Crónica IX: La parábola que se cierra

por Santiago Rey

Terminó el juicio. Cuando mataron a Rafael Nahuel, los Albatros habían disparado en la montaña entre 114 y 129 veces con munición de plomo. Pero las penas fueron mínimas por “exceso en legítima defensa”. Terminan también estas crónicas aunque el vacío sigue abriéndose a los pies de los que ya no creen en nada.

Fotos: Eugenia Neme / David Sánchez / SR

Diciembre 2023

- Crónica I: ¿Dónde empieza la locura?

- Crónica II: La Encrucijada

- Crónica III: Los medios y el azar

- Crónica IV: Las incógnitas y los sueños

- Crónica V: Marcas en los cuerpos

- Crónica VI: Tanta muerte

- Crónica VII: Certezas y una guitarra

- Crónica VIII: Alegar



“Había un gorrión herido, caído en el suelo blanco y helado, gritando solo, echado en la nieve que seguía cayendo. El silencio es todo lo que sigue sonando alrededor de un gorrión que se muere”.

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A las 11:02 del 29 de noviembre de 2023, el Juez Alejandro Silva, Presidente del Tribunal Oral Federal de General Roca, comienza a leer el veredicto. La pequeña sala del tribunal con capacidad para unas 30 personas apenas tiene dos lugares libres. Tres cámaras y cinco celulares registran el momento. Otros cinco periodistas tomamos notas. Abogados, el fiscal, los secretarios del tribunal, algún funcionario, referentes de organizaciones sociales y comunidades mapuche completan el lugar. Los padres de Rafael Nahuel, Graciela Salvo y Alejandro Nahuel, y el hermano menor, Ezequiel, se sientan en la primera fila destinada al público. No saben qué sucederá, no saben si los responsables de la muerte de su hijo y hermano serán condenados, a cuántos años, o si serán absueltos.

Minutos antes de entrar a la sala para escuchar el veredicto, los tres se habían sentado en un escalón de la puerta de ingreso de los Tribunales. Con cara de abatidos por la espera, se expusieron a los fotógrafos, no dijeron una palabra. Yo también los fotografié. Esta es la foto.

Esperando la sentencia, intento descubrir en sus caras el anticipo de una derrota o acaso un último vestigio de esperanza. Veo el cansancio después de tres meses de juicio. Alejandro mira la cámara de costado, Ezequiel mira el piso, Graciela busca en una bolsa de compras. No mira a cámara. Cierra el círculo escénico de la foto. Busca algo, una galletita, una foto de su hijo, una explicación.

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2 minutos 17 segundos dura el núcleo del veredicto que lee el Juez Silva. Dice que por unanimidad, los tres jueces resolvieron condenar al prefecto Sergio Cavia a cinco años de prisión por el delito de “homicidio agravado cometido en exceso de legítima defensa”, y condenar a Francisco Javier Pintos, Juan Ramón Obregón, Carlos Valentín Sosa y Sergio García a 4 años y medio como “partícipes necesarios” del mismo delito.

Silva levanta la vista cada vez que termina de leer cada una de las condenas. Busca miradas. Repasa la sala. Enumera artículos del código penal, los números de documentos de los condenados, los nombres de sus abogados, estira la lectura.

El silencio, además de todo lo que sigue sonando alrededor de un gorrión herido en la nieve, es una sala llena, en la que nadie habla, ni tose, ni respira muy fuerte. Una sala en la que alguien, un juez por caso, lee una sentencia, le da forma a un veredicto. Una sala donde la sorpresa es tal que nadie emite un sonido, solo asimila. Un lugar cerrado de unos 12 metros por cinco donde después de escuchar, la gente se levanta, empieza a mover algunas sillas, busca miradas, pero no dice, nadie grita, por caso, injusticia, nadie grita asesinos, nadie grita mi Dios. Los pasos vacían la sala. La ausencia queda impregnada en las paredes. Ni siquiera hay nieve. Ni siquiera hay gorrión.

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La cita sobre el silencio y el gorrión es del director de sonido portugués Vasco Pimentel, publicado en un perfil de la gran revista Etiqueta Negra. Lo descubrí en el taller sobre Perfiles del creador y editor de esa revista, el peruano Julio Villanueva Chang, que realicé en las últimas semanas. Ese taller es una experiencia transformadora que pone en crisis cada palabra utilizada para una descripción, una aproximación, un recorte personal. Esta crónica es también hija de esa revolución de las palabras.

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El juicio duró tres meses, 25 audiencias, 63 testigos, una inspección ocular, cinco ampliaciones de indagatoria, cinco momentos para las palabras finales, cinco condenas leves. Mi word de desgrabaciones y apuntes tiene 288 páginas, 92.191 palabras, 554.404 caracteres.

