Crónica V: Marcas en los cuerpos

por Santiago Rey

Las heridas de las víctimas, sus cuerpos negados a los asesinos. La teoría del enfrentamiento cada vez menos sostenible. Una nueva semana de cobertura del juicio que interpela al Estado y su poder de matar.

Septiembre 2023

- Crónica I: ¿Dónde empieza la locura?

- Crónica II: La Encrucijada

- Crónica III: Los medios y el azar

- Crónica IV: Las incógnitas y los sueños

“Ese cuerpo no llegó vivo a las manos de sus enemigos”. La frase me impacta. Releída del libro “Oración” de María Moreno, refiere al cuerpo de María Victoria Walsh. Vicki, militante e hija de Rodolfo Walsh. El libro explora las humanidades en los recodos de la épica; lo íntimo entre las glorias de la Historia; lo gris que anida en los mandatos. Es de una precisión y profundidad de exploración que lo convierte en indispensable.

La historia de Vicki Walsh es sabida. El 29 de septiembre de 1976 se suicidó luego de combatir durante más de una hora a un escuadrón de militares que rodearon y dispararon contra la casa de Villa Luro donde se refugiaba junto a una familia y otros militantes de Montoneros. En su “Carta a mis amigos”, Walsh cubre de un pátina épica la muerte. Citando un testimonio de uno de los soldados que participó del operativo -y a quien Walsh no entrevistó-, dice: “De pronto hubo un silencio. La muchacha dejó la metralleta, se asomó de pie sobre el parapeto y abrió los brazos. Dejamos de tirar sin que nadie lo ordenara y pudimos verla bien. Era flaquita, tenía el pelo corto y estaba en camisón. Empezó a hablarnos en voz alta pero muy tranquila. No recuerdo todo lo que dijo. Pero recuerdo la última frase, en realidad no me deja dormir.

-Ustedes no nos matan -dijo-, nosotros elegimos morir.

Entonces ella y el hombre se llevaron una pistola a la sien y se mataron enfrente de todos nosotros”.

Ese cuerpo no llegó vivo a las manos de sus enemigos.

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El 25 de noviembre de 2017 en Villa Mascardi, el cuerpo de Rafael Nahuel tampoco llegó vivo a las manos de sus enemigos. Sin embargo, Fausto Jones Huala y Lautaro González Curruhuinca lo intentaron. Cuando armaron una improvisada camilla de palos, cuando iniciaron el descenso por la montaña sabiendo que serían arrestados, lo hicieron, primero, buscando atención médica para Rafael. Cuando se les murió en el camino tomaron la decisión de bajarlo para evitar que ese cuerpo quedara en medio de la montaña en manos de sus atacantes, que pudiese sufrir otra profanación.

En su declaración indagatoria del 28 de noviembre de 2017 Fausto Jones Huala dijo: “en un momento miro y veo que cae Rafael. Ahí empecé a gritar que dejen de disparar, pero siguieron disparando. De repente, no se escuchó más nada. Estaba Rafael en el suelo, me acerqué a verlo y vi que tenía un disparo del lado izquierdo. Le preguntaba cómo estaba y no podía hablar. Decidimos no dejarlo solo porque nosotros tuvimos otro suceso parecido en la Comunidad de Cushamen”.

El suceso al que refiere es el que involucró a Santiago Maldonado. El joven anarquista que apoyaba a los mapuche desapareció el 1 de agosto de 2017 dentro de la comunidad mencionada, en el marco de un operativo represivo de Gendarmería, algunos de cuyos integrantes lo persiguieron a tiros hasta la orilla del río Chubut. Durante 78 días nada se supo de él, estuvo desaparecido hasta que el 17 de octubre su cuerpo fue encontrado en una zona del río rastrillada en, por lo menos, dos oportunidades.

El 25 de noviembre de 2017 mientras Santiago Maldonado era velado en su ciudad natal -25 de Mayo, Provincia de Buenos Aires-, otra fuerza de seguridad, en este caso Prefectura, mató por la espalda a Rafael Nahuel.

Pero el cuerpo de Rafael Nahuel no llegó vivo a manos de sus enemigos.

Imagen de la camilla con la que bajaron el cuerpo de Rafael Nahuel.

Lautaro González Curruhuinca, dijo ante el juez dos días después del asesinato que “cuando Rafael recibe el disparo, nosotros les avisamos a los efectivos de Prefectura que había un herido. Yo me entregué debido a que Rafael necesitaba atención médica, pero no se pudo dar. (…) Nosotros vimos morir a Rafael en nuestras manos, pero yo me entregué para llevar el cuerpo de Rafael, para que no pase lo mismo que con Santiago Maldonado, por lo corruptos que son”.

Así como Vicki Walsh decidió no entregar su cuerpo vivo a sus enemigos, Fausto y Lautaro decidieron no dejar el cuerpo inerte de su amigo a merced de sus atacantes, montaña arriba.

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Una de las novedades importantes de esta semana en el juicio oral y público que se sigue por el asesinato estatal de Nahuel, fue el anuncio de que tanto Jones Huala como González Curruhuinca declararán como testigos. Será de manera presencial -la totalidad de los testigos hasta ahora lo ha hecho a través de plataformas virtuales y a distancia- entre los días 26 y 27 de septiembre.

Ambos tienen mucho para decir y será la primera vez que en las audiencias del juicio -iniciado el 15 de agosto pasado- se escuche la voz de un mapuche. Ambos estuvieron junto a Rafael en el momento de los disparos. Ambos sostuvieron siempre que el supuesto enfrentamiento entre los Albatros y los mapuche fue en realidad una cacería con armas de fuego contra las piedras que pudieron tirarles a los uniformados.

En la jornada del juicio del miércoles pasado, también se sumaron dos elementos que contrarían el relato del enfrentamiento con armas de fuego. Lo escribí para Télam, la agencia para la cual cubro las audiencias. En resumen, peritos de la Gendarmería confirmaron que en las manos y prendas de vestir de quienes estuvieron aquel día en el territorio en disputa entre la comunidad Lafken Winkul Mapu y Parques Nacionales no se encontraron rastros de pólvora que puedan vincularse a armas calibre 22.

Las únicas partículas compatibles con pólvora encontradas en la ropa de Nahuel y en las manos de Jones Huala -una en 4001 analizadas- y de González Curruhuinca -una en 3534- no se corresponden con deflagraciones realizadas con armas calibres 22, las que supuestamente utilizaron en el “enfrentamiento” según la versión de los Albatros y sus abogados.

Los peritos de la Gendarmería Fernando Martín Báez y Daniel Alejandro Converso, y la presidenta de la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA), Adriana Serquis, detallaron que la presencia de esas partículas puede explicarse por "transferencia" o "contaminación".

Escribí en la nota: “Tanto Báez como Converso coincidieron en que la sola presencia de personas en un área determinada donde se realicen disparos, así como el contacto con manos o ropa contaminadas con partículas, y hasta el roce con el asiento de un móvil policial, puede generar una ‘transferencia’ o ‘contaminación’ con partículas características de pólvora.

Durante la instrucción -y también en el expediente- quedó demostrado que Jones Huala y González Curruhuinca fueron esposados y trasladados hasta un móvil de la Policía de Seguridad Aeroportuaria (PSA) por el mismo personal de Albatros que, instantes antes y montaña arriba, había disparado 130 veces con munición de plomo.

Los dos peritos de Gendarmería también admitieron que puede producirse una transferencia a partir del contacto de una manta con la ropa de una persona.

Este punto es clave porque podría explicar la presencia de una partícula de pólvora en el cuerpo herido de Rafael Nahuel”.

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Sobre el cuerpo de Vicki Walsh, Moreno dice que sus atacantes “ni siquiera fueron los primeros en herirlo…”. Desgrana luego algunas heridas que pueden ser las de cualquiera, partos, dentistas, accidentes. Todos llegamos con heridas al momento de la muerte. Nadie llega límpido. Pero hay niveles de indemnidad posible.

Ningún cuerpo sale indemne de vivir en el barrio Nahuel Hue, en el Alto de Bariloche. Allí vivía Rafael. Las marcas del frío y el hambre podrían leerse en una autopsia. También las marcas de la violencia intrafamiliar y las de la violencia institucional. Las marcas de los consumos problemáticos y las de las promesas incumplidas. Las de los sueños aplastados.

Los Albatros no fueron los primeros en herir el cuerpo de Rafael.

Rodolfo Walsh escribió sobre Vicky: “su lúcida muerte es una síntesis de su breve, hermosa vida”. Patricia, también hija y hermana de Vicky, se molestó con esa frase: “Él sabía perfectamente que ni su vida ni la mía habían sido hermosas”, le dijo a María Moreno.

Esa desmitificación debiera alcanzar a las víctimas angelizadas. Por compasión, apego, propias necesidades emocionales, los periodistas muchas veces construimos imágenes idealizadas de las víctimas de los casos que investigamos y publicamos. Poder decir que ningún cuerpo, ni siquiera el de Rafael asesinado a sus 22 años, está libre de heridas previas, es tomar una distancia que restituye el carácter humano de las víctimas.

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En mí caso, una crónica no empieza a escribirse en la computadora hasta que no termina de escribirse en la cabeza. O por lo menos sus rasgos principales, su enfoque, su mirada -tal vez su título.

En los intersticios de la hoja en blanco esperan los agujeros de la historia, los datos a chequear, las dudas, la obsesión por la palabra exacta. Pero antes, la crónica se escribe en la cabeza.

Sin embargo, el final que sigue no lo tenía en mente esta mañana de sábado lluviosa y fría cuando me senté a escribir. Pensaba en esta crónica preguntarme por la(s) víctima(s), por sus cuerpos, por los ultrajes posibles de recibir, por el carácter de quienes no permiten ultrajes póstumos. Pero me surgieron preguntas sobre los victimarios.

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Siempre en “Oración” y en referencia a Vicki Walsh, María Moreno dice que “si el cadáver habla, habla casi exclusivamente de sus asesinos…”. ¿Qué dice entonces el cadáver de Rafael sobre sus homicidas? Si lo mataron por la espalda, ¿ese cadáver dice que sus asesinos son cobardes?, si la bala tuvo una trayectoria de abajo hacia arriba, ¿ese cadáver dice que sus asesinos lo persiguieron montaña arriba?, si ese cadáver era el de un hombre joven y pobre, ¿qué dice de sus asesinos, los propios Albatros, tan jóvenes y pobres como él?

Si no hay víctima angelizada, ¿hay mal victimario?

En “Los usos de la memoria” Tzvetan Todorov dice que “comprender no es excusar ni justificar”.

Me gustaría comprender qué y cómo piensa, quien con un arma provista por el Estado efectúa uno o más de 50 disparos contra otra persona. Qué idea de patria o de dios o de mandato pesa sobre la construcción mental y emocional de quien aprieta el gatillo.

Creo que aunque pueda entrevistar a alguno de los asesinos de Rafael Nahuel, la distancia entre su psiquis y su relato, entre su realidad y la mía, y entre mi escucha y mi capacidad de entendimiento, harán muy difícil que, como dice Todorov, pueda comprender.

También dice el filósofo y lingüista búlgaro que esa comprensión “es solo un medio -el único y bien frágil-, de prevenir crímenes futuros”. Si es así, se convierte en un imperativo intentar explicarse qué sombras anidan en la formación humana de los asesinos.