Gracias por este año

por Ángeles Alemandi


Diciembre 2022

“Debe ser amor, tal vez sólo sea fútbol”
Ludmila Cabanna Crozza

Mi padre no va a la cancha. Jamás lo vi usar camisetas de fútbol. No juega a la pelota. Como mucho, alguna tarde de vacaciones con mis tíos, se sumó a uno de esos picaditos que se arman después de la sobremesa e hizo algún amague, un caño, metió un gol que no gritó. Mi padre no habla de atajadas imposibles o pases millonarios o directores técnicos que deberían ser reemplazados. Jamás lo escuché criticar a un jugador. Si idolatra a Maradona, no lo sé; tampoco podría decir cuánto se emociona con Messi. Pero tengo la absoluta convicción de que mi padre ama el fútbol.

Cuando era niña en casa teníamos un televisor Philips, para cambiar de canal había que hacer girar la perilla. Tac, tac, tac. Él iba pasando hasta encontrar la transmisión de algún partido. Cualquiera. Miraba con la misma entrega a un equipo categoría C, un torneo europeo o el campeonato que estaba jugando Boca. En vivo, diferido, repetido. Quizá hoy pueda decir que mirar no es el verbo correcto, mi padre contemplaba lo que pasaba en la cancha: la arquitectura que dibuja en el aire la trayectoria de un buen pelotazo; la poesía de una gambeta; un modo de correr, de danzar, sobre el césped de la cancha; la música interna del corazón propio palpitando fuerte ante la posibilidad de un gol; el sacudón de alegría que trae un triunfo. Ahora sé más: esa alegría efímera muere a poco de nacer, pero salió de la nada y se agradece como un pequeño milagro. Y sin embargo crecí pidiéndole que cambie de canal, que basta de fútbol, que por favor miremos otra cosa. Tac, tac, tac.

Por supuesto que este es el newsletter de fin de año de En Estos días. Quiero hablar del espacio de periodismo narrativo que estamos construyendo con ustedes. Quiero contarles que nuestra comunidad de cronistas del sur no para de crecer, que siguen abiertas puertas y ventanas para que se sumen, que cada vez que nos escriben a [email protected] con una propuesta de nota nos hacen creer en este equipo que soñamos. Quiero que sepan que las crónicas que hemos publicado durante 2022 son golazos de media cancha, pero para romper la red antes se entrenó con dedicación, se editó mucho, se reescribió más: de puro gusto, pasen y lean Diario de una hereje, de Ludmila Cabana Crozza/ Esa hermosa fatalidad, de Diego Rodriguez Reis/ Perdón si no me ubico, de Isidro Balido/ Vivir incómoda en el paraíso, de Natalí Ormazábal/ Esperar el golpe de suerte, de Pablo Bassi/ Lo que mamá supo del mar, de Beatriz Eloisa Muglia/ Escritoras de Pueblo, de Inés Strizzi/ Nadie te puede olvidar, de Rodrigo Obreque Echeverría/ Una voz en la marea, de Martín Tacón/ Correr descalza hacia la libertad, de Camila Vautier. Quiero decirles lo mucho que significa tener cronistas en las diferentes provincias del sur: que podamos contar desde adentro historias de La Pampa, Tierra del Fuego, Chubut, Santa Cruz, Río Negro, Neuquén y también del sur de Chile, o sea, tener un seleccionado federal.

Argentina ganó la Copa del Mundo. El fútbol nos tomó el lenguaje, se apropió de nuestras vidas, nos limitó las metáforas. Perdonen el lugar común. Y perdonen que también les hable de mi padre, ¿pero acaso alguien pudo deshabitar Qatar de ellos: esos hombres de pronto sensibles, hombres cábalas, hombres que temimos mueran de un infarto, hombres fantasmas que ya no están y sin embargo fueron convocados para ver esto? El domingo 18, antes de que empezara el partido de la final contra Francia, le pedí a mi hermana que nos conectáramos a través de una videollamada, ella estaba en la casa de mis padres. Pegó con cinta el teléfono contra la pared, arriba del televisor, para que pudiera verles la cara a todos y borrar así los mil kilómetros que nos separan. Mi papá se salía un poco de cuadro, le pedí que corriera la silla, abandonando por un rato la punta de la mesa. Tenía una necesidad enorme de ver el partido con él porque con este mundial, por primera vez en la vida, estaba entendiendo esa locura. Él contempló la magia. Yo lo contemplé a él. Siempre sentado, levantaba un puño en alto ante cada gol, recién se despegó en un salto ante el penal de la victoria. No tenía camiseta, no agitaba una bandera, no dijo malas palabras en los momentos duros, no salió a festejar después. Cuando el partido terminó mi padre era el tipo más feliz del mundo. Y se fue a dormir la siesta. Seguro, al levantarse, volvió a encender el televisor para seguir mirando fútbol.

EED recién empieza a jugar en ligas mayores. Y ya verán: en 2023 pensamos subir la apuesta para que la plataforma continúe creciendo. Lustren botines con nosotros, quédense agitando a www.enestosdías.com.ar, arrímense al plantel. No, nunca hablamos de ganar o de perder, pero abrazándonos a esta fiebre de campeones quisiéramos no olvidarnos jamás, pero jamás, del amor, el compromiso y la entrega con la que se pueden hacer las cosas. Después, al igual que mi padre, ojalá sigamos siendo hinchas silenciosos que queremos siempre más. ¿Escuchan? Tac, tac, tac.

Gracias por este año en comunidad. Sigamos juntos, juntas, narrando la Patagonia.


Ángeles Alemandi - Editora de EDD