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La causa FGR 027423/2017 caratulada "Pintos, Francisco Javier y otros sobre homicidio simple, usurpación y atentado agravado a mano armada", concluyó con cinco condenas. Para la Justicia, el Albatros Sergio Cavia realizó el disparo mortal, aquel que ingresó por la cadera izquierda del cuerpo de Rafael Nahuel, y en su recorrido ascendente lastimó sus órganos y tejidos y le provocó un shock hipovolémico, la pérdida de cuatro litros de sangre y la muerte.

El cargador de proyectiles de la pistola Beretta modelo 92, número de serie 05-P83332Z que portaba Cavia estaba lleno. No faltaba ninguna bala. El dato indicaba, para las querellas, que tras el hecho los Albatros intercambiaron cargadores y proyectiles, buscando confundir la investigación y ponerse a salvo, lo cual sumado a otras circunstancias demostraba la “coautoría funcional” en el homicidio.

Pero el Tribunal consideró que tal coautoría no existió, y que, en cambio, hubo un responsable material, Cavia, y cuatro “partícipes necesarios”.

Al momento de ampliar su indagatoria, Cavia dijo que disparó “ya que había agotado cualquier medio” para salvaguardarse ante el ataque de los integrantes de la comunidad. “Me vi obligado a usar mi arma de fuego", dijo.

Aseguró que inicialmente disparó "en 45 grados" hacia el piso para que el otro individuo dejara de "atacarlo" y eso le permitiera "salir de ese lugar". "Al ver que esta persona y los otros agresores no cesaban y acortaban la distancia me vi obligado a usar mi arma de fuego inmediatamente sobre mi agresor. No tenía escapatoria, tuve que hacer cesar dicha agresión". Admitió entonces que realizó "disparos hacia la zona baja, las piernas. No me quedó otra opción", justificó.

No dijo cuántas veces apretó el gatillo. Entre las 31 vainas servidas encontradas en el lugar del hecho, ninguna pertenecía al arma de Cavia. Varias, en cambio, pertenecían a las armas que portaba el Albatros Francisco Javier Pintos, quien, según el faltante de proyectiles de su Beretta 9 mm y su subfusil MP5 -un arma que dijo que no llevó al territorio donde ocurrió el homicidio-, disparó en más de 50 oportunidades.

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¿Qué buscaba Graciela en esa bolsa? ¿Sus documentos?, ¿justicia?, ¿el celular?, ¿a Dios?

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En la tercera de esta serie de crónicas de cobertura del juicio, me pregunté si Graciela seguiría creyendo en Dios después del asesinato, si pensaba que el destino de Rafa estaba escrito.

El 25 de noviembre pasado, día en que se cumplían 6 años del asesinato de Rafael Nahuel, se lo pregunté. En la casilla de madera del barrio Nahuel Hue en la que vivía, sus padres, su hermano Ezequiel, algunos amigos y amigas, gente cercana, organizaron una juntada para pintar un par de murales, hacer unos choripanes y un guiso de lentejas y verduras. Se colgaron unos banderines blancos con la cara de Rafa pintada en negro, se prendió un fuego en el piso que Alejandro y Ezequiel cuidaron, se puso música, rock nacional y Cafrune, se improvisaron vasos y platos, se soportó un sol inclemente, se comió, se preguntó por Dios.

A una cuadra y media está la casa de la familia. Acompañé a Graciela a buscar unos cubiertos y un tupper que serviría de plato y aproveché para charlar. Dijo que sentía mucha alegría por el acompañamiento de la gente, pero que a la vez tenía tristeza por recordar a su hijo; dijo que fue muy duro porque tuvo que ver las fotos del cuerpo de Rafa, de la autopsia; dijo que está disconforme porque los Albatros nunca dieron la cara, porque participaron por Zoom de todas las audiencias del juicio, y que quería estar frente a los asesinos para preguntarles “por qué me mataron a mi hijo Rafael”; dijo que quería que les den perpetua; dijo que es muy creyente, que cree mucho, y que siempre le pide a Dios que haya justicia por Rafael.

-Cuando pasó lo de Rafa, ¿usted se preguntó qué pasó con Dios, por qué le había pasado a él?

-Siempre, la verdad que siempre. Veo que él me falló, me falló. Yo pedía a diosito que vuelva Rafita, y Rafita no volvió, hasta que me vinieron a avisar que lo habían bajado asesinado. Mi Dios me falló.

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Dice Carrere en su libro V13: “La justicia es siempre más o menos así, el código penal ha sido inventado para impedir que los pobres roben a los ricos, y el código civil para permitir que los ricos roben a los pobres”.

La parábola que sobrevuela todo el caso confirma esa sentencia. Y reemplazando la palabra “roben” por la palabra “asesinen”, se podrá comprender el hecho y su dimensión.

En noviembre de 2017 la comunidad Lafken Winkul Mapu (los pobres) anunció la "recuperación" de unas 10 hectáreas -de las más de 710 mil que posee el Parque Nacional Nahuel Huapi- en la zona de Villa Mascardi. El Estado (el rico) a través de Parques Nacionales realizó una denuncia por usurpación. El Estado a través de su brazo judicial ordenó el desalojo. El Estado a través de su brazo ejecutor en poder del ministerio de Seguridad que conducía Patricia Bullrich cumplió el mandato. El Estado a través de sus fuerzas de seguridad disparó en la montaña entre 114 y 129 veces con munición de plomo y mató a Rafael Nahuel. El Estado, otra vez a través de la Justicia, condenó apenas a cinco años de prisión al responsable material del homicidio. Luego del fallo, Patricia Bullrich volvió a asumir como ministra de Seguridad. La parábola se cierra.

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Afuera de los tribunales, unas 300 o 400 personas. Están a unos 40 metros de la puerta del edificio, custodiado con un vallado metálico y centenares de miembros de fuerzas de seguridad.

Los manifestantes pertenecen a comunidades mapuches, organizaciones sociales, partidos de izquierda. Muchos acompañan sin casi conocer el motivo de la movilización. Por solidaridad, por pertenencia, están allí. Otros, en cambio, los más conscientes, los mapuches, saben bien qué denuncian con sus cánticos y gritos. Ven cómo por las escaleras de la puerta de los Tribunales bajan Graciela, Alejandro, Ezequiel, los abogados, cómo se acercan a la manifestación, cómo toman el micrófono, escuchan cómo Graciela habla de burla, cómo Alejandro habla de desilusión, de injusticia. Después derriban las vallas colocadas sobre calle España y arrojan unas pocas piedras contra el cordón de efectivos de Gendarmería. Después se van con los dientes apretados.

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En el corazón del veredicto anida el argumento del supuesto enfrentamiento con armas de fuego entre los integrantes de la comunidad mapuche y los uniformados, que justifica la inclusión del atenuante de “exceso en legítima defensa” y la consecuente aplicación de penas mínimas.

Los fundamentos del fallo aún no fueron difundidos, pero puede adivinarse que los tres jueces integrantes del Tribunal Oral Federal de General Roca creyeron la versión de los Albatros sobre un supuesto ataque y emboscada con armas de fuego por parte de los mapuche, y valoraron como suficiente el resultado de las pericias que dieron cuenta de la ínfima presencia de partículas consistentes o características de pólvora en las manos de los jóvenes que estaban con Nahuel y bajaron su cuerpo.

En la séptima crónica de esta serie, me detuve insistentemente -lo hice en realidad en casi todos los textos aquí reunidos- en la inconsistencia del resultado de esas pericias, teniendo en cuenta la más que probable transferencia y contaminación con partículas de pólvora que sufrieron todos quienes estaban en ese momento y en ese lugar. Insisto con un ejemplo: Si el fiscal descarta la posibilidad de transferencia de partículas consistentes con pólvora que aparecieron en las manos de Rafael Nahuel, Lautaro González Curruhuinca y Fausto Jones Huala, ¿cómo se explica que el Albatros Jorge Omar Sánchez, quien no formó parte del grupo que subió a la montaña, que no disparó, que nunca desenfundó su pistola Beretta 9 mm, tuviese en una mano una partícula compatible con una deflagración de arma de fuego?

Pero fue el fiscal Rafael Vehils Ruiz quien en su alegato sostuvo el argumento de la supuesta existencia de ese enfrentamiento con armas de fuego en igualdad de condiciones, o aún en desventaja material para los Albatros, y pidió cinco años de prisión para los cinco acusados, bajo el amparo del “exceso en legítima defensa”.

El abogado de la familia de Rafael Nahuel, Rubén Marigo, fue categórico cuando me dijo: “El alegato del fiscal fue una excelente defensa. Si yo fuera (Marcelo Hugo) Rocchetti (abogado de tres de los prefectos) adheriría a los planteos del fiscal”.

Y así fue en gran medida. Las dos defensas de los acusados, una semana antes del fallo, adhirieron en mucho a los argumentos del fiscal, y solicitaron la absolución.

Luego el Tribunal falló.

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Las querellas apelarán la sentencia. Los Albatros siguen libres. Y así seguirán hasta que el veredicto quede firme, si es que así sucede.

Toda la complejidad del juicio, todas las declaraciones, contradicciones, todos esos incisos, códigos, palabras, expedientes, burocracias, estrategias judiciales, todas esas armas, todos esos proyectiles, toda esa vida truncada, toda esa sentencia, todas esas preguntas, aparecen como superficiales a la luz de la confesión.

-Mi Dios me falló.

Un gorrión herido.

Después, el silencio.