La hora de la reparación

por Emiliana Cortona

Carlos Fuentealba daba clases en uno de los barrios más pobres de la capital neuquina. Fue asesinado dieciséis años atrás, en una protesta liderada por docentes. Después de dos juicios por su causa, nuevos relatos personales emergen para nombrar aquel día y todos los que siguieron.

Abril 2023

Emilse Bustos se paró frente al pizarrón de primer año de la EPET N°5 de Neuquén Capital. Quedó petrificada. No podía creerlo. Era el primer día de clases del 2007. Miró a los alumnxs, respiró y de un sólo movimiento, sin decir palabra, borró lo que alguien había dibujado: un policía con una pistola y una persona tirada en el suelo.

Hablar de ese dibujo le costó más de un año. Lo logró después del fallo en la causa Fuentealba I, en el que se condenó a cadena perpetua al cabo policial Darío Poblete por ser el autor material del asesinato de Carlos Fuentealba.

Carlos Fuentealba era técnico químico. Tuvo muchos trabajos antes de llegar a la docencia: en un supermercado, en una fábrica, en el gremio de la construcción. A los 38 años se recibió de docente y dio clases en uno de los barrios más pobres de la capital neuquina, en el CPEM 69, de Cuenca XV. En 2007, la situación laboral de la docencia en Neuquén era acuciante: llevaban años con salarios congelados, las escuelas tenían problemas edilicios, parte de lxs trabajadores tenían contratos informales y muchos de sus aportes eran no remunerativos.

Pero en 2007 el conflicto y el reclamo docente no era solo en Neuquén. En la misma situación se encontraba La Rioja, Jujuy, Salta, Tucumán, San Juan, Tierra del Fuego, Santa Cruz, Buenos Aires, Santa Fe, Río Negro y Santiago del Estero. A diferencia de otros, el gobierno neuquino, a cargo de Jorge Sobisch, ignoraba sus pedidos. Para llamar su atención, los y las maestros votaron en asamblea llevar el reclamo a la Ruta 22, a la altura de la localidad de Arroyito, a poco más de 50 kilómetros de la capital neuquina. Entendían que ese camino, obligatorio para el turismo que iba a la cordillera, les podía servir de vidriera para mostrar su reclamo durante el fin de semana largo de Semana Santa.

Jorge Omar Sobisch fue tres veces gobernador de la provincia de Neuquén, las tres por el Movimiento Popular Neuquino, partido que gobierna la provincia de manera ininterrumpida desde hace 61 años. En 2007 Sobich aspiraba a ser presidente de la nación y mostraba a Neuquén como una provincia rica y pujante. En sus spots de campaña se definía como un gobernador “que sabía cómo parar las protestas sociales”.

Carlos Fuentealba, como cientos de docentes, el 4 de abril del 2007, madrugó y emprendió viaje al encuentro de sus compañerxs. Su pareja, Sandra Rodriguez, también docente, se quedó en su casa, al cuidado de sus hijas. En Arroyito los esperó un operativo policial jamás visto en la historia de la provincia contra docentes. En cercanías a la Ruta 22, antes de las 8 de la mañana, ya estaba desplegado: la policía provincial, el Grupo Especial de Operaciones Policiales, el Departamento Seguridad Metropolitana, la Dirección de Bomberos. Tenían balas de goma, gases lacrimógenos, bombas de pintura y un carro hidrante.

Emilse fue una de las tantas maestras que aquel día de abril se plegó al reclamo en Arroyito. Nunca imaginó cómo terminaría:

—Creí que ese era mi último día.

Antes de las 9 de la mañana el camión hidrante comenzó a desplazarse. Con ese movimiento, la policía lanzó el primer gas lacrimógeno. Al igual que varixs, al sentir el ardor en los ojos, en la nariz, en la cara, Emilse corrió. Los gritos de sus compañerxs y los disparos policiales la atormentaron. No sabía dónde refugiarse. Muchxs corrieron para una estación de servicio que estaba a metros de la Ruta. Pero por los disparos cerca de los surtidores y la multitud de docentes en ese lugar, Emilse siguió corriendo. Al costado de la ruta, en dirección al río Limay, había tierra, pastos y campo. Copió a quienes iban en esa dirección, y tuvo que, al igual que muchxs, esquivar las balas que lxs policías disparaban a campo traviesa.

Cuando Emilse volvió al aula, no pudo hablar de esa jornada. Las charlas se aunaron en un único tema:

—No era hablar de uno o de una, sino que era ver cómo salíamos a luchar y pelear por justicia por Carlos. Fue tanto lo que nos pasó, lo que vimos, que una frente a eso, era nada: una estaba viva.

¿Cómo digerir la angustia? ¿Cómo procesar un dolor individual, pero que al mismo tiempo es colectivo? ¿Cómo contar su relato vivencial sin dejar de exigir justicia por el colega asesinado?

—Una seguía dando clases, no se le había destruido la familia como a Carlos.

*

Susana Lara guarda en su casa cartuchos que disparó la policía ese 4 de abril. Son plateados, grandes, de 20 centímetros.

—Intuyo que es uno de los que le dispararon a Carlos.

Cuando empezó la represión, Susana se resguardó a la vuelta de la YPF al costado de "El viejo Tronador", el colectivo que llevó a los trabajadores de Zanon a la medida de fuerza de los maestros neuquinos. Desde ahí, con sus compañeras del jardín Nº44 escucharon gritos, corridas y disparos.

—De la cantidad de gases que tiraron no se podía respirar.

Susana se paralizó, sus compañeras también. Dejaron pasar varios minutos y volvieron a la estación de servicio.

—El suelo estaba minado con los cartuchos. Estaban por todas partes.

Desde un auto sintonizaron una radio regional y lograron enterarse qué pasaba a pocos metros de donde estaban: un maestro estaba herido.

Imagen: ATEN.

Pocos minutos antes, dirigentes del gremio y la policía habían hecho un acuerdo: frenarían la represión para que lxs docentes puedan retirarse del lugar. A pie y en autos, en caravana, maestros y maestras comenzaron a abandonar Arroyito. Carlos, como muchxs, se subió a un auto. Iba en el asiento de atrás de un Fiat 147. Pero, a menos de dos metros, un policía del Grupo Especial de Operaciones Policiales de Zapala apuntó y disparó una granada de gas lacrimógeno. El cartucho estalló el vidrio e impactó en la nuca de Carlos.

Susana y sus compañeras lograron subir a un auto y regresar a Neuquén. No se enteraron del asesinato hasta llegar a la seccional de ATEN en Senillosa, localidad camino a Neuquén Capital .

—Cuando llegamos otros compañeros nos contaron el nombre y apellido de Carlos, como había sido el disparo, con quien iba, en que escuela trabajaba. Exactamente ahí tomamos conciencia de lo que había pasado.

¿Cuáles eran las cicatrices que había dejado la represión? ¿Cuántos creyeron morir? ¿Qué les quedaba anudado en la garganta?

*

En Junín de los Andes, ciudad donde nació y se crió Carlos Fuentealba, también les costó hablar de lo que atravesaron:

—Para algunos compañeros era doloroso. Otros no querían recordar lo que les había pasado. Otros tenían culpa por no haberse adherido a la medida de fuerza.

Hugo Papalardo, secretario general de ATEN de Junín de los Andes, también estuvo en Arroyito y en el momento de la represión sintió las balas de goma zumbar cerca de su cuerpo. Corrió campo traviesa, desorientado.

—No podía creer lo que estábamos viviendo. Ese día yo sentí que nos podía pasar algo malo.

Pero aún faltaba para que sintiese el mayor miedo de la jornada. Fue precisamente sobre la Ruta 22, cuando un policía le disparó, a corta distancia, en el tobillo derecho. Hugo, sin sentir dolor, mordió bronca y avanzó sobre un oficial:

—Frenen la represión.

Le gritó, lo siguió y lo increpó:

—Paren. No se dan cuenta que somos maestros y maestras.

Al tiempo, viendo videos y fotos, descubrió que a quien él le grito era el cabo Darío Poblete, que huía después de dispararle a Carlos Fuentealba.

En Junín de los Andes hubo miedo de hablar de lo sucedido. Incluso, parte de la familia de Carlos Fuentealba no quería que se investigue su asesinato.

—Junín de los Andes sigue siendo un pueblo chico en el que nos conocemos todos y quizás nos podríamos cruzar con los familiares de Carlos que no estaban de acuerdo con la compañera de Carlos, Sandra Rodríguez y del gremio que reclamaban se investigue al responsable material y político del asesinato -dice Hugo Papalardo.

Imagen: Sebastián Fariña Petersen

De manera paralela se produjo la movilización, según sus habitantes, más grande de la historia del pueblo. El 5 de abril, seis cuadras de docentes, vecinxs, trabajadorxs, caminaron por Junín de los Andes. Exigieron, de manera unánime, que se conozca quién había asesinado a Fuentealba.

¿Quedaron historias individuales sin contar? ¿Se callaron en pos de fortalecer la exigencia de justicia por Fuentealba?

*

Este año un tribunal falló en Fuentealba II, la causa que buscó determinar la responsabilidad que tuvo la cúpula policial en el operativo represivo de Arroyito. Pero, para que el juez Giorgetti lea el veredicto el 16 de marzo del 2023, pasadas las 13:30 en la sala 12 de Ciudad Judicial de Neuquen, el litigio judicial tuvo que sortear costosas peripecias. Primero pasó por las manos del ministerio público fiscal que decidió en 2007 desdoblar la investigación: por un lado al autor material del asesinato y por el otro las responsabilidades policiales y políticas en el operativo; después por las del fiscal a cargo de aquel momento, Alfredo Velasco Copello, que dispuso el sobreseimiento de la mayoría de los imputados, luego de que la querella insista en que la causa no debía clausurarse; después que la Corte Suprema de Justicia de la Nación ordene al Tribunal Superior de Justicia de Neuquén que emita una nueva sentencia y que reabriera la causa; y el 1 de marzo del 2023, después de 16 años, comenzaran las audiencias.

Finalmente, el tribunal condenó a cinco exjefes policiales -Carlos Zalazar, Moisés y Adolfo Soto, Mario Rinzafri y Jorge Garrido- y al comisario inspector -Benito Matus- por abuso de autoridad y por abuso de armas agravado.

¿La reparación personal deviene de la obtención de justicia? ¿Qué nuevos relatos personales emergerán con este fallo?

Tras conocerse el veredicto, Sandra Rodríguez, micrófono en mano, parada sobre el escenario que montó ATEN afuera de Ciudad Judicial de Neuquén confirmó lo que varixs sabían: en ese operativo las víctimas fueron muchas. Maestrxs que escaparon de la represión, docentes que creyeron no volver a sus casas, hijxs que se preocuparon por sus madres.

— Acá está la reparación. Hoy es una reparación social, más que personal. Esto lo construimos entre todos, ese alivio, esa sensación de lo que nunca debió haber ocurrido y que nunca más debe ocurrir.