus traslados. Diego de Rosales, quien se asomó a la margen norte en la década de 1640, observó que la gente que él llamó pehuenches, se valía de las mismas piraguas y canoas que los habitantes indígenas del archipiélago de Chiloé, es decir, los huilliches o williche, según la autodenominación mapuche. Cinco décadas más tarde, cuando los religiosos consiguieron restablecer su precaria misión, todavía en la orilla más norteña del Nahuel Huapi, el sacerdote Laguna viajó hasta Chiloé a bordo de canoas que supuso frágiles, con la conducción experta de puelches que hicieron de guía. El religioso de origen flamenco, temió por su integridad ante las olas casi marinas del lago, pero, sin embargo, llegó sin sufrir mayores contrariedades a su destino, más allá del Seno de Reloncaví. Inclusive, y aunque despectivamente, describió una ceremonia que hicieron sus compañeros de travesía para atraer viento favorable. Quiere decir que, al menos algunos de esos wampo llevaban mástil y velamen.

A pesar de su presencia en escritos añejos, ninguno de los cronistas del siglo XIX y tampoco los supuestos especialistas en culturas indígenas del siglo XX, repararon sustantivamente en la historia de los wampo. Recién en la década de 1990 pudieron realizarse tareas de arqueología subacuática en los lagos del actual noroeste patagónico. Hasta entonces, los expertos argentinos pensaban que sólo los canales fueguinos habían albergado embarcaciones para ellos primitivas. Pero el hallazgo de canoas en Playa Bonita (Bariloche), el lago Correntoso y otros espejos de agua de la región, ratificaron el carácter navegante de sus antiguos habitantes.

Antes de la partida


El longko Lucas Quintupuray es tallador de madera. Cuando se enteró de la existencia de los viejos wampo quiso saber cómo los antiguos mapuche los confeccionaban. Transcurría 2019. Quien firma esta crónica confió que esos métodos están registrados en las crónicas de Rosales y otras fuentes y que era cuestión de evaluar si era posible recrearlos. Vaya si fue posible: tres años después, un wampo volvió a navegar algo más de 10 kilómetros sobre la superficie casi quieta del lago, envuelto en la más hermosa de las brumas otoñales, con el bosque más conmovedor como testigo. Construyeron la embarcación el propio Lucas, “Tincho” Flores y Emanuel Paiva. El último finalmente no se embarcó, por cuestiones de capacidad.

Malón de emociones

“Creo que todavía no tomamos dimensión de lo que se generó”, le dijo el longko a EED, dos días después de la hazaña. Es que la repercusión política, mediática y en redes sociales que logró la travesía, no estaba en los cálculos. “Mientras íbamos remando, una de las grandes emociones que vivimos fue cuando pasamos por el (arroyo) Pichunco, donde tenían su asentamiento nuestros bisabuelos. Ahí fue donde se quemó su casa y todavía no sabemos si se quemó o se la quemaron, si tenemos en cuenta la época… Cuando pasamos, dijimos: ahí deben estar los abuelos mirándonos”. El ejercicio de la violencia contra los pobladores mapuches, fue moneda corriente hasta bien entrado el siglo XX.

Las emociones de los remeros también afloraron “cuando vimos la costa de Paichil. Fue un alivio saber que íbamos bien, con fuerza y con ganas. Hay una cruzada en la que literalmente, vas por el medio del lago y esa es la que nos preocupaba, porque si llegaba a pasar algo, se iba a complicar. Pero en ese momento, el lago se planchó de una manera espectacular, entonces decíamos que nos estaba acompañando el territorio y que los ngen (guardianes o dueños) del lugar estaban con nosotros. Cuando empezamos a escuchar los cultrunes y los afafan (gritos ceremoniales), nos dio más newen para seguir avanzando, porque en ese momento, ya estábamos súper cansados”, confió Quintupuray.

La espera en Paichil Antreao


Hubo otra manifestación significativa del entorno, que los navegantes interpretaron como muestra de respaldo. “Estábamos cansados y de repente, de atrás empezaron a llegar unas ondulaciones en el agua que nos impulsaban. No eran olas, porque no había otros botes cerca. Eran como ondulaciones que hacían que el wampo se levantara de atrás hacia adelante y se impulsara. Como si el lago nos dijera: métanle, que ya están llegando. Después, cuando vimos a la gente y escuchamos los cantos, nos emocionamos un montonazo. Sabíamos lo que estábamos haciendo y se veía que los peñi y lamngen estaban alegres por vernos llegar bien. También por ver el wampo, porque nuestras generaciones no lo llegaron a conocer y nuestros abuelos tampoco. Cuando vimos la arena, dijimos: listo. El wampo llegó, el wampo nos trajo. Creo que si no fuera por el witratripan (la ceremonia que se hizo antes de partir) no nos hubiera ido bien. Esa es la forma que tenemos de pedirle a los ngen que nos acompañen y ayuden. El lafken conoce de nuestro respeto y así, llegamos bien”.

Las reservas emotivas que pudieran quedar en los corazones se agotaron al encallar la embarcación en la playa de la comunidad Paichil Antreao. “Las emociones que vivimos como peñi, lamngen, compañeros y amigos, fueron impresionantes. Todavía seguimos recibiendo mensajes, saludos, felicitaciones por lo que se hizo. Eso es gratificante, porque no sólo estamos recuperando el wampo, sino porque nos sentimos parte orgullosa de un pueblo que se está levantando. En Puelmapu, en Ngulumapu y en todo el Wallmapu estamos haciendo todo lo posible para que se siga reproduciendo la cultura, el conocimiento, la cosmovisión, la lengua y nuestra forma de hacer las cosas”. Que anoten las y los historiadores: el domingo 17 de abril de 2022, un wampo mapuche volvió a navegar. En los rincones de los museos, tiembla el olvido